Cuando lees a Houellebeq, buscas a Huellebeq, así que de lo que no puedes quejarte es de que te den lo que esperas, y en eso rara vez defrauda Michel le provocateur : así que la historia sin esperanza de la caída de Florent-Claude Labrouste a los abismos de la nada comienza y acaba por el Captorix: un antidepresivo que te permite vivir con su chute de serotonina, pero que te priva de una parte de la vida porque no se te levanta. Así que, en tales circunstancias, y no se sabe si como causa o consecuencia, nuestro protagonista emprende un camino de -mas o menos- autodestrucción abandonando trabajo, casa, amigos y familia y refugiándose en el único hotel en el que todavía encuentra una habitación para fumadores.
Es Houellebeq y sale mucho París, y eso siempre mola. Menos brillante quizá que otras veces, igual de cáustico y entretenido. "Lamentaciones del macho occidental", dice Carlos Pardo en Babelia. Seguramente.