Revista Cultura y Ocio
En la cena, de golpe, confesé haberla engañado una vez. Por mi parte era asunto zanjado, añadí apresurado. Ella se quedó muda, observándome. Su tenedor, en suspenso, apuntaba hacia una croqueta partida. Entrecerró los ojos calibrándome, como si nunca hasta entonces me hubiera visto. Miré para abajo. Un último resto de tomate se aferraba al borde de la ensaladera, esperando —como yo— ser sentenciado. Entonces pronunció tres palabras demoledoras:
—Pásame la sal.
Condimentó el trozo de tomate y se lo llevó a la boca tranquilamente, como si nada. En ese instante me sentí más traicionado que ella.
Texto: Mikel Aboitiz