“Me lo decía un compañero gallego: en Andalucía es donde se da más importancia, de todos los lugares de España, a la música autóctona. Y pienso que, en parte, lleva razón. Sólo en parte porque el andaluz de a pie sí tiene en cuenta nuestra riqueza musical, pero no así quienes pueden y deben – al menos lo proclaman reiteradamente en los periodos electorales – elevar el acervo cultural de este trozo de país”
Así arrancaba un artículo de Miguel Acal[i] de junio 1982. Si ese año se celebraron más de 100 festivales, casi todos subvencionados por los ayuntamientos ¿Por qué esa denuncia? Porque Miguel, muy vinculado a las Peñas, sabía que eran ellas quienes habían propiciado el milagro festivalero; que las ayudas municipales al flamenco eran muy inferiores a las destinadas a otras músicas y que, en definitiva, sin la iniciativa y el esfuerzo de las peñas pocos festivales se hubieran podido realizar.
Pulpón gestionaba la agenda: como él era quien representaba al 98% de los artistas en activo, su famoso “cuadrante” era fiel reflejo de lo que acontecía en la programación flamenca urbi et orbe. Se decía que ponía y quitaba a quién le daba la gana y es que nunca llueve a gusto de todos; aquellos artistas que trabajaban menos que otros compañeros se lo achacaban siempre al representante. Yo pasé muchas mañanas en aquella oficina, porque así lo requería la abultadísima agenda de José, y asistía en directo a las conversaciones de Antonio con los organizadores, generalmente peñas flamencas: éstos le pedían determinados artistas y Pulpón le preguntaba a Mari Valle, su secretaria, si estaban libres tal día… siempre la misma dinámica. Y es lógico; las peñas estaban gestionadas por aficionados con criterio y libertad para decidir su programación y afirmar lo contrario me parece hasta ofensivo.
El funcionamiento era el siguiente: Pulpón publicaba a principios de año un listado de precios donde figuraban la inmensa mayoría de los artistas en activo (Siempre al terminar la temporada negociaba los cachés de la siguiente aconsejando, invariablemente, no subir y el artista decidía). Una vez publicada la lista y enviada a las Peñas y Ayuntamientos se iban formando los festivales en función de las preferencias de los organizadores, de la disponibilidad de los artistas y del presupuesto. No había otro misterio.
Y los Festivales crecieron, a principios de los 80[ii], con un vigor sólo comparable a la extraordinaria calidad de los artistas en activo, a la masiva respuesta del público y al entusiasmo y esfuerzo de las Peñas Flamencas. Sin embargo quienes sabían cómo confeccionar un cartel atractivo y jondo ignoraban hasta el propio significado de la palabra “producción”. Pulpón, que generalmente se limitaba a contratar los artistas solicitados, tampoco entraba en esos pormenores y cuando le trasladaba las quejas de José sobre el sonido o cualquier otro inconveniente su respuesta era siempre la misma: Señora, El Cabrero ha triunfado, lo demás no tiene importancia. Pero la tenía porque, con una producción correcta se hubieran evitado problemas, achacables tanto a Pulpón como a los propios artistas y organizadores, que mermaban la calidad del espectáculo.
La desproporción entre lo que se invertía en la contratación de artistas y lo que se presupuestaba para el sonido o las infraestructuras era chocante y sólo algunos grandes festivales cuidaban ya estos aspectos. Pero se daban a veces carteles plagados de figuras con sonidos de tómbola; camerinos infradotados, insuficientes o inexistentes; barras revientaconciertos y dobletes imposibles. Poco a poco fueron mejorando y hoy se cuida más el sonido y no es concebible producir un festival sin contar con uno o varios camerinos para los artistas pero, en aquel tiempo, he visto bailaoras cambiarse detrás del escenario o un solo camerino para una docena de artistas (ellos volvían la cabeza cuando las señoras se vestían, y viceversa); camerinos sin espejo, sin agua y sin wc que obligaban a los artistas a utilizar los mismos lavabos que el respetable o dirigirse al bar más próximo y barras ruidosas funcionando, cerca del público, toda la noche (las barras abiertas durante las intervenciones musicales siempre me parecieron intolerables, salvo si están suficientemente alejadas del público y del escenario porque, entre miles de personas en silencio, basta con media docena bebiendo y charlando a voz en grito en la barra, para cargarse el festival).
Luego estaban los famosos dobletes, de los que José no quería ni hablar pese a que Pulpón le proponía, cada año, un buen puñado: “en uno de los dos sitios no voy a estar a mi altura porque las cuerdas vocales no son de plástico; no aceptes ni un doblete”. Así rechacé sistemáticamente todos salvo cuatro o cinco en toda su carrera y siempre por idéntico motivo: a petición de los dos organizadores que se habían puesto de acuerdo para que El Cabrero abriera o cerrara sus respectivos festivales. Recuerdo un Jerez/Alhaurín de la Torre la misma noche y, sobre todo, Paterna de Rivera/Festival Juan Talega de Dos Hermanas 1981 donde José estaba programado para cerrar. Chiquetete, que le precedía, tuvo que prolongar su actuación más de media hora porque se les estropeó el coche y tuvo que ir Pulpón a recogerlos. Llegó a casa consternado: cuando hizo su aparición en la sala se había formado un auténtico revuelo interrumpiendo los aplausos la actuación de Chiquetete, comportamiento que a José no le gustó nada: “Lo pida quien lo pida no vuelvas a firmarme un doblete más; una cosa es llegar tarde por un problema de tráfico o de salud pero ¿por culpa de un doblete? Sentí bochorno cuando me recibieron con aplausos y se olvidaron de Chiquetete que me estaba haciendo el favor de aguantarlos allí hasta las tantas. A mí me tenían que haber reprochado llegar tarde y los aplausos para Antonio. Ni yo ni el público estuvimos a la altura de las circunstancias pero yo menos que nadie y no quiero verme de nuevo en ese trance.
En muchas ocasiones fue José quien tuvo que prolongar su actuación para darle tiempo a llegar a algún compañero con doblete, circunstancia que siempre aprovechaba Pulpón para pintarle la cosa como normal – que lo hacen todos, Cabrero y hoy por ti mañana por mí – y pedirle que reconsiderara su postura. “Dile a Pulpón que mí no me molesta cantar el doble de tiempo si es preciso por echar una mano a quien sea y, como no conozco los problemas de cada casa, no juzgo a nadie pero no voy a hacer lo que creo que no está bien: no la hagas, no la temas”
Hace poco me pidieron que definiera, en una sola palabra, a El Cabrero. Me pareció superficial y castrante la pregunta pero no dudé ni un momento al responder: la coherencia.
[i] Ver en este blog “Un grito solo, desnudo, trágico… se modula solemnemente o se quiebra en mil pequeñas fiestas: el Flamenco (1981)
[ii] Ver en este blog: Creció el Flamenco y también el sentimiento de pertenecer a una tierra con grandes valores culturales que había que preservar (El Cabrero 1980)