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Sin recesión

Publicado el 09 marzo 2018 por Claudia_paperblog

Empecé a escribir un texto sobre el asco que me daba la sociedad machista en la que vivimos hace ya unos años, yo aún era una niña, tenía tan solo 19 años, y ya me daba cuenta de las injusticias del mundo, de la lucha que las mujeres siempre tenemos que llevar a cabo. Recuerdo que empecé a escribir llena de rabia, y la gota que colmó el vaso fue una simple revista para lectoras (y no lectores), cosa que ya dice mucho del tono de esa publicación. La portada era la típica de cualquier otra revista, llena de trucos para adelgazar, recetas de cocina, la nueva temporada de verano o el traje de baño que ocultará tus defectos. Sin embargo, no fue eso lo que me enfadó, sino la propaganda que venía dentro. De cada cinco páginas, como todos sabemos, cuatro son de publicidad. Pues bien, esa publicidad me indignó. Solo recuerdo un par de ejemplos, pero es que tuve que dejar de pasar páginas porque no me lo podía creer. Uno de los anuncios pretendía vender un pintalabios, pero para ello, la modelo aparecía con el torso desnudo (sin que se le vieran los pechos, claro, nunca se puede enseñar pezón), pero lo vi extremamente innecesario. Y el otro anuncio que recuerdo era de sofás, creo, y aparecía un hombre tumbado en el sofá y la mujer arrodillada en el suelo, en ropa interior y tacones, sacando la lengua. Me pareció repugnante cómo se juega con el cuerpo de la mujer, cómo se usa, mejor dicho.

Esta, por supuesto, es solo mi experiencia. Y la pequeña “anécdota” contada no hace referencia a algo que me haya afectado personalmente, es decir, esa publicidad no me ha agredido, insultado o tratado como a un objeto a mí, pero el feminismo es un movimiento de solidaridad, un movimiento que envuelve, y, aunque a ti no te afecte personalmente, te debe doler que se agreda, insulte o trate como a un objeto a otras mujeres. Te debe doler e indignar, deben saltar las alarmas, tu cerebro no se puede quedar tan tranquilo, como si no hubiera pasado nada, no puedes permanecer en silencio. Indiferente. Debes actuar.

Podría citar muchos casos de machismo que he vivido. En mi propia casa, por ejemplo, donde siempre llaman a las niñas para poner la mesa o para que ayudemos a nuestra madre, mientras mi hermano está en el ordenador.

Cuando tan solo tenía 16 años, estaba trabajando de au pair con una familia francesa, y un día que tenía libre decidí ir a la ciudad para hacer algo de turismo. Al verme en shorts, la madre de la familia me recomendó con una sonrisa en la boca que me pusiera pantalones largos, que era por mi bien (aunque en la calle estuviéramos a 28 grados), ya que al verme sola, algún chico podría decirme cosas o seguirme. La víctima culpabilizada, como siempre. Crecí y seguí viviendo con el machismo por todos lados, en la calle, en la universidad, en el trabajo, en la televisión, pero es esa clase de machismo del que ya ni te enteras porque lo tienes interiorizado. Sin embargo, cuando llegué aquí a Australia, hubo un par de días que me sentí muy mal porque vi cómo la misoginia y el sexismo me afectaban directamente. Conocimos a un francés, por ejemplo, que al pirncipio me cayó bien, pero luego vi que hablaba de las mujeres como si no fueran nada, solo un cuerpo al que follarse. Y me dijo una vez: Contigo yo no intentaría nada porque respeto a tu novio. Me quedé con la boca abierta, sin saber cómo mirarle o qué contestar. Menos mal que un amigo le respondió que primero me respetara a mí, que era a mí y no a mi novio a quien tenía que respetar y aplaudí sus palabras. A veces no estamos solas. Pero lo peor fue en la fiesta de Navidad del trabajo, donde el jefe trajo a unos amigos, de unos 40 años ya, que intentaban ligar conmigo y mis compañeras, que podríamos ser sus hijas, tratándonos solo como un cuerpo, alardeando de su coche o del dinero que ganan pensando que así podrían acostarse con alguna. También tengo que lidiar con la misoginia del jefe, que trata a mis compañeros hombres como a colegas e ignora al género femenino.

Hasta yo me he visto gestos machistas cuando critico a alguna mujer por cómo viste o por cómo se maquilla o con el lenguaje que utilizo. Y podría seguir con la lista de cosas cotidianas y no tan cotidianas en las que la mujer se siente inferior al hombre, pero por hoy me quedaré aquí.

Por último debo decir que, por una vez, estoy orgullosa de mi país, de la huelga histórica que se ha hecho, que será espero un referente para futuras generaciones, del movimiento feminista, que cada vez tiene más repercusión mediática, de los días venideros, donde solo se hablará de esto. Y espero que no solo se quede en algo simbólico, sino que, como bien ha dicho Iñaki Gabilondo, llegue el momento en el que tengamos todas y todos que posicionarnos entre un feminismo activo o colocarnos de espaldas a la justicia y a la historia.

Sin recesión


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