Revista Ilustración
Dejo huella y cadáveres a mi paso
Loquillo y Los Trogloditas
Sobre la bocina el triple de Kukoc,
el anillo
y estabilidad emocional después de tantos años,
la cuenta atrás
y la música, esa masilla que tapa las juntas
sin dejar penetrar la humedad
de las lágrimas,
la sequedad en la garganta
o los nervios de la tanda de penaltis.
Tus pensamientos corren más despacio
que el pie sobre el acelerador,
generales de hierro y un convoy militar
que contagia el miedo
sobre la nacional y otras carreteras secundarias
que nos llevan al mismo sitio.
Una llamada desde Barcelona,
un abrazo cálido a cambio de unos tickets,
de una comida en el barrio de las letras.
Al final de la autopista, la muerte.
El Mar.
Nosotros mirando las olas
como si nunca hubiéramos estado en un puerto,
en una playa,
como si nunca hubiésemos soñado con este momento
después de largos años
de pausa y silencio,
de gestos esquivos y daño.
Dónde has estado todo este tiempo, dije.
Aquí. Esperándote.
Aquí.
En este punto por el que pasean las imágenes,
las postales
y los imanes turísticos de la nevera.
Necesito ser explícito esta noche,
decir aquellas cosas que pensé que no podíamos decir,
todas las cartas llevan tu dirección postal,
el sello de un rey en el que no creímos
porque el morado es, esta vez, el color de la esperanza,
de la memoria
y de los sueños que juntamos
para seguir corriendo hacia adelante.
Creo que han dejado de seguirnos, amor.
Y pudimos respirar aliviados.