Revista Viajes

São Paulo, ciudad sin corazón (I)

Por Inshalatravel @inshalablog

Seguramente São Paulo no es una ciudad como los griegos concebían "la ciudad". No tengo ni idea de cómo los griegos concebían la ciudad, pero casi con total seguridad que así no. O tal vez sí, porque creo recordar que a los griegos también les gustaba mucho el negocio de la esclavitud y la prostitución. no es una idea, no es un concepto, no hay un plan detrás. São Paulo es hongo colonizador, una mancha que crece, un tumor que se reproduce descontroladamente.

En primer lugar São Paulo no es una ciudad, es más bien un país, o un continente. Es imposible saber cuánta gente vive aquí, pero entre unos y otros, entre legales e ilegales, entre opulentos y miserables, la cosa debe andar por los 25 millones.

25 millones de unidades kármicas en expansión atrapadas en una nube de humo.

25 millones de almas cuánticas devoradas por el asfalto.

50 millones de piernas que no van a ningún lado.

50 millones de brazos que no trabajan la tierra (¿qué tierra?).

25 millones de anos cagando cada día en el mismo agujero.

Y todo el mundo sintiéndose, incomprensiblemente, absolutamente importante e imperecedero.

Lo que más llama la atención es que aquí la clase media ha desaparecido, no existe, ni rastro de ella, kaput. Hay un abismo insalvable, vertical y cultural entre los ricos y los pobres. Se pueden diferenciar tres clases sociales: los buenos (los ricos), los malos (los pobres), y los policías, que no se sabe si son buenos o malos o las dos cosas o ninguna. Son malos que protegen a los buenos de los otros malos por dinero. Aquí todo se hace por dinero menos morir, morir se hace por obligación, o por sorpresa.

Los ricos se dividen en dos (y ya sé que estoy siendo reduccionista): los ricos y los superricos. Y los pobres se dividen en tres: los pobres con trabajo, los miserables sin trabajo, y los adictos al crak o a la cachaza. La policía también se divide en tres (y ahora sí que estoy siendo reduccionista): la policía pública, del estado; la policía comunal, que pagan las comunidades; y la policía completamente privada...

La ciudad está dividida en barrios, o cinturones. Solo que aquí un barrio es Mónaco, otro Luxemburgo, otro Suiza, otro Nueva York, y justo al lado está Nigeria, Haití, El Congo, Chad... Y ya os podéis imaginar el nivel de tensión que esto genera.

Los ricos se mueven en coches de alta gama blindados, se los aparcan los muchachos de la seguridad, y se meten en los edificios, en las tiendas, en los bancos sin haber pisado apenas la calle. Los superricos se mueven en helicóptero, por las azoteas de los edificios y tampoco pisan la calle para nada. Para ellos, salir a la calle en su propia ciudad sería como salir de safari en Kenia sin jeep y sin pistola. Hay un auténtico ejército de hombres mal pagados que trabajan en la seguridad privada, y otro auténtico ejército de mujeres peor pagadas que trabajan en la limpieza. Si se organizaran, podrían tomar el control del país y procrear como conejos.

Pero aquí una revolución de carácter social es, al menos de momento, imposible. La tecnología, la televisión, la cultura, la universidad, la literatura, etc., solo es accesible a los hijos de los ricos, y estos hijos de los ricos están absolutamente encantados con la situación. Tienen una auténtica cantera, un filón inagotable, un auténtico criadero de esclavos en potencia en las favelas que, por cuatro migajas de pan y un chamizo, están preparados para hacerles la vida más fácil, más cómoda, más segura, más limpia, y seguir jugando así eternamente a las casitas, a los médicos, a los papás y a la moda. Aquí lo normal es tener cocinera, chacha, niñera, chófer, y unos cuantos guardaespaldas que acompañan al señor a la oficina, al banco, al restaurante, al puticlub; y a las niñas y a la señora cuando van de compras, que es siempre. Para ellas ir de compras no es una actividad, es una actitud, una manera de vivir.

El problema es la seguridad, claro. Los pobres cuando son muchos también dan mucho miedo, pero esto se soluciona con dinero, y dinero es precisamente lo que sobra en esta fiesta. Hay una guerra subterránea, un estado de alerta, una amenaza latente, mucho miedo y mucha seguridad. Aquí lo habitual en cualquier familia bien es haber sufrido siete u ocho asaltos con pistolas o con metralletas, un par de secuestros, y diversos incidentes. Así que se vive bien, muy bien, sí,... pero acojonados. ¿Cuánto dinero se gasta esta ciudad en seguridad? Esto me tiene asombrado. Y sin embargo, no se ve apenas policía.

Para los posibles turistas, decir que el cambio del euro esta a 3,25 pero esto no significa nada. São Paulo es una ciudad más cara que París, sencillamente. Es más cara la gasolina, más caro el tabaco, más cara la comida, más cara la ropa, más caro todo (menos la coca). Aunque es difícil saber cuánto más caro. En la misma calle un café puede costar entre dos reais y nueve. Esto parece incomprensible, pero tampoco lo es tanto. Tiene que ver con que aquí la clase media no existe y con que a los ricos les dan mucho miedo los pobres y a los pobres muchas ganas los ricos. A los policías les tiene miedo y ganas todo el mundo, no como en España, que la policía solo asusta a los pobres. Aquí este miedo, al menos, es más democrático.

São Paulo es una metrópoli sin corazón. Es todo tripas. Y sexos. Pocas cabezas. Yo paso de tomar un Riberita de Duero del 2005 en un duplex de revista de decoración, con jacuzzi en la terraza, con unas señoras peruanas hijas de alemán, que dirigen la bolsa de valores y que se gastan tranquilamente y sin pestañear más de dos mil euros en cuatro joyas de mi novia, a pasar con el coche por una calle donde cada diez metros hay un mulato masturbándose a dos manos esos penes enormes que ellos tienen, que da miedo recibir un lechazo por la ventanilla del coche en cualquier momento.

Las favelas solo las he visto de lejos. Todos coinciden, territorio hostil, máximo riesgo, cochambre total, ignorancia bruta, mucha mierda. Sería como atravesar la franja de Gaza disfrazado de Bin Laden con un cinturón de puros habanos alrededor de la túnica.

Continuará... La Demetria, Botucatu, São Paulo, Brasil, Diciembre de 2014

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