Revista Expatriados

Seres absurdos que demuestran que el universo existe

Por Tiburciosamsa
Uno de los grandes debates filosóficos de la Historia ha sido el de si hay un universo real ahí, fuera de mi conciencia. ¿Cómo saber que todo lo que experimento no es un juego que sólamente ocurre dentro de mi cabeza?
Creo que he encontrado la prueba irrefutable de que el universo existe realmente. La prueba son algunos seres absurdos con los que me he ido cruzando a lo largo de mi vida, personas cuya existencia no me la he podido inventar ni en la peor de mis pesadillas. Son esos seres absurdos cuya existencia muestra que el universo es real.
   *   *   *Hubo una temporada en la que tuve que viajar con regularidad a un pequeño país por motivos de trabajo. Mi interlocutor allí era el señor Lonn Lon, que había estudiado en Cuba y alardeaba de hablar la lengua de Cervantes. Nosotros, cuando no nos oía, le llamábamos el hispanopoco-hablante. La manera en que destrozaba la gramática y era capaz de pronunciar frases sin sujeto habría sido para reírse, sino no hubiese sido por todo lo que estaba en juego en cada una de nuestras reuniones. Pero Lonn Lon estaba tan orgulloso de su español que nadie tenía el coraje de pedirle que por favor nos hablase en inglés.
Un día, en una de las reuniones, se produjo el milagro: Lonn Lon nos habló en inglés. Al final de la reunión, mientras se despedía, nos dijo por la bajini: “Perdón, yo hablar inglés. Mi jefe no entienden español. Por eso hacer.” No nos atrevimos a decirle que en lo sucesivo nos gustaría que siempre asistiera su jefe a las reuniones.
   *   *   *
Lo peor de Eladio García no era que le faltase un hervor. Lo peor era que no te dabas cuenta a las primeras de cambio.
Le conocí en una reunión de españoles en Bangkok. El poco rato que hablamos sirvió para que me enterase de que vivía en Phitsanulok con una thailandesa con la que tenía un hijo y de que albergaba ambiciosos proyectos empresariales que le harían rico y sobre los que no se quería extender. Me pareció tan simpático que la alusión a los proyectos empresariales no hizo que me colocara en el nivel de alerta roja como hubiera debido (Nota: tengo comprobado que cualquier persona que en los primeros diez minutos te habla de un negocio que le hará rico o te está intentando estafar o es un loco peligroso). Mis reflejos no funcionaron esa noche: le di mi número de teléfono.
Lo siguiente que supe de él fue unos dos meses después. Me llamó por la noche. Estaba nervioso. Apenas me enteré de lo que me decía. Al fondo se oía gritar a una thailandesa. Alcancé a entender las palabras “puta” y “te voy a matar”.
Salí de viaje por un par de semanas y el mismo día de mi regreso, Eladio volvió a llamarme. Su mujer se había vuelto loca. Le acusaba de que se iba todos los días de putas y de que se gastaba todo el dinero en juergas. Le había quemado el pasaporte y le había echado de casa. Había algo en su tono que indicaba que él no tenía un problema. El problema lo tenía yo, porque, ahora que le había escuchado, estaba obligado a ayudarle.
Cuanto más hablaba Eladio, el problema, mi problema, se hacía mayor. No tenía pasaporte ni dinero. Llevaba ocho meses ilegal en el país, con lo que la multa que tendría que pagar si no quería ir a la cárcel tendría como poco cinco ceros. Para colmo, había venido a Bangkok y había decidido alojarse en un hotel de cuatro estrellas, porque el director del hotel era español, le había conocido el día de la malhadada reunión y era muy simpático. “¿Y qué haces para comer?”, le pregunté, aunque ya sabía la respuesta. “Como y ceno en el hotel. Son muy simpáticos. No me piden que pague. Basta con que firme y les diga en qué habitación estoy alojado.” “¿No has pensado en llamar a tu familia en España a ver si te pueden echar una mano?” “No me hablo con ellos. Hemos roto relaciones”. Me entró como un sudor frío. Las alternativas se iban reduciendo. “¿Y si llamases a la Embajada y les contases tu caso?” “Ya lo hice. Son unos gilipollas. No querían pagar el hotel. Mandé a la mierda al Cónsul. Por cierto, ¿tú no podrías...?”
El “¿tú no podrías...?” se convirtió en una decena de llamadas angustiosas al Cónsul para pedirle que olvidase el incidente y se ocupase de un español gilipollas en apuros y otras tantas llamadas a los ocho hermanos de Eladio para que se apiadasen de él y le mandasen dinero para pagar la multa de inmigración, la factura del hotel y un billete de avión a España. Cinco de los hermanos negaron tener nada que ver con él (“Lo lamento, no tengo ningún hermano que se llame Eladio”). Los tres restantes aceptaron pagar la factura con la condición de que Eladio no se instalase en ninguna localidad a menos de 100 kilómetros de donde vivían y de que no volviese a llamarles en lo que le quedase de vida.
La noche previa a su salida de Thailandia, Eladio me llamó. “Hola, que mira, que he estado pensando... He conocido aquí en un mercadillo a una chica muy maja. Si me caso con ella, podría quedarme como residente legal en el país, ¿verdad?”.
“¡Vete a la mierda!” Eso fue lo último que le dije a Eladio.
   *   *   *
Tuve a Alfredo como compañero de oficina durante unos cuantos meses. La fama que le precedía era bastante horrible, pero nada nos había preparado para aquello.
Alfredo era menos efectivo que un botijo. Un botijo en una oficina puede cumplir dos funciones: enfriar el agua y servir de pisapapeles. Eso ya era una función más que las que desempeñaba Alfredo. Alfredo no enfriaba el agua.
Durante los meses que le sufrimos, tuvimos entre nosotros un gran debate. ¿Era más incompetente que vago o más vago que incompetente? Yo siempre me incliné por lo segundo. Decían las malas lenguas que el hijo que tenía no era suyo. Había subcontratado el asunto de la procreación para no hacer el esfuerzo.
Alfredo llegaba tarde por las mañanas. Se encerraba en su despacho y allí pasaba largas horas, hasta que se iba una hora antes de la hora de salida. De alguna manera nos enteramos de a qué dedicaba sus afanes. Era escritor y estaba escribiendo una novela. Por desgracia, en lo literario, que era en lo único para lo que no sentía pereza, lo que brillaba era su incompetencia. Alfredo pensaba que su vida era interesantísima y su gran novela consistía en narrar sus andanzas día a día en un mundo hostil que no reconocía su genio.
Un buen día la central se hartó de estar pagando un sueldo de expatriado a un escritor frustrado y le pidieron que volviera ipso facto. En su salida del país se entremezclaron vagancia e incompetencia. Llegó tarde al aeropuerto, perdió el vuelo, le metieron en otro, de alguna manera equivocó la conexión. Lo último que supimos de él fue que apareció en Dushanbe.
   *   *   *
Edilberto era filipino y pertenecía al Opus Dei. Me lo encontraba de vez en cuando y a cada nuevo encuentro me decia: “¿Sabes? Mi mujer está embarazada”. “Ya me lo habías dicho la última vez que nos vimos y te felicité, ¿no te acuerdas?”. “No me entiendes. Que vuelve a estar embarazada. Estás pensando en el pequeño Josemaría, que nació en junio.”
En cierta ocasión coincidimos en el tribunal de unas pruebas de selección de personal. Nos encontrábamos en la fase de la entrevista personal, cuando observamos con horror que Edilberto hacía ademanes vehementes de que quería hacer una pregunta al candidato. Con Edilberto nunca se sabía cómo podían terminar las cosas, pero era imparable cuando sentía entusiasmo por algo. Resignadamente le dejamos que hiciese su pregunta.
“Tiene una botella llena de agua hasta la mitad. ¿Está medio llena o medio vacía?” El candidato nos miró con un gesto de “¿se están quedando conmigo estos gilipollas?” El otro miembro del tribunal y yo miramos hacia el suelo, avergonzados. Luego a la salida, Edilberto nos explicó ufano: “Ésa es una pregunta que hacen en las entrevistas en Estados Unidos para determinar si el candidato es pesimista u optimista. Es psicología de la fina.”
En otra ocasión Edilberto se presentó a unas pruebas para entrar en una gran empresa. Supe que entregó la hoja del examen casi vacía. Al día siguiente, llamó al director de recursos humanos, que era conocido de su padre. “¿Puedo volver para repetir el examen? Ya me sé las respuestas.”
   *   *   *
Gracias, Lonn Lon, Eladio, Alfredo y Edilberto. Es gracias a vosotros que ahora sé que el universo existe.

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