Hay obras en mi edificio. En el octavo, dos plantas por encima de la mía, han rehecho una cocina. No lo he visto, no lo he oído, me lo ha contado el portero. Las obras del 4C las veo desde la ventana de mi cocina. Abrí la ventana ayer y no queda nada. Una bomba de reforma ha explotado en el piso arrancando hasta las ventanas de cuajo y no hay nada, solo escombros. Me llevé una sorpresa porque me pareció una reforma muy radical y muy cara y más sorpresa aún porque pensé ¿qué era lo que yo veía antes? ¿qué he estado viendo estos dieciseis años cada vez que me asomaba a tender o destender la ropa? ¿Por qué no me acuerdo? ¿No me fijé? Sí, claro que me fijé pero con poco empeño porque pensé que siempre estaría ahí si necesitaba saber algún detalle. Si me concentro mucho siento un leve revoloteo de recuerdo: una cama con una colcha naranja, una silla de estudio, los pies de alguien en la cocina. Creo que madrugaban, que los que dormían en esa cama eran de los primeros en despertarnos a los demás al levantar su persiana. Un patio de vecinos es más un caja de música que un album de fotos. ¿Sonará temprano la persiana de los nuevos inquilinos? Intento pensar en los sonidos de mi casa que pueden resonar en ese patio. Nunca bajo la persiana y no pongo música mientras cocino. ¿Se escucharán mis podcasts? ¿resonarán las conversaciones que tenemos mientras cenamos en la mesa de la cocina con las ventanas entreabiertas?
Pienso en todo esto mientras María llega a mi cuarto y se acuesta conmigo porque se encuentra mal. Acaricio su brazo intentado que mi tacto sea un bálsamo para su dolor y descanse. Pongo en esas caricias todo mi empeño, quiero creer que puedo curarla, consolarla, ayudarla. Si lo creo muy fuerte a lo mejor funciona, dicen que las madres lo hacen. Casi diecinueve años y sigo sin creerme madre.
Funciona.
No hace ningún ruido mientras duerme. No lo ha hecho nunca. Es como si entrara en coma, como si se fuera, se marchara, de ese cuerpo que ha crecido tanto que me sorprende cada día. La recuerdo pequeña, acurrucada contra mí con manos que cabían en las mías. ¿Me fijé lo suficiente o pensé que siempre tendría tiempo para contemplarla? La miro en la oscuridad. No quiero que se me olvide.
Son las tres de la mañana y en el patio hay silencio.