Shah Shuja pasó los siguientes meses dirigiéndose a distintos nobles y gobernantes en busca de ayuda para recuperar su trono. Lo malo es que todos le veían como un peón muy interesante para promover sus propios intereses, poco más que una baza que utilizar en sus propias rivalidades. Finalmente uno de los nobles, Atta Mohammad, decidió que un peón que todavía conservaba algunas joyas del tesoro heredado de sus antepasados, era demasiado valioso como para que anduviese por ahí suelto. Lo encarceló. Los siguientes meses Shah Shuja los pasó en manos de un carcelero que de vez en cuando le pasaba un cuchillo por delante de los ojos para que no olvidase las buenas costumbres afghanas sobre el trato a los enemigos.
En 1813 el rey del reino sikh del Punjab, Ranjit Singh, derrotó al “anfitrión” de Shah Shuja y decidió adoptar él mismo ese papel, al menos hasta que Shah Shuja le hubiera entregado el diamante Koh-i-Nur. Ranjit Singh sabía ser tan convincente como un buen padrino de la mafia. Entre otras lindezas, tuvo a Shah Shuja metido en una jaula y le forzó a que viera cómo torturaba a su heredero, el Príncipe Timur.Ranjit Singh acabó obteniendo el Koh-i-Nur y la jaula de hierro de Shah Shuja se convirtió en una jaula dorada metafórica. Bueno, exagero que Ranjit Singh no era tan generoso. El encierro de Shah Shuja empezó a parecerse a un arresto domiciliario decentito. Ranjit Singh no quería dejarlo ir. Incluso sin el Koh-i-Nur era una baza política importante y todavía le quedaban algunas joyas para robárselas.
En 1814 Ranjit Singh invitó a Shah Shuja a que le acompañase en su campaña para conquistar Peshawar, donde Fatteh Khan Barazkai, cuñado y, por consiguiente, enemigo de Shah Shuja, estaba haciéndose fuerte. La campaña hubo de ser cancelada por problemas logísticos, por el retraso en la llegada de los refuerzos y por la traición de algunos aliados que hubieran debido auxiliarles. Pero todo no fue pérdida para Ranjit Singh. Durante la marcha el campamento de Shah Shuja fue misteriosamente saqueado. El ex-rey nunca dudó que Ranjit Singh había estado detrás del robo.
En 1815 Shah Shuja logró huir de las garras de Ranjit Singh junto con su harén. Fue una de las pocas veces que la suerte le sonrió, porque si escaparse uno solo es difícil, anda que no tiene que serlo escaparse con todo un harén.
Una vez libre, todos los esfuerzos de Shah Shuja se dirigieron a la recuperación de su trono, que sería la gran obsesión de su vida. Otros nos habríamos considerado felices con un harén y nos habríamos conformado con eso, pero parece que la erótica del poder es todavía más fuerte.
Shah Shuja acudió a algunos jefes de las montañas del Punjab que estaban enemistados con Ranjit Singh y les pidió su ayuda para conquistar Cachemira. La idea no era mala: Cachemira era una tierra rica y estaba en un estado de cierta confusión política. Si se apoderaba de ella, tendría una buena base de poder para lanzarse a la conquista de su reino. Y, nuevamente, la mala suerte se cruzó en su camino: Ranjit Singh se enteró de sus planes y se hizo con los fondos que estaba recaudando para la empresa. Para cuando consiguió recaudar otra vez fondos suficientes y comenzar a reclutar un ejército, sus planes ya eran un secreto a voces, el Gobernador de Cachemira se había apresurado a fortificar los pasos que conducían a la provincia y la temporada para las campañas militares tocaba a su fin.
Otro se habría quedado descansando en Ludhiana, disfrutando del harén, pero ya mencioné lo de la erótica del poder. A Shah Shuja le quemaba el culo por volver a ser rey. Se puso en marcha con su ejército cuando empezaba el invierno. Avanzaron por un paso que no estaba controlado y allí la mala suerte del ex-rey golpeó en forma de una fortísima tormenta de nieve. Sin poder avanzar ni retroceder, pronto se quedaron sin agua ni alimentos. Sólo Shah Shuja y un puñado de supervivientes, lograron regresar al Punjab.
En septiembre de 1816 los británicos decidieron conceder a Shah Shuja una pensión anual de 50.000 rupias. Se esperaba que permaneciese en Ludhiana con sus mujeres y que no diese mucho la lata (a los británicos, me refiero; sospecho que los británicos confiaban en que la historia del harén le mantuviera distraído). Un problema para los británicos es que en ese momento no deseaban involucrarse en la política afghana y, por tanto, no deseaban que su pensión se viese como un apoyo a las aspiraciones dinásticas del ex-rey. Shah Shuja, por su parte, deseaba transmitir la idea de que tenía todo el apoyo inglés para recuperar su trono.
Puede que Shah Shuja no tuviese suerte, ni fuese un buen estratega, pero no se puede negar que era inasequible al desaliento. Apenas llegado a Ludhiana se puso a trazar planes para recuperar Kabul (que ya son ganas, puesto a conquistar, yo me habría planteado conquistar Phuket o Boracay). A quienes le venían a visitar, les recordaba que su antepasado Tamerlán fue expulsado doce veces de Samarcanda. A él por el momento le habían expulsado una. Le quedaban once más.