La Navidad es un tiempo para soñar, para reunirse… y para dar lo mejor de nosotros mismos.
El anuncio que os propongo esta semana es una historia preciosa de generosidad. Es la historia de una abuela que vive una vida corriente, sin brillo, y a la que un buen día la suerte le sonríe de modo admirable. Podría vivir al fin sin preocupaciones, pero ella piensa en su hija: “¡La pobre!, con sus hijos revoltosos, con el trabajo en casa y con el otro, fuera de casa”. Y sin que nadie se dé cuenta, ni siquiera su hija –esto es lo más bonito–, tiene un acto de desprendimiento heroico.
Y nada es extraordinario, salvo el amor por su hija. Porque todo sucede en la vida ordinaria, en lo corriente, en lo de cada día… en la familia. El anuncio tiene más valor en estos días, y encuentra su contexto en el próximo sorteo de Navidad. Pero su mensaje es eterno.
Hoy quisiera brindar por todas las madres del mundo. Por esa entrega abnegada y silenciosa que hace de la casa un hogar entrañable, y del mundo un lugar más humano, donde todos podemos realizarnos. Brindo también por todas las abuelas del mundo que hoy cuidan de sus nietos: porque, cuando ya podrían pensar en su retiro, se hacen cargo de una atención y una educación que tanto ayuda a los padres y que, sin ellas, nunca hubiera llegado a los niños.
¡Ah! Y quiero dedicar este anuncio a mi madre: la abuela más inmensamente dulce que he conocido jamás...