A ver, a ver... un viejo tema al que ya es hora de volver. Porque lo cierto es que, a medida que avanza este siglo nuevo y extraño, uno casi se siente forzado a ponerse la pregunta en la cara y tratar de dar con algo que se parezca a una respuesta: ¿qué carajo es, al fin y al cabo, ser "contemporáneo"? O, si se quiere, qué demonios es eso de comprenderse a uno mismo como parte de este siglo XXI, tan preñado de placeres y temores fugaces. ¿Podemos dar algún paso en este sentido, y llevar la pregunta a algún lado? Bueno, al menos podemos hacer el intento. La gran duda que me asalta, llegado a este punto, es la de si soy el más indicado para tratar este asunto. Algunos podrían decir que no: mi relación con la tecnología es más bien errática, vivo exiliado del escaparate público del mundo virtual (no tengo Facebook ni parecidos, ni uso el Messenger), y apenas si puedo entenderme con mi celular y con el control remoto del TV. Es decir, que tengo un rinconcito de mi ser en el que sigo siendo un maravilloso habitante del siglo XX. Pero, por otro lado, también es cierto que en más de una ocasión he tratado cuestiones y problemas relativos a la contemporaneidad: además de las notas que he colgado en este mismo blog, he escrito algunos artículos para revistas, y pienso sobre todo en uno que escribí para El Grito sobre el cibersexo y sus implicancias en lo que se refiere a la nueva forma de concebir al otro. ¿Tengo o no el derecho? La verdad, yo creo que sí: al fin y al cabo, y por mucho que me guste pensar en mí mismo como un superviviente del siglo pasado, hay muchos ámbitos en los que esto no es aplicable, y vivo, para bien o para mal, en un mundo que ya no es ese. Así que vayamos a por ese hueso. A ver, ¿qué es ser "contemporáneo"? Por supuesto que hay muchas formas de responder a esta pregunta. Ahora que ha empezado la Era Google, ser contemporáneo implica, dirán muchos, la comprensión y la autocomprensión en función a este universo compartido que lleva el nombre de Internet, Ciberespacio, Mundo Virtual o lo que quieran. Uno interpreta a los otros (y a sí mismo) a menudo a través de perfiles públicos, ya sea de Facebook, de Twitter o de Blogger. Así, cada cual puede jugar, con todos los derechos del mundo sobre la mesa o el teclado, a representar a su propia caricatura. Si todos los rostros son máscaras, ahora la cuestión ha tomado otros colores: las nuevas máscaras son especialmente vívidas. Gajes del oficio, o de la Web 2.0, o de lo que quieran: lo cierto es que ahora todos tenemos derecho a montarnos un terrenito en el mundo virtual y, allí, construir con las herramientas que tengamos a mano. Ya se trate de una catedral o de una villa, de un burdel o de un laberinto, lo cierto es que todos podemos jugar ser arquitectos o demiurgos, a dibujar nuestro propio rostro del modo que queramos y de tal forma que faltar a la realidad no sea otra cosa que generar una realidad. Y esto último es particularmente interesante, porque se trata de la pregunta por el referente. ¿Qué realidad debe fundarse sobre la otra? ¿La física o la virtual? ¿Cuál es la verdadera realidad? ¿O se trata de reparar en el diálogo entre una y otra, porque en realidad son una sola? Dejo estas preguntas en el aire, a ver quién dice qué cosa.En todo caso, lo que yo entiendo por ser contemporáneo es algo que se desprende de toda esta gama de reflexiones. La contemporaneidad, según mi humilde parecer, no está determinada por los calendarios tal y como los disponen los historiadores, ni por las tecnologías existentes, ni por complejos estudios de progreso o involución social y política. Más bien, yo diría que la clave del ser o no ser contemporáneo ("posmoderno", si quieren) está en la forma en la que nos concebimos a nosotros mismos, a los otros y al mundo que nos rodea (y acúseseme de davidsoniano o gadameriano si se quiere, que lo reconozco abiertamente).En otras palabras, que no somos lo que somos en virtud de un principio absoluto determinado por el correr de los años y las tecnologías, sino de la forma en que interpretamos eso a lo que llamamos existencia, una palabrita que, a estas alturas, ya necesita una ampliación semántica. La contemporaneidad, pues, o el ser contemporáneo, estaría atada más bien a una forma de sensibilidad nacida en un ecosistema como este en el que vivimos. A medida que pasan los años, la noción que tenemos de lo que podamos llamar esferas privadas y públicas está cambiando muchísimo, y empiezan a confundir muchas de sus fronteras: la privacidad, hoy, es a menudo el sinónimo de un muro de Facebook, o un perfil de Msn, o una descripción de uno mismo en una sala de chat-sex. Esto afecta tanto a la forma en que vemos o interpretamos a los otros como a esa otra mediante la cual nos comprendemos a nosotros mismos, y todo esto en este ambiente compartido que tiene tales o cuales características. ¿Se entiende lo que trato de decir? En forma resumida, podríamos plantearlo así: que no se trata de enfocar el análisis en el medio, en la Web o lo que sea, sino que hay que partir de la forma en que las personas se interpretan a sí mismas y entre sí en relación con este medio ("mundo compartido", lo llamaría Davidson; "horizonte", lo llamaría Gadamer). Lo que es contemporáneo, así, no es nuestro mundo, sino la forma en que lo interpretamos y, sobre todo, la forma en que nos interpretamos dentro del mismo. De esa forma, creo yo, se puede atacar mejor la cuestión del "ser contemporáneo", que en cierto modo tanto nos atañe a todos nosotros. Escribiré este párrafo rápidamente, como un addendum: de lo antes dicho se desprendería una interesante consecuencia en el plano de la estética, y lo digo pensando sobre todo en obras que ya se han hecho llamar "posmodernas". En otras palabras, que lo que determina el goce y la interpretación estéticas es, desde ya, el planteamiento de una nueva forma de sensibilidad, que abra un nuevo concepto de lo que pudiera ser, en efecto, la estética. Piénsese si se quiere en obras como las de Fernández Mallo, César Gutiérrez o aún Houellebecq, que piden, precisamente, una nueva forma de leer y entender el fenómeno artístico. El diccionario y, por ende, las formas de sentir y entender están cambiando. Fuente de la imágen: diario ABC (abc.es). El autor es un tal Brookins.