No es fácil resistir a la tentación de machacar un filme que sabes que no te aporta nada. En mi caso, cuando quiero rebajar el tono de una crítica y evitar el puro despelleje a base de erudición e ironía, recuerdo las lúcidas palabras de Anton Ego, el estirado personaje de Ratatouille (2007). Tan eficaces y fundamentales me parecen que las tengo siempre presentes en mi blog (en el apartado ¿Criticar el cine?). Con Step up all in (2014) he tenido que aplicármelas a fondo una vez más, como la crema hidratante.
Step up all in es un filme generacional que explota un filón que ha devenido saga desde Step up (2006). Un filme, como tantos otros, que habla directamente a los adolescentes, que muestra del mundo adulto exclusivamente aquello que necesita para el argumento (jefes puretas, entornos de lujo, realities televisivos, malos tontorrones). El resto es pura ensoñación juvenil: problemas en grupo bien cohesionado, amoríos entre iguales, mochilas emocionales, retos personales... La única diferencia con cualquier otro tipo de cine es que la historia se desarrolla con una lógica imposible de encajar y sostener desde cualquier punto de vista narrativo.
Pero eso importa más bien poco, porque el público objetivo reacciona adecuadamente a los estímulos planificados: el principal, por descontado, los números de baile, abundantes y espectaculares; los predecibles retratos del líder y su chica (que aparece en todas, absolutamente en todas las escenas, con el ombligo al aire), el dilema entre la renuncia a los amigos o el triunfo a cualquier precio en la profesión, el aprendizaje de los errores y los reveses de la vida y el amor... Que todo esté pillado con pinzas, o mejor dicho, concatenado sin preocuparse de la más mínima coherencia argumental, es algo secundario, porque la película sabe a quién se dirige y qué se espera de ella. Step up all in es un eslabón más en ese cine que despreciamos a partir de un determinado nivel de experiencia o exigencia, pero que es determinante en ciertas etapas de la vida. Puede que después ya no lo necesitemos porque hayamos aprendido a detectar sus disparates y lagunas deliberadas; aun así, lo que es seguro es que habrá cumplido su función: allanar el camino a la ensoñación.