Ha cambiado de gimnasio again. Sí, se ha propuesto batir un récord mundial. O algo. Eso sí, ahora es condición sine qua non que el nuevo centro deportivo tenga spa. Estará igual de fofisana que siempre pero, oigan, luce un hidratado… Las bondades de estar a remojo son indescriptibles. Una va después de una semana terrible con el cortisol tan disparado que le hace resoplar como Rocinante y las contracturas desaparecen. Si los usuarios se lo permiten, claro.
Ella descubrió el spa hace unos años. A los treinta y muchos. Le parecía algo accesorio, un esnobismo urbanita. Como los organizadores de bolso o la pedicura en verano. Cuánto se equivocaba. Es uno de los pocos minutos que le roba a su familia y a su horario de locos para estar consigo misma sin pensar en qué artículo, reunión, clase o nota de prensa viene después. Pero hay individuos que van al spa a socializar. Y por socializar entiende hablar a voz en grito en el baño turco o tratar de hacerse entender bajo el chorrito de marras. ¿De verdad que lo que tienen que contarse no puede esperar unos minutos?

Ahora, la enésima chorrada son las beauty parties
Normalmente estos ciudadanos poco avezados en la desconexión acuática han comprado un cupón en Internet. Y van a aprovecharlo, oh yeah. Los reconocerán porque están tan perdidos como en una biblioteca. Deambulan de un lugar a otros, sin respetar el circuito, ni los tiempos. Acaparan los chorros. No llevan gorro. Las señoras lucen bikinis flojos. Llevan chanclas de playa. Y no se duchan antes de poner un pie en el agua. Y hablan mucho. Muy alto.
La palma se las llevan las despedidas de soltera. Con sus grititos y palmitas tras las piscinas de contraste. Nadie les ha explicado a estos delicados seres que también deberían hidratar su educación. No se oxida. De verdad.
