Revista Cine

Segundas oportunidades: Calle River 99 (99 River Street, Phil Karlson, 1953)

Publicado el 22 abril 2015 por 39escalones

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Ernie Driscoll (John Payne) estuvo a punto de lograrlo: el día del combate por el campeonato del mundo tiene al vigente campeón contra las cuerdas y roza la gloria del boxeo cuando le hace besar la lona. No obstante, su adversario se recupera y Ernie, en un mal golpe, recibe un daño tremendo en un ojo que obliga a los árbitros a suspender la pelea y a darle por vencido. A las puertas del triunfo, una vez más el cine negro nos cuenta la historia de un derrotado que busca la revancha.

Años después, Ernie contempla nostálgico y rabioso los pases televisivos de su incompleta gesta mientras su resentida esposa Pauline (Peggie Castle) le recrimina descaradamente su fracaso y el consiguiente abandono de la profesión, un paso atrás que a él le ha confinado en un empleo de taxista en la compañía que fundó su antiguo entrenador (Frank Faylen), y a ella como dependienta de una floristería. Pero si algo tiene además el cine negro, es que complica y retuerce la historia de sus protagonistas hasta volverla una ratonera: Pauline, en sus ansias de prosperidad a toda costa, se ha asociado con su amante, Rawlings (Brad Dexter), en el robo de una importante cantidad de diamantes para un mafioso local, un tipo que una vez consumado el atraco, enterado de que ha habido muertes y receloso de encontrarse con una socia que desconocía tener, se niega a continuar con el trato. Paralelamente Ernie, tras el descubrimiento de la infidelidad de su esposa, se ve involucrado en un extraño asunto: su amiga Linda (Evelyn Keyes, la que fuera mujer de John Huston), actriz eterna aspirante a trabajar en Broadway, asegura haber sido asaltada por el productor de su obra y, en un arrebato, haberle golpeado con un atizador hasta matarlo. Ernie termina por encontrarse repartiendo unos cuantos puñetazos y denunciado por agresión ante la policía. Cuando Rawlings entiende que necesita deshacerse de Pauline para conseguir el botín de la venta de los diamantes, encuentra en el violento Ernie el chivo expiatorio que necesita, y elabora una triquiñuela para presentar a Ernie como culpable mientras él ultima su huida en barco desde el puerto de Jersey.

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Como es habitual del cine clásico en general, y del ciclo negro en particular, el director Phil Karlson construye en 1953 esta historia que aglutina todos los elementos del género (la culpa, la redención, la venganza, el destino torcido, la mujer fatal, los ambientes hostiles, boxeadores, policías, ladrones, matones, antros y dinero que cambia de manos) en un prodigio de concisión narrativa (84 minutos de metraje) envuelto en las señas estilísticas propias del film noir (juegos de luces y sombras, claroscuros, atmósferas opresivas, ritmo endiablado, cóctel de erotismo y violencia). Y como es natural en el cine clásico, la censura sobrevuela los límites que Karlson puede explorar en su relato. De este modo, asistimos al consabido castigo a quienes osan violar determinadas leyes (no solo los criminales deberán sucumbir en última instancia a la persecución de la policía o a una muerte justa; también la esposa adúltera será oportunamente castigada por su doble pecado, por su crimen contra la justicia de los hombres y contra la divina ley del santo matrimonio), la culpabilidad del protagonista se limita a su pasado fracaso de boxeador y a sus incontrolables ataques de furia, y, así como con la violencia Karlson se muestra más valiente (no solo se recrea en las peleas a puñetazos en las que Ernie se ve mezclado en su azarosa odisea; también hay tiroteos a víctimas desarmadas y heridas sangrantes; en cambio, la cámara evita mostrar el desagradable episodio violento del que es objeto Pauline), el erotismo es más sutil y sofisticado (las sensuales posturitas de Pauline, piernas abiertas en lo alto de la escalerilla, en la floristería ante los ojos de su amante; o el erotizante jugueteo de Linda en el bar del puerto, usando sus dotes de actriz para fingirse presa fácil para los hombres solitarios).

Si bien la trama flirtea en algunos pasajes con lo increíble (el elaborado suceso del teatro con Linda, el descubrimiento por la policía del taxi del que creen un peligroso criminal, el encuentro de Ernie con la patrulla que le recrimina que aparque ante una boca de incendio, o el hecho de que a un taxista no se le vea recoger a un solo cliente en toda la película…), Karlson hace un efectivo trabajo de cámara, se mueve con soltura por ambientes de lo más sórdido (el apartamento del asesino, la trastienda de la tienda de animales, entre bastidores del teatro, el bar del puerto y la noche en el muelle) y se apunta un buen número de hallazgos visuales. Así, por ejemplo, el detalle que hace que sepamos que Pauline está “escondida” en el asiento de atrás del taxi, la perpectiva que utiliza para mostrar cómo Pauline y Rawlings observan su llegada al bar, los momentos en que Pauline presume de atractivos físicos, o el tramo final en Jersey, la persecución en el puerto pespunteada por el cierre del círculo consistente en narrar la pelea final en paralelo con el recuerdo que Ernie conserva de la pelea que trastocó su vida, un punto de inflexión ofrecido como segunda oportunidad, como revancha contra el destino para encauzar adecuadamente su futuro, para retomar su vida en el mismo lugar en que quedó quebrada. En el debe, el complaciente epílogo, resultado de las exigencias censoras, en el que las piezas éticamente admisibles encajan por sí solas para ofrecer el panorama de un futuro próspero y tranquilo en el feliz cumplimiento de las leyes humanas y divinas.

Una cinta vibrante y repleta de acontecimientos en su breve metraje, interpretada con solvencia y poseedora de todos los ingredientes y virtudes que hacen del buen cine negro un género imperecedero.


Segundas oportunidades: Calle River 99 (99 River Street, Phil Karlson, 1953)

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