Siempre nos quedarán los recuerdos. Sobre todo los buenos, aquellos que alguna vez nos hicieron sonreír y creer que el Tiempo sería benévolo con nosotros y nos dejaría ser feliz mientras pasamos por sus frías aguas como si fuera el río de la vida. O para los más desafortunados, las aguas del río Estigia. Así que, los recuerdos que nos traen esas beneficiosas añoranzas, son los resquicios de una esperanza que nunca se pierde. Es ese "Siempre nos quedará París" de Casablanca; ese "Comienzo de una gran amistad". Siempre tendremos esos recuerdos porque nos hacen ver que es posible y necesario reírse del propio destino, ese concepto tan atroz al que echamos mano para consolarnos cuando las cosas van mal; para darnos esa furia necesaria para luchar contra los elementos nocivos que nos acechan para devorarnos en la noche y del que taparnos con las sábanas no van ahuyentar. Hay quien dice que vivimos en un constante Apocalipsis; y otros, en el mismísimo purgatorio. Yo no entiendo de esas cosas, pero espero que otros sí que entiendan que los recuerdos malos nos dañan sin ser recordados y que los buenos nos ayudan a caminar por el futuro. Únicamente sé que esos buenos recuerdos siempre estarán ahí y su función es positiva para el cerebro si los rescatamos del olvido al que los sometes los otros recuerdos, los de las malas experiencias.