"Septiembre en Gargantilla". M.R.
Unos, las fotografías, proceden de la memoria personal y colectiva de septiembres clavados como cuchillos en la conciencia y en el corazón. Otros, las notas, los borradores, el fragmento de novela, son restos del verano que termina, residuos de lo que al final de la primavera fueron gigantescos sueños para dar sentido a un tiempo libre que luego se mostró menos libre de lo previsto y más corto de lo imaginado.I
La fotografías son duras: la primera procede de un 11 de septiembre de 1973, es La Moneda, la residencia del presidente Salvador Allende, bajo los bombardeos. Es una fotografía en blanco y negro, la imagen de una ignominia que marcaría la década de lo setenta y de los ochenta: después vinieron Uruguay y Argentina y una cadena de asesinatos, desapariciones, exilios de los que el siglo XX nunca podrá desprenderse. Es la memoria de la infamia, de la injusticia, de la desolación. Aquel día de septiembre yo tenía veinte años, acababa de conocer a E. y, juntos, éramos asiduos de los centros culturales semiclandestinos (en sedes oficiales, pero con actividades que ocultábamos) de un Madrid periférico que comenzaba a despertar bajo el franquismo último. Nos amábamos y nos manifestábamos (haz y envés de la misma página) por unos barrios mejores y por un país en democracia, construíamos un proyecto íntimo y trabajábamos por el proyecto colectivo. Soñábamos con Chile, con el Chile más limpio y ejemplar: con Neruda, con Violeta Parra, con Víctor Jara, con Gabriela Mistral, con Salvador Allende, con Quilapayún... América era el mundo nuevo que anunciaban millones de trabajadores de la mina, de la banca, de la industria, del campo, de la cultura en ciudades como Santiago y Valparaíso. Yo escribía malísimos poemas sociales (los conservo en algún lugar inaccesible) y E. cantaba, en actos semiprohibidos, ante cientos de jóvenes, con una voz hermosa y sideral, canciones de Méjico, de Chile, de Joan Baez o de Bob Dylan.... Pero aquel 11 de septiembre, lo que todos temíamos ocurrió. El sueño del socialismo en libertad fue pisoteado por las botas militares. No sería ni la primera ni la última vez. Mi recuerdo, 38 años después (qué vértigo), quiere ser un homenaje a todos los chilenos de paz (ahí están las nuevas generaciones de estudiantes exigiendo la enseñanza pública con la que acabó Pinochet y las teorías económicas de Friedmann) que saben soñar y sueñan, que no han renunciado a la construcción de un Chile más igualitario y justo.
La segunda fotografía ocupa también el día 11 del calendario: fue en 2001, hace diez años, y su memoria es el inmenso vacío, una multiplicación a su vez de miles de vacíos personales, que quedó tras el criminal derribo de la Torres Gemelas de Nueva York, en una ciudad estupefacta y herida, incrédula y asustada. Fue un aldabonazo terrible en las conciencias de todo el mundo. La primera década del siglo XXI se iniciaba de la peor manera posible. Y el presidente Bush, apoyado por el complejo militar industrial, por los sectores más conservadores y ultraliberales de América y de fuera de América (Aznar fue uno de los más entusiastas), inició una cruzada no contra el terrorismo (aunque ese fue el argumento esencial), sino contra los principios democráticos más elementales. Cuando (así lo plantearon numerosas y autorizadas voces) junto a la búsqueda y detención de los criminales y el aislamiento de los sectores minoritarios y poderosos que los respaldaban, se debiera haber reforzado la cooperación y el intercambio de experiencias e iniciativas con el mundo árabe, Bush fue en la dirección contraria: ideología de la guerra, invasión de Afganistán y de Irak, ignominia de Guantánamo, victimización de pueblos enteros, endurecimiento de las precarias condiciones de vida del pueblo palestino... Y una década después, ¿con qué nos encontramos? Con una guerra interminable en el país asiático; con una crisis económica derivada de las doctrinas económicas de Bush, Friedmann (el de las recetas a Chile) y, también, del inmenso agujero del gasto militar para invadir Irak; con un Obama acosado que intenta restañar las heridas, buscar zonas de encuentro entre civilizaciones. Es decir, intenta recorrer el camino que se debió iniciar tras el 11-S de Nueva York. Eso sí, con diez años de retrasos y algunos centenares de miles de muertos inocentes que son centenares de miles de heridas abiertas en la conciencia de pueblos enteros y centenares de miles de justificaciones para alentar el odio entre mundos, entre civilizaciones, y no el diálogo y la convivencia. En fin.
II
Las notas hablan de momentos de lectura: haber leído al poeta chileno Raúl Zurita, o las experiencias memorizadas, de un modo ágil y profundo a la vez, en el libro Editor, de Tom Maschler, el mítico director del sello británico Jonathan Cape (abajo, a la izquierda, en la fotografía), una figura imprescindible de la historia literaria anglosajona y descubridor de McEwan o Martin Amis, entre otros muchos autores hoy imprescindibles de la literatura universal del siglo XX y de lo que llevamos del XXI; convivido con los poemas inéditos de Javier Egea en el camino previo a la publicación del segundo volumen de su obra completa, o descubierto a un magnífico narrador argentino, Patricio Pron, que en su novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia nos habla de la mirada que proyectan sobre los años de las desapariciones masivas en la Argentina de Videla, los hijos de quienes se enfrentaron a la dictadura y fueron víctimas principales; recuperado la lectura, dejada a medias hace un par de años, de La montaña mágica, de Thomas Mann. Todo ello, junto la lectura de algún manuscrito de algún poeta inédito, ha formado parte de estas vacaciones raras, teñidas por la crisis, por la ofensiva de los llamados mercados (otra herencia de los "Chicago Boys") contra la deuda soberana, por las movilizaciones sindicales y del 15-M y por la presencia, en los intersticios de la cotidianidad, de ese "patio de vecindad" al que llamamos facebook..
Y las notas hablan, también, de experiencia de escritura: por ejemplo, haber concluido un largo artículo sobre la narrativa española de hoy para la revista La Página (saldrá en diciembre, me dice Santos Sanz Villanueva), o haber avanzado en un par de poemas iniciados hace cinco o seis años para un nuevo libro que no se sabe cuándo terminaré, o escrito medio folio de una novela a medias, iniciada hace un par de vacaciones, o perfilado el borrador de un artículo (que acompañaré de poemas inéditos) sobre el antes citado Javier Egea para Cuadernos Hispanoamericanos, o la búsqueda en mis archivos del viejo artículo sobre Ángel González al que aludo en mi post anterior y a la que me incitó un comentario de Susana Rivera sobre el lamentable estado de la Fundación que lleva el nombre del poeta asturiano.
III
Playa en Calblanque
Pero septiembre tiene también un filo íntimo ineludible, sin el que las otras esferas de la vida quizá carezcan de sentido (o tengan menos sentido): Por ejemplo, haber vivido las alegrías y las decepciones que un huerto (que cultiva y cuida con paciencia, esmero y no pocas dosis de desesperación, E., pero que lo siento mío) proporciona, haber contemplado la luna y las estrellas en un cielo negro y prístino desde un pequeño desmonte junto a una carretera de la sierra norte de Madrid, haber descubierto, gracias a la recomendación y al ejemplo de mi hija Malva (he de confesar que antes lo fue de Pepo Paz, pero con pocas consecuencias: una hija es una hija), el parque regional de Calblanque, cerca de Cabo de Palos, en el que las playas vírgenes de arena dorada nos ofrecieron una experiencia irrepetible en dos mañanas de luz espléndida y azul de principios de septiembre; por ejemplo, la tormenta en la costa, con las nubes cubriendo el faro como invitaciones a evocar otras tormentas perdidas en el tiempo....Y septiembre es, también, el recuerdo de los septiembres en que soñaba con dedicarme a la literatura, en que añoraba el otoño, un otoño de cafés perdidos en barrios extremos, de tertulias interminables, de cines de arte y ensayo, de ciudad universitaria y colegios mayores, de paseos de atardecer por el parque del Retiro o por calles sin nombre de un barrio cualquiera, de chaquetas de pana y cachimba existencialista (fumé en pipa durante algunos años), de tranvías perdidos y autobuses nocturnos. Es decir, de imposturas propias de un joven idealista (aunque se declarara marxista y dialéctico).
En fin: septiembre.