En el mes de septiembre llega la primavera al sur del mundo, y junto con ello, las flores, las aves, los colores, la alegría y un nuevo comenzar. Sin embargo, con el cambio de estación, llegan también las memorias, los recuerdos y el debido homenaje para aquellos que nos fueron arrebatados de manera tan vil e impune en ese mes destinado por la naturaleza a la alegría, y no a la pérdida.
En el mes de septiembre conmemoramos la vida de tres gigantes de las letras, los sueños y del perseguir lo imposible: Salvador Allende, Víctor Jara y Pablo Neruda.
Estos personajes, cada uno desde su trinchera, lucharon por conquistar al mundo mediante la música, los versos y los discursos, pero más importante aún, pelearon por alojar sus palabras en los corazones del sufrido pueblo. Los tres tuvieron el agrado de haber disfrutado esa pizca de alegría que significó haber triunfado el 4 de septiembre de 1970 (en la elecciones presidenciales) junto al gobierno de la Unidad Popular en Chile, y haber rosado el cielo, por un instante, por cerca de mil días, con la certeza pura y cristalina de que encabezaban la Vía Chilena al Socialismo, y de que al fin, los postergados serían escuchados, y sus demandas, solucionadas.
Contexto y caída del sueño
Pero el triunfo fue fugaz, el proyecto socialista chileno, en medio de un mundo bipolar, fue visto como una amenaza por parte de EE.UU. Mientras que para la URSS, la vía chilena y pacífica al socialismo, no resultaba particularmente emocionante o, en otras palabras, era considerada demasiada buena para ser verdad.
Fue así que, dentro de este escenario internacional, más una oligarquía chilena entreguista y cobarde, todo conspiró para que los sediciosos lucharan contra Allende y el Pueblo, desencadenando los horribles hechos de que acabarían con su vida y la de miles otros chilenos a partir de aquel gris martes 11 de septiembre de 1973.
Asesinar los referentes
Fieles a una historia manchada con sangre, las fuerzas armadas y la oligarquía, no escatimaron en crueldad y falta de piedad. Una vez consumado el golpe militar, sabían que no solo se trataba de sacar al Compañero Salvador Allende del gobierno y apropiarse de todo. El golpe tenía que ser en todo ámbito: se trataba de cambiar la vida, la muerte, el pensamiento y la mente del pueblo chileno. Es decir, el golpe tenía que ser al corazón y al intelecto, y qué mejor entonces, para ellos y sus asquerosos planes, que acabar con la vida los tres hombres que encarnaban de manera tan clara esas cualidades: Allende, Jara y Neruda.
Los asesinatos
Primero cayó Allende, preso de las bombas y balas del fascismo, el 11 de septiembre de 1973. Luego Víctor Jara, tras ser torturado y acribillado de la manera más ruin y cobarde por los “valientes soldados”, el 16 de septiembre de 1973. Y por último, Pablo Neruda, “muere” el 23 de septiembre en la Clínica Santa María de Santiago, tras habérsele suministrado un “medicamento”, vía inyección, que solo empeoró (según la versión oficial) un supuesto “mal estado de salud” previo.
(Según Manuel Araya Osorio, secretario, guardaespaldas y chofer de Pablo Neruda, éste no entró a la clínica porque estaba enfermo, sino que por motivos de seguridad, pues pensó que allí estaría a salvo de los golpistas mientras se preparaba para partir al exilio a México).
La persistencia de la memoria
El Pueblo de Chile aún no ha dimensionado la estatura de estos hombres, cuyos nombres, engalanan calles, plazas, y escuelas por todas partes del mundo. El Pueblo de Chile, mal educado desde las cúpulas del poder hacia abajo a partir del golpe cívico-empresario-militar del 73, no ha hecho la reflexión profunda y necesaria del despojo que significó que le quitarán a sus tres más grandes referentes intelectuales de los últimos 60 años en el lapso de tan solo 12 días. Sin embargo, aún estamos a tiempo de hacer algo.
El precio de la sangre
En este sentido acto de justicia, que es lo que para mí representa hablar de estos hombres, preferí no redundar en sus palabras, versos o canciones; ellas ya hablan por sí mismas de lo que pensaban y eran. Tampoco preferí hablar de sus vidas, bibliografía al respecto abunda. Sino que, en cambio, preferí homenajearlos desde su muerte, pues considero que es el destino final y el precio en sangre que pagaron por lo que creían, los que los hace verdaderamente gigantes. El discurso, la canción o los versos, aguantan mucho, sin embargo, si no son acompañados por acciones o convicciones no son nada. Ellos estuvieron a la altura de las circunstancias, y sin claudicar, murieron creyendo lo que siempre vivieron y sintieron en el corazón y la sangre: el luchar por el pueblo. Y eso, es lo que hace inmortales.
A 42 años de su partida, su recuerdo vive, late y arde en los corazones del pueblo que avanza, resiste y lucha. El clamor por justicia por sus asesinatos sigue en pie, y si no somos nosotros lo que hagan justicia, serán nuestras hijos, y si no, nuestros nietos, y así, por siempre.
Allende, Neruda y Jara,
por siempre,
presentes.
Por Pablo Mirlo