Anciano bajo la lluvia.
«SANTOS Y DIFUNTOS, ¿UNA REDUNDANCiA?»,
SE PREGUNTA NOSTRA
BAJO LA INMINENTE AMENAZA DE UN CASI HURACÁN
QUE CASI SE LLAMA CIORÁN
«La tradicional expresión que nos acompaña desde que tenemos uso de razón, si bien se mira, ¿no es un buen resumen de la folie de la doliente humanidad, síntoma crucial de nuestra escasa imaginación tamborilera, símbolo incluso del inconveniente de haber nacido? No nos pongamos trágicos si nos queremos cómicos. Sabemos, desde muy temprano, que nuestro destino ineludible es formar parte del gremio de los que ya han transitado y, antes de rendirnos a lo ineludible, procuramos y batallamos y hasta derrapamos para que nuestras acciones nos granjeen algún tipo de satisfacción, placeres intensos, tal vez honduras, sin duda reconocimiento, sentido. ¿Y no es precisamente por eso, porque necesitamos espejos en los que mirarnos y hacia los que mirar, por lo que nos inventamos luego luego los Santos, curiosamente nombre también de las efigies que aparecían en las cajas de cerillas o cerillos, en algunas zonas también mixtos, de nuestra infancia? Al final, qué queréis que os diga, queridos entes en fuga, mis exequiables futuros: sabéis tan bien como yo y como el otro y el otro y el del más allá que todo lo que aparece perecerá bajo el fuego… y tal y tal, de modo que no sé yo si paga la pena». Así acabo de oírle pontificar a Nostra, acá mismo, debajo de mi balcón. Como están de obras en la calle —bueno en realidad en todo el barrio y casi en medio Madrid—, han cambiado de sitio las marquesinas de los buses, que es donde últimamente suele soltar Nostra sus filípicas, y se ha venido al rellano de la entrada del garaje, así que oigo su voz desde aqui con tanta claridad como si me estuviera murmurando confidencias al oído. Tal como se ha quedado la tarde, he de reconocer que es una gran ventaja.(LUN, 214 ~ «Las cosas de Nostra»)