Revista Cine

Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCC

Publicado el 03 septiembre 2018 por Diezmartinez
Sé lo que viste el fin de semana pasado/CCC

Ana y Bruno (México, 2017), de Carlos Carrera. El noveno largometraje de Carrera es uno de sus más personales: su primer filme animado de larga duración. Escribí de ella por acá in extenso. (**1/2)
Tiempo compartido (México, 2017), de Sebastián Hoffman. El segundo largometraje de Hoffman es aún más inquietante y logrado que su notable opera prima Halley (2012). Aquí puede leer mi crítica publicada en la sección Primera Fila de Reforma del viernes pasado.(***)
Yo no me llamo Rubén Blades (Panamá-Argentina-Colombia, 2018), de Abner Benaim. "El que tiene más pasado que futuro, tiene que organizar su tiempo". Con esta reflexión articulada por el propio biografiado Rubén Blades, inicia este convencional pero muy informativo y entretenido filme documental sobre el músico, cantante, compositor, actor y, por si usted no lo sabía, egresado de Derecho de Harvard, fallido candidato presidencial panameño, ministro de turismo de su país, obsesivo coleccionista de cómics... ah, y también -what-a-shock!- consumado mujeriego. Realizado a lo largo de tres años, el realizador Benaim siguió a Blades por cuanto concierto ofreció por aquí y por allá (en Panamá, Colombia, México, Puerto Rico y Estados Unidos), lo acompañó en sus recorridos por su propio barrio natal panameño, recogió sus testimonios -y los de otros artistas más- sobre sus inicios musicales en la legendaria disquera Fania y su encuentro clave con Willie Colón, además de mostrarnos imágenes de archivo de algunas de sus piezas más emblemáticas como "Plástico", "Buscando guayaba" y, por supuesto, "Pedro Navajas".Blades domina con claridad el documental no solo porque él es el biografiado, sino porque es evidente que el panameño mostró solamente lo que quería mostrar de sí mismo y de su historia musical, personal y familiar. No hay lados oscuros por descubrir -a no ser que Blades aceptó la paternidad de un hijo de 37 años de edad-, pero tampoco importa mucho: con la salsa tenemos.  (* 1/2)
El insulto (L'insulte, Líbano-Francia-Chipre-Bélgica-Estados Unidos, 2017), de Ziad Doueiri. El cuarto largometraje del cineasta libanés Doueiri fue nominado al Oscar 2018 como Mejor Película en Idioma Extranjero y es fácil entender por qué: se trata de un melodrama viril con tintes históricos y sociales que está impecablemente realizado -fluida cámara de Tomasso Fiorilli, reparto sin tacha alguna- y que, además, se expresa a través de un drama de juzgado, uno de los géneros más "serios" y, al mismo tiempo, más populares en Estados Unidos.
El conflicto del filme inicia en las calles de Beirut con la confrontación verbal y luego física entre un mecánico de origen cristiano (Adel Karam) y un capataz musulmán palestino (Kamel El Basha, ganador de la Copa Volpi a Mejor Actor en Venecia 2017) por la existencia de un desagüe ilegal que, desde un balcón, dejaba caer el agua hacia la calle. Hay reclamos, el insulto del título, un golpe que rompe un par de costillas y, de ahí en adelante, un maremagnum de complicaciones que se van escalando hasta que todo Líbano se ve involucrado en ese pleito (nada) trivial.
El guion escrito por el propio director, el cristiano Doueiri, en colaboración con la musulmana Joelle Touma -exesposa del cineasta, para mayor información- logra absorbernos no solo en la pelea de los dos protagonistas sino en lo que significa para un país que no ha curado sus heridas de la sangrienta guerra civil de hace algunas décadas. La cinta se pasa de tueste en alguna ocasión -hay una vuelta de tuerca de identidades paterno/filiales que más parecen provenir de un telenovela- pero, si exceptuamos ese derrape, El insulto muestra la suficiente sensibilidad e inteligencia como para que el espectador termine, como sus tercos protagonistas, con una mínima sonrisa de comprensión y complicidad. (** 1/2)

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