Cuando hablamos de alguien, tanto si lo hacemos en positivo como en negativo, acostumbramos a apelar a su buen o mal corazón y a su inteligencia o su torpeza, reduciendo nuestros juicios sobre esa persona a lo que supuestamente siente y a la forma cómo supuestamente piensa.Algunas veces acabamos adoptando frases hechas del tipo “tiene el corazón como una piedra” o “es frío como un témpano de hielo” para referirnos a personas que, al menos a nuestro entender, no son capaces de demostrar sus sentimientos abiertamente. Pero, cuando la persona de la que hablamos expresa demasiado sus emociones y no esconde ases en la manga, tendemos a opinar de ella que “se la ve venir de una hora lejos”, “que va con el lirio en la mano” o que “es demasiado ingenua”.El caso es que, seamos más cálidos o más fríos, pequemos de más racionales o de más pasionales, siempre habrá alguien para colocarnos etiquetas que nos posicionen en un extremo o en el otro, como si el sentir y el pensar no pudiesen ir unidos.A las personas que se dejan llevar por sus emociones y que no son capaces de prever las consecuencias de sus actos las tildamos con demasiada facilidad de impulsivasy de irreflexivas y vemos en su modo de conducirse la causa de sus problemas para lograr la estabilidad económica, familiar y laboral.En cambio, a las personas de quienes tenemos la sensación de que estudian meticulosamente cada paso a dar y son capaces de dejar en stand by sus emociones en sus interrelaciones diarias con los demás, nos las imaginamos sin capacidad para disfrutar de la vida, atrapadas en sus obsesivas rutinas y demasiado solas.
Ambas cogniciones son erráticas, porque nos llevan a confundir a las personas con los roles que desempeñan cada día. Nos olvidamos de que una misma persona puede adoptar un papel rígido en su puesto de trabajo si éste la obliga a estar especialmente atenta durante toda la jornada y a conducirse de una forma metódica, organizada y sin salirse de los guiones establecidos, pero ser a la vez una persona cariñosa, divertida e incluso intrépida cuando está con su pareja, con sus hijos o con sus amigos. De la misma manera, tampoco podemos juzgar a una persona porque se pase el día diciendo disparates o porque sea más promiscua de lo que consideremos nosotros que sería lo deseable, ni porque diga las cosas sin pensarlas, sin ponerse filtros. Porque igual esa persona, cuando está a solas consigo misma, piense mucho más que aquellos que se nos antojan más fríos e impenetrables. Igual esa locuacidad no sea otra cosa que su estrategia para no perder el norte de tanto pensar, de tanto temer no estar a la altura de lo que de ella se espera.Los trajes nos ayudan a aparentar, pero no nos convierten en quienes no somos por dentro.¿QUÉ ES MEJOR: SENTIR LA VIDA O PENSARLA?Esta cuestión recuerda un poco a una canción de Serrat. En “Cada loco con su tema” él canta aquello de “Prefiero volar a correr, hacer a pensar”.Los poetas y los cantautores siempre decantan la balanza hacia el lado del corazón. La pasión, la libertad, el amor, las sensaciones placenteras, la exaltación de los sentidos. ¿Quién no los antepondría a la fría razón, a la prudencia, a la sensatez, a la mesura, a la estrategia o a la planificación?Pero, si nos dejamos llevar completamente por nuestros instintos, por aquello que no deseamos demorar o, por el contrario, decidimos desoír del todo a nuestras emociones y dedicarnos sólo a pensar cada paso a dar, como si la vida se nos hubiese convertido en un tablero de ajedrez en que jugásemos como peones ¿qué sería de nosotros?¿PODRÍAMOS VIVIR SÓLO SINTIENDO?¿PODRÍAMOS VIVIR SÓLO PENSANDO?El error fundamental que cometemos es creer que los sentimientos residen en el corazón y los pensamientos en la mente, cuando ambos se generan en distintas partes de nuestro cerebro.Por mucho corazón que una persona tenga, si un día sufre un accidente cerebrovascular o un tumor y resulta afectado su sistema límbico, sus emociones desaparecerán, del mismo modo que desaparecen muchos de sus recuerdos en aquellas personas que padecen alzheimer. Si nuestro cerebro es capaz de generar pensamientos y sentimientos, dependiendo de cada situación a la que nos enfrentemos o de nuestro propio estado de ánimo en cada momento, es porque necesitamos ambos tipos de cogniciones para desenvolvernos con éxito en el ejercicio de vivir. Recordemos que nuestro cerebro es el resultado de una larguísima evolución que nos ha ido convirtiendo cada vez en seres más complejos y más precisos.Así, podemos sentir y disfrutar la vida al tiempo que la pensamos y la planificamos. Podemos experimentar pasiones desatadas en la intimidad sin dejar de poner cara de póker cuando en nuestro entorno laboral negociamos un contrato con un cliente o amonestamos a un subordinado. No renunciemos a sentir, a compartir nuestras emociones con quienes más nos importan, a reír, a celebrar, a permitir que la vida nos despeine y nos zarandee.Pero tampoco renunciemos a pensar, a contrastar la información que recibimos por diferentes canales, a cuestionarnos lo que sucede a nuestro alrededor o en el otro extremo del mundo, a mantenernos en disposición de seguir aprendiendo cosas nuevas, ni a maravillarnos con todos los descubrimientos, las ideas y las acciones que las nuevas generaciones nos están regalando cada día.
Estrella PisaPsicóloga col. 13749