Revista Expatriados
Shah Shuja era el nieto del gran Ahmad Shah Durrani, quien a mediados del siglo XVIII creó un vasto imperio centrado en el Afghanistán actual y que incluía partes de Persia (la ciudad de Mahshad), casi todo el Pakistán actual, más Cachemira, el Punjab y la región de Bikaner. Ahmad Shah murió en 1772 y su hijo Timur Shah hizo lo que pudo para mantener intacta la herencia de papá con más ganas que éxito.
Shah Shuja era un príncipe educado, que amaba la literatura y detestaba la violencia. Tenía su punto de orgullo regio, que a veces hacía que se olvidase de que para ponerse chulo no sólo hay que querer; también hay que poder. En fin, que Shah Shuja no era ningún memo y tenía sus virtudes, sólo que no eran las virtudes adecuadas para un país en el que a los enemigos que son de tu parentela les sacas los ojos y a los que no, además les cortas las orejas y la nariz y, si te levantaste con el pie izquierdo, los empalas además.
Shah Shuja accedió al trono en 1803, cuando tenía 17 años, más porque se encontraba en el momento adecuado en el lugar adecuado que por méritos propios. En 1800 Shah Mahmud depuso a su hermanastro Shah Zaman, que era el hermano mayor de Shah Shuja. Como era de la familia y no le caía demasiado mal, se limitó a cegarlo. Shah Mahmud necesitó de poco tiempo para hacerse enemigos, algo sencillísimo en Afghanistán, pero que a él se le daba especialmente bien. En 1803, los sunníes afghanos, indignados por su cercanía a los qizilbashies chiítas, se le rebelaron y Shah Shuja, que tuvo la suerte de que pasaba por allí, se vio catapultado al trono. Una de sus primeras decisiones fue ejecutar al jefe que cegó a su hermano de una manera muy original: le llenó la boca de pólvora y echó una cerilla dentro. A su mujer e hijos se los cargó de una manera más normalita, bueno, normalita según los estándares afghanos: los ató a la boca de un cañón e hizo que lo dispararan. Si así era el príncipe literato que aborrecía la violencia, podemos imaginarnos cómo andaba el patio.
Shah Shuja heredó un país fracturado, que las caravanas comenzaban a rehuir a causa de su inseguridad. Menos caravanas, significaba menos ingresos para el Estado. Y menos ingresos significaban menos posibilidad de sobornar a jefes tribales para que se pasaran a su bando y menos posibilidad de reclutar mercenarios.
Con el Tesoro casi vacío y con pocas posibilidades de llenarlo, con el Shah de Persia al oeste buscándole las cosquillas, con el granuja de Ranjit Singh al este y con los jefes tribales levantiscos, para 1808 la situación de Shah Shuja era desesperada. Fue entonces que se dirigió hacia los británicos, en busca de una alianza que sustentase su frágil poder.
En octubre de 1808 llegó a Peshawar, que entonces era la capital de invierno de los reyes durranis, una embajada británica encabezada por Mountstuart Elphinstone. Los británicos quedaron impresionados con su apariencia, su refinamiento y la arrogancia que exhibía. No obstante, los agentes que enviaron discretamente a otras partes del país, les hicieron ver pronto que el brillo del rey era pura fachada, que detrás de esa arrogancia lo que había era un soberano al que no le llegaba la camisa al cuello y que sabía que en cualquier momento le podían mover la silla. El 17 de abril de 1809 Shah Shuja y los británicos firmaron un tratado defensivo, por el que el primero se comprometía a no permitir que su territorio pudiera ser usado por persas o franceses para amenazar a la India británica. Los británicos asumieron obligaciones recíprocas con Shah Shuja, que para entonces ya era un cadáver político.
Mientras los británicos estaban en Peshawar, la capital de verano, Kabul, y Ghazni fueron tomadas por los rebeldes. Cachemira, por su parte, había entrado en rebelión. Los dos nobles que fueron enviados con un ejército real para someter la provincia, se enemistaron y uno de ellos se pasó al bando rebelde. De los 15.000 soldados enviados contra los rebeldes cachemiríes, apenas 3.000 regresaron a Peshawar.
Shah Shuja pasó el mes de mayo formando un ejército con los supervivientes de la expedición a Cachemira y otros reclutas para enfrentarse a las amenazas que le venían del noroeste. El ejército partió en junio en dirección a Kabul. En Nimla la vanguardia fue emboscada y en medio de la batalla varios nobles, que habían sido sobornados, cambiaron de bando, pasándose al de los enemigos de Shah Shuja. Lo único que Shah Shuja rescató del campo de batalla fue su propio caballo.
Elphinstone y la embajada británica estaban aún de regreso y acababan de cruzar el Indo, cuando les adelantó la caravana que llevaba a las siete esposas de Shah Shuja y a sus concubinas y sirvientes (advertencia: he dicho que Shah Shuja fue un rey gafe, pero hubo aspectos de su vida en los que tuvo bastante más suerte que el hombre promedio). Elphinstone debió de pensar que menudo negocio había hecho.