Todos podemos tener, a lo largo de nuestra vida, uno o varios momentos de cobardía. Podemos no hacer, no decir, no decidir algo por puro miedo. Miedo a las consecuencias futuras que imaginamos, miedo a no ser capaces, miedo al dolor, miedo a lo desconocido al fin y al cabo. En esos momentos de cobardía todos sabemos que nos estamos dejando vencer por el miedo, el acojone y el pánico. Sabemos que somos unos mierdas y que ese miedo atroz es incapacitante, irracional: nos está paralizando. Lo sabemos, pero no podemos luchar contra él. Nos jode y vivimos esos momentos pensando que somos unos cobardes. Al desasosiego de sentir que la cobardía te posee y domina, se suma la certeza de que en algún momento del futuro el pensamiento "fui un cobarde y lo que tenía que haber..." nos golpeará con tal fuerza que nos tirará al suelo y nos dejará noqueados. Lo sabemos con certeza absoluta, pero nos sentimos incapaces, asumimos que estamos siendo cobardes, aprendemos a malvivir con esa cobardía arrinconada al fondo de nosotros mismos, intentando que se nos olvide. Pero no se nos olvida. Es lo primero que piensas por la mañana y lo último por la noche: soy un mierda.Cuando eres cobarde luchas con tu miedo. Te sientas en la esquina de la habitación en la que tu pánico te ha confinado y como un loco te balanceas adelante y atrás diciendo "puedo con ello, puedo con ello", "podré con ello" y, en cualquier momento, es posible que reúnas fuerzas, te levantes y embistas la puerta; que salgas al exterior de esa habitación con todas las consecuencias. Cuando eres cobarde asumes que no eres capaz, pero confías en que en algún momento reunirás el valor.
Ser miserable es otra cosa. Para empezar es un estado vital sólo al alcance de los más rastreros, los más viles y los más ciegos. Se es o no se es miserable. Un miserable es incapaz de asumir su propia cobardía. En vez de luchar contra ella, le da forma y, ladrillito a ladrillito de excusas de mierda, se construye un palacio con su miedo. Pasea, orgulloso, por sus habitaciones mientras te lo enseña y te da un millón y medio de justificaciones para intentar que su miedo parezca algo noble, sacrificado, diferente al de los demás, al tuyo. Un miedo más miedo, un miedo mejor. Un miserable se cree un superhéroe. Se teje un manto con su miedo e intenta meterte dentro de él para que le comprendas, le tengas pena, valores su sufrimiento extremo que sin duda alguna está a años luz del tuyo. Tener momentos de cobardía es horrible, se pasa fatal y, lo que es peor, cuando por fin se supera te sientes imbécil ¿Cómo pude ser tan mierda? Ser cobarde es malo para uno mismo. Un cobarde te dejará ir y si quieres y tienes ganas puedes esperarle, puedes seguir tu camino mirando de vez en cuando para atrás sabiendo que cuando rompa la puerta de la habitación del pánico es posible que te alcance acelerando el paso, que será mucho más ligero por el peso que se habrá quitado de encima. Ser miserable es una actitud hacia fuera, es una onda expansiva que corrompe todo lo que tiene a su alrededor. El miserable intenta mantenerte dentro de su palacio admirando todas sus preciosas justificaciones. De un miserable hay que huir como de la peste; y jamás se le espera. Ser un miserable es un estado vital y nunca hay suficiente distancia entre él y tú.