Lo contó El Comercio | Sin rastro | El 29 de septiembre de 1978.
Febrero de 1939. Éxodo, hacinamiento, camiones llenos de críos, mocos verdes, orejas de posguerra y afuera, el frío; no solo el del rigor del invierno catalán sino también el de verse solos, alejados de sus padres, de sus madres, de sus abuelos. Dimas y Manuel, ocho y cinco años respectivamente, acaban de tener una hermana y no lo saben ni lo van a saber en bastantes meses: lo prioritario, ahora, es huir de una España herida de muerte por la que ya avanzan, rápidas como la pólvora y mortales como la peste, las tropas mal llamadas “nacionales”. Ellos van en un camión en el que se apura hasta la mínima expresión el espacio, pero aun así no ha habido forma de conseguir un sitio para Santiago, el hermano pequeño. Al niño, con la memoria frágil de los cuatro años, lo han metido en un autobús que adelanta al camión de Dimas y Manuel justo tras pasar la frontera con Francia. Santiago, moqueante e inmerso en una montaña de ropa parda cinco tallas mayor de lo que le correspondería, les saluda desde una de las ventanillas, feliz de ver al otro lado del cristal a sus hermanos. Será la última vez que le vean.
Jacques Chirac con sus padres. Año 1944
La historia saltó a la prensa nacional casi cuarenta años después, cuando Dimas ya había muerto y Manuel se había convertido un reputado ATS al que conocían por todo Avilés. En septiembre de 1978, ya muerto el dictador, comenzaba a andar la democracia y las historias como la de los hermanos Cordero podían contarse, por fin, en las páginas de las revistas ilustradas que inundaban los kioskos. La de aquellos tres niños hubiera sido una más de muchas biografías de los miles de críos que, al finalizar la guerra, fueron evacuados a Francia para escapar de las miserias de un país en ruina, si no fuera porque del pequeño Santiago no se había vuelto a saber más. Hijos de un trabajador de la Renfe, Santiago Cordero, y de Isidra Marín, los hermanos Dimas (1930), Manuel (1932) y Santiago (1934) habían nacido en Ablaña y residido desde muy pequeños en Avilés. Sus padres fueron de los que perdieron la guerra, si es que hubo algún pobre que la ganase, y cuando comenzó la contienda, los tres niños fueron evacuados desde Asturias en un buque de pabellón inglés hacia Burdeos y de allí a Cataluña, donde tenían familia.
Los primeros años sí habían estado juntos, primero en un hogar de Torredembarza y después en un colegio de Sitges. En febrero del 39, muy avanzadas ya las tropas golpistas, los hermanos Cordero Marín fueron trasladados por carretera junto a otros cientos de niños a Francia. El destino de los tres hubiera debido ser el mismo: Pâturages, una pequeña población de la provincia de Hainut, al oeste de Bélgica, donde ya les esperaban sus familias de acogida. Pero Santiago nunca llegó a su destino. A la desesperación de su pérdida se uniría que, una vez ya regresados Dimas y Manuel a Avilés, Santiago padre perdiera la vida en un accidente de ferrocarril en 1942. Isidra, la viuda, los dos niños repatriados y la niña que tenía, ahora, casi la misma edad que tenía Santiago hijo en el momento de su desaparición, quedaron desahuciados.
LA GACETA ILUSTRADA, 10.9.78
No hay nada peor que no poder enterrar a un hijo, esperar cada día su regreso, estar sumida en la indefinición de si estará cumpliendo años aun y si los estará cumpliendo bien. Isidra jamás olvidó al pequeño Santiago y lo buscó desesperadamente durante toda su vida. Los dos mayores se habían criado bien: en la residencia de Oviedo, los dos huérfanos habían prosperado y, mientras Dimas acabó por convertirse en un reputado profesor del colegio San Fernando, Manuel estudió para ATS e incluso llegó a ir a Libia para formarse. ¿Viviría el pequeño Santiago? ¿Habría prosperado tanto como lo consiguieron hacer sus hermanos, a base de tanto esfuerzo y decisión? Los Cordero nunca silenciaron sus dudas, y mientras Manuel estaba en Libia, Dimas se las contó a una novieta francesa con la que se carteaba todas las semanas. Y la muchacha gala hizo sus averiguaciones, o al menos eso contó. Y dio, o eso dijo, con el paradero y la identidad que a la sazón tenía el pequeño Santiago.
Se llamaba, aseguraba la francesa, Jacques René y los documentos decían que había nacido en París en 1932, hijo de Abel y de Marie Louise. Pero la cosa se ponía interesante al investigar su trayectoria profesional: de tendencia conservadora, ojo derecho de Pompidou, había sido Primer Ministro, ocupaba ahora la alcaldía de la capital gala y estaba por convertirse, en apenas dos años, en Presidente de la República Francesa. Santiago Cordero Marín, el pequeño guaje moqueante que había saludado por última vez cuarenta años atrás a sus hermanos desde un desvencijado autobús español, se había convertido en la joven promesa política del país vecino… bajo el nombre de Jacques Chirac.
Sorpresa mayúscula. Por más que los Cordero quisieron mantener la suposición en silencio, intentando confirmarla, o no, por medio de varios burofaxes remitidos a Francia que nunca recibieron respuesta, en septiembre de 1978 una carta al director en la revista LA GACETA ILUSTRADA levantó la liebre. Un tal JM, de Avilés, comentó el caso, pidiendo ayuda para averiguar la verdadera identidad del político francés. El 28 de septiembre la historia ya había engullido a las verdaderas preocupaciones de los Cordero, y, presionado por la aparición de la truculenta historia en los periódicos, televisiones y radios francesas, Chirac se precipitó a desmentir su supuesto origen ablañés. El alcalde de París ha calificado de “extraordinaria broma” dicha información, afirma el ABC del 29 de septiembre de 1978, e invita a sus autores a que consulten su partida de nacimiento en el Registro Civil de la capital francesa.
Titular de EL COMERCIO el 29 de septiembre de 1978 (página 37). Ejemplar disponible en la hemeroteca digital de EL COMERCIO
Nadie, sin embargo, atendió a las verdaderas reclamaciones de Cordero, el practicante, como era conocido Manuel en la villa del Adelantado (Dimas había muerto tiempo atrás). El político francés omitió el hecho de que en las cartas, los Cordero y su madre Isidra pedían que se les facilitase, en el más que probable caso de no ser Chirac el niño perdido, ayuda para la resolución del caso del infortunado Santiago. Solo EL COMERCIO, en el reportaje que publicó aquel mismo día, no hace mofa de la petición de la familia. Manuel, para todos sus amigos Cordero el practicante, dice en su crónica Venancio Ovies, el corresponsal avilesino del diario decano, ha tenido últimamente unas jornadas de intensa actividad, al actuar como representante delegado del personal de la clínica local de Cruz Roja en Avilés, en la resolución del problema de crisis que gravitaba sobre dicha clínica. Ahora ya tiene otro problema más: el de seguir luchando, hasta llegar si es posible al fondo del tema, por investigar sobre la desaparición de un hermano víctima del torbellino de la guerra civil española, sin importarle que su hermano pueda llamarse Jacques Chirac ahora o tenga cualquier otro nombre y otra familia.
La proyección informativa, ya a escala internacional que se ha dado al caso, pudiera facilitar una respuesta a tantos interrogantes, deseaba Ovies en su crónica. Desgraciadamente, no fue así. Cordero, el practicante, último superviviente de una de tantas historias tristes de la posguerra asturiana, nunca pudo descubrir el destino real de su hermano Santiago después de que se apagasen las luces de todo aquel aluvión informativo de finales de los 70. Aquella tierna escena del pequeño apretando las narices contra la ventana de un autobús que nunca llegó a su destino siguió siendo la última imagen que se pudo guardar en las memorias de una familia rota por una guerra incivil.