Aquí está una ligera muestra de lo que pretendía decir al final de la última entrada. La maravilla del arte es que, pudiendo no haber sido, es. (Esa también es la maravilla de la vida, no habiendo necesidad de que seamos, ¡somos!). Luego, otro punto distinto sería examinar, dentro de lo que es, qué obra es mejor que otra. Hace unos meses la Cátedra Jorge Oteiza organizó un curso titulado Juicio al arte contemporáneo donde se trató parte de esta cuestión. ¿Cómo se debe juzgar una obra de arte? No espere el lector encontrar aquí un listado de criterios, sólo una ligera sugerencia en la que llevo pensando algún tiempo: la sinceridad.
A lo que me refiero con este aspecto es a que la sinceridad de una obra consigue dotarle de un peso que le resta la artificialidad. ¿Por qué tienen tanta fuerza las biografías, los testimonios, etc.? Porque los tomamos como "basados en hechos reales". No es imprescindible para un buen poema que realmente sintiese lo que dice (la mayoría de veces ni lo sabemos), pero cuando sabes que lo sintió, que aquello que cuenta ocurrió de verdad, la fuerza es mayor. Las ficciones, ficciones son. Hay un pacto sellado entre artista y espectador en el que se incluye que los límites entre la realidad y la ficción son tan difusos que ambos constituyen una verdad (verdad estética, se entiende, si es que existe ese término).
Qué diferentes son dos obras vistas desde este aspecto. Por ejemplo, sostengamos en una mano Los enamoramientos de J. Marías y, en la otra, Verde agua de M. Madieri. Puede que en apariencia traten temas distintos, pero hay un fondo (que es el núcleo de ambos) que es semejante: el impacto y la repercusión de la pérdida de un ser querido. En el caso de Madieri es un familiar por lo que es fácil entender la sinceridad. El otro libro no es que resulte poco sincero por no tratarse de un familiar, sino porque los razonamientos de la argumentación, los diálogos y monólogos interiores de la protagonista son demasiado artificiosos. El puntillismo perfecto que había logrado en obras como Tu rostro mañana se convierte aquí en un barroquismo infumable que no se sabe muy bien a dónde quiere llegar. El autor trata de meterse en la cabeza de una mujer, pero a la hora de transmitir pensamientos y sentimientos como tal se queda a la mitad. Habría que aludir a más aspectos para que la crítica a esta obra estuviese fundamentada, sin embargo, por lo que corresponde a la comparación con el otro libro y al tema de la sinceridad estética basta ya.
