Precisamente, gracias a un fenómeno físico que se llama “velocidad de escape”. La fuerza de la gravedad de un cuerpo celeste (la atracción que ejerce) hace que exista una velocidad de escape que la materia necesita superar para liberarse de ella. Concretamente, para “irse” de la Tierra, las moléculas deben tener una rapidez superior a los 11 km/s. Pero, como el oxígeno tiene una velocidad media inferior, no se escapa. Solo las porciones de este gas que alcanzan las capas altas de la atmósfera logran “evadirse”. Los planetas que no tienen atmósfera es porque producen gases que superan su velocidad de escape.
Podríamos decir entonces que ésta velocidad de escape es la velocidad mínima inicial que necesita un objeto para escapar de la gravitación de un cuerpo astronómico y continuar desplazándose sin tener que hacer otro esfuerzo propulsor. La velocidad de escape generalmente se da en términos de velocidad de lanzamiento sin tener en cuenta el rozamiento aerodinámico. Los objetos que se trasladan a una velocidad inferior a 0,71 veces la velocidad de escape no pueden conseguir una órbita estable. A una velocidad igual a 0,71 veces la velocidad de escape, la órbita es circular, y a una velocidad mayor, la órbita se convierte en una elipse hasta que alcanza la velocidad de escape y entonces, la órbita se convierte en una parábola. Por eso, a la velocidad de escape se le llama también velocidad parabólica. La velocidad de escape de un objeto desde un cuerpo astronómico esférico es proporcional a la raíz cuadrada de la masa del cuerpo, dividida por la distancia entre el objeto y el centro del cuerpo. La velocidad de escape aproximada de la Tierra es de 11,2 kilometros por segundo. La Tierra sigue conservando su atmósfera, después de más de 4.500 millones de años de su formación, porque la velocidad media de las moléculas de gas que componen la atmósfera es mucho menor de la que tendrían que tener para superar la atracción gravitatoria de la Tierra, incluyendo el oxígeno.