Revista Cultura y Ocio
“Yo no soy argentino, soy internacional”.
Leandro Gato Barbieri -así, Gato, sin artículo adelante-, dejó el letargo y volvió a las raíces. Traducción para el desentendido: el músico argentino de jazz más reconocido en el mundo, pues si no es él pega en el palo, ha vuelto con un disco clásico y bello.
EL JAZZ Y QUIEN ESCRIBE
Mi relación con el jazz es, como decirlo, rara. Quizá rara sea una palabra que no termina de decir mucho, pero vamos a tratar de hacernos entender.
A pesar de ser un estudioso de la música en todos los sentidos, no puedo evitar con el género algunos prejuicios estúpidos que ya, casi, me termino de sacar de encima.
Por empezar, soy joven y, como todos sabemos (generalización número uno, ¡imposición del mundo globalizado!) el jazz es música para viejos: nosotros escuchamos rock. Error. Por seguir, el jazz es una música demasiado compleja, decir que te gusta es ser pretencioso y querer quedar bien: el jazz es una bobada que sirve para poner de fondo en los restós y que la gente no joda. Música para ricos, música difícil de entender, música que en el siglo XXI no queremos. No me vengan con eso de la libertad, es todo un verso. La libertad ni siquiera existe, es una invención del ser humano para tener esperanzas de algo en su miserable vida (y la esperanza es otro verso terrible, en fin).
Pero volvamos al jazz. Quien esto escribe, toca. Ejecuta un instrumento, digo. Musical. Y un día decide profundizar sus conocimientos, volar hacia otros territorios, cultivarse, abrir la cabeza y todas esas frases que se usan. Y llega, sí, claro, el jazz, quizá la música moderna más interesante para analizar y ejecutar, en especial para desarrollarse como armonizador e improvisante.
Y era jodido el jazz, nomás. Pero no tanto: el mundo trata de mostrarte cuán difíciles son las cosas para que consumas las que se comen más fácilmente. Por eso el tango murió unos años, porque era aburrido y -¡oh!, casualidad- para viejos, y el Club del Clan era en aquel entonces para los pibes piolas, para la buena juventud… no esa mersada de conventillo que cantaban viejos borrachos. (¿El “rock” de ahora será el Club del Clan de algo que estamos dejando olvidado en algún cajón?).
En fin… de a poco voy entrando en ese mundo, gracias a tipos como Miles Davis -y sí, es la puerta de entrada para todos de Kind of blue para acá-, Pat Metheny y Chet Baker, por citar a los tres artistas que más me agrada escuchar (tan sordo no soy). El universo jazzístico es complejo, inmenso e indefinible, pero a medida que te vas metiendo en él descubrís que, como en todo género, hay algunas pautas que se repiten.
A seguir nadando, entonces.
Pero volvamos a lo que les contaba en un principio. El sello Melopea publicó a fines del pasado año 2010 el nuevo álbum de Gato Barbieri, que se llama New York Meeting, y el pibe que escribe esto tuvo el gusto de hablar -no vamos a mentir, en verdad la cosa fue por mail- con Néstor Astarita, la batería del jazz argentino, y Litto Nebbia, productor del disco, cara visible y fundador de Melopea, más todo lo que ya saben. Primero voy a dejar que ellos cuenten un poco cómo fue el armado de este encuentro neoyorquino, después haré yo lo que pueda y me dejen mis míseras capacidades de análisis musical.
El cuarteto que grabó New York Meeting.
NEW YORK MEETING: EL PROYECTO
Todo lo que sucedió para que fuera posible el disco en el que Barbieri vuelve al jazz de impronta clásica surgió de la mente de Néstor Astarita, compañero inseparable de Gato en aquellos años sesenta de zapadas interminables en boliches como Jamaica, Jazz & Pop y Mr. Jazz, donde compartieron escenario con ilustres visitantes: Ella Fitzgerald, Stan Getz, Jim Hall y Hermeto Pascoal... Astarita guardó la idea en su cabeza de un buen tiempo a esta parte, y alcanzó con que se la contara a Litto Nebbia para que todo se pusiera en marcha. Las charlas de enlace Buenos Aires-New York comenzaron a ser frecuentes entre los viejos compañeros, y la idea fue prendiendo aunque era algo difícil de llevar a cabo. Los bocetos de lo que iba a ser surgieron por teléfono y los amigos prontamente conformaron un cuarteto que completan David Finck en contrabajo -“Pepe Oreja y uno de los más maravillosos contrabajistas con los que toqué”, según Astarita- y Carlos Franzetti, “un pianista divino”, tal como precisa Litto.
El repertorio lo fueron conformando Barbieri y Astarita: “En uno de los ensayos telefónicos que teníamos con Gato, en un momento me preguntó qué música quería incluir en el disco y yo le dije que en principio podíamos hacer la onda que hacíamos en Jamaica pero hoy, con alguna cosa nueva como por ejemplo Equinox (Coltrane) o Prepárense (Piazzolla), que eran dos temas que no tocábamos allá por los ’60”.
Como anécdota de la grabación, Néstor no dudó en destacar la antológica grabación del clásico de Coltrane, que así nos relata: “A pesar de que los temas son totalmente atemporales -y que son un pretexto para improvisar, como decía Baby López Furst- con respecto a Equinox se dio una cosa muy particular: cuando lo ‘pasamos’, yo comencé con un ritmo de milonguita muy sutil en los platillos a ver qué pasaba -forma que utilizaba mucho con el trío con Litto Nebbia - y Franzetti se prendió como loco y David también, ni lerdo ni dormido... imaginate Gato cuando escuchó esta base, con semejante línea melódica se prendió feliz a su juego con ese sonido de águila dueño de las alturas, ¡que cuando cantan se abren las montañas y el arco iris muestra todo su esplendor!”.
La grabación se llevó a cabo durante el mes de febrero del pasado año en los estudios Twilz Record de New Jersey, con Manfred Knoop como ingeniero. Astarita viajó para grabar en las sesiones y volvió con las tapes. A su regreso, junto a la dupla Mario Sobrino-Litto Nebbia se encargó de la mezcla final.
Litto asegura que es un honor poder ser parte de este proyecto, pues Melopea ya había editado en 2005 un excelente disco del hermano de Gato, Rubén, que incluía la banda sonora de la película El perseguidor (1962) -compuesta por el trompetista- y once piezas, diez de ellas versiones, extraídas de presentaciones radiales. En Radio auditions y El perseguidor participaba Gato, en los temas de la banda sonora del film que protagonizaba Silvio Renán. Pero, paradójicamente, New York Meeting es el primer álbum íntegramente suyo publicado por un sello nacional. Dice Litto: “Admiro desde muy jovencito a Gato, el único saxofonista argentino reconocido y súper respetado en el real mundo del jazz... por su sonido y su capacidad de improvisación. Ha grabado con Don Cherry, Carla Bley, Oliver Nelson y miles de la verdadera pesada. Empezó su verdadero reconocimiento cuando compuso para el film de Bernardo Bertolucci El Ultimo Tango en Paris, con Marlon Brando; además que desde los ‘80 ya desarrolló su carrera como solista a nivel internacional”.
Néstor retruca y pide, por favor, recalcar que “esto, sin duda alguna, fue gracias a Litto”.
NEW YORK MEETING: LO QUE SE ESCUCHA
El álbum arranca con ésa grata sorpresa que en parte cuenta más arriba Astarita: la milonguera adaptación que el cuarteto realiza sobre Equinox de Coltrane, donde la base conformada por Finck y Néstor abre el juego para el ingreso del saxo de Barbieri, que primero susurra la melodía, luego deja un espacio para que se liberen los otros tres nenes y para culminar arremete con esas notas profusas que paran los pelos. Sí, todo eso sucede apenas pasados los primeros dos minutos de comenzado New York Meeting.
Cuando comencé a meterme en esto del jazz, una de las cosas que me incomodaba era aquello de escuchar a cada uno hacer lo que se le antoje. Supongo que es algo difícil para todos los iniciados en el género acostumbrarse a ese vuelo, a la famosa libertad que presume el que sabe tocar y escuchar jazz. Si bien -en especial para quien lo ejecuta- esta bella música tiene sus pautas iniciales, a la hora del despegue llega un momento en que lo que escuchamos es la elevación de cuatro músicos, estudiosos y preparados, sí, pero mutando en el momento de la ejecución en entes decodificadores de algo oculto en su interior, algo profundo que quizá ni ellos comprendan. Pero mejor continuemos con el disco, me estoy yendo a lugares que no quiero.
El que sigue a Equinox quizá sea mi momento favorito: It’s over, el único tema compuesto por Gato, reversión de la pieza que componía el soundtrack de Last tango in Paris. Esta vez menos erótica y latina que la original -por cuestiones lógicas- termina de dejar en claro que aquí la línea del disco va por caminos más redondos... todo lo redondo que puede ser un cuarteto de jazz con un baterista tirando lo que tira Astarita a lo largo del track y del álbum. Quizá lo que más me guste sean los vaivenes rítmicos, podrían describirse incluso como emocionales, y el chirrido final del saxo termina de decir que sí, se terminó.
Pero recién estamos empezando, y el siguiente homenajeado es Ástor Piazzolla. Dejo sonar Prepárense y voy cayendo en la cuenta de que Barbieri va subiendo escalones entre tema y tema, y aquí llega a su momento de mayor estridencia sonora en el disco. Franzetti y Finck también se van animando más, y al momento de la zapada del contrabajista el laburo de ambos se me hace magnífico; no sé si quedarme con el soleador o con el rítmico acompañante.
Lo que sí sé es que ellos saben. Hacen lo que quieren, y lo que quieren suena bien.
Gato en Italia circa 1962. Al lado, con Baby López Furst y Astarita en Santa Fe circa ’60.
En Straight no chaser, Gato y Carlos dibujan la melodía juntos, mientras la base mantiene el tema casi a escondidas, para que se destaque. De a poco van jugándose más, y sí, zapan todos con destreza. Como dijo más arriba Astarita: “los temas son un pretexto para improvisar”.
Arranca, pegadita, la pieza de jazz que me más me moviliza. De todas las que escuché. (Y para tocar, también es genial). Blue in green. No les voy a pedir a los muchachos que mejoren la original pero sí les agradezco haber dejado fluir la música como lo hicieron. El protagonista excluyente es el piano de Franzetti, soltando la belleza de esa inolvidable melodía primero, y zapando luego. ¿Barbieri? ¡Brilla por ausencia!
Gato vuelve en el siguiente tema, para traernos el sosiego con Someday my Prince will come. Pero no se aguanta del todo y dispara sus notas al toque, para luego darle paso a un Franzetti que va a mil y cede el mando a David Finck para que todo repose y Astarita marque cuatro: a empezar de nuevo y poner las cosas como al principio, en un marco de reposo necesario para culminar.
“Ya que vamos a terminar, terminemos en serio”.
Quizá lo dijeron, quizá no. Pero quiero intuir o creerme que sí, que dejaron So what a lo último para dejar lo que quedaba, el último aliento, ahí grabado. Empieza el juego, casi al revoleo, con la batería y el piano. Pero para que empiece de veras So what, para que te des cuenta de que es, tiene que empezar la línea del contrabajo. Cabe aclarar para los desprevenidos que So what es un tema en apariencia simple en cuanto a lo armónico, con tan solo dos acordes, pero con una vuelta... ¡difícil de calcular! (Pruébenlo en sus casas). Comienza la famosa línea de contrabajo y así se interna Barbieri en este último vuelo, con sus sobreagudos y aquellas notas largas y agónicas. Por supuesto, todos zapan para despedirse, en algún momento se miran, imagino, vuelven a la base, y cuando el jazzman argentino más mundial mira a los otros y estira la nota final, al unísono dicen basta. Y los cuatro van juntos hacia esa unidad sonora que es difícil de apreciar en un comienzo, pero cuando te vas metiendo comienza a silbar.
Eso que los jazzistas viejos llaman la libertad.
Al final, no era verso.
Néstor Astarita y sus amigos tambores.
[BONUS TRACK: ANECDOTARIO]
Aproveché la bondad de Néstor para pedirle un par de anécdotas de su vida con Gato, y accedió gentil. Los dejo con él, que da al texto un gran cierre.
La boquilla:Tengo mi corazón lleno de momentos imborrables con Gato y Baby en toda mi feliz vida de músico de jazz. Cuando terminábamos de tocar en Jamaica íbamos a casa de Gato a escuchar a Miles y a Coltrane y Gato se ponía a modificar su boquilla del saxo, ya que antes de salir le había colocado un poco más de Poxipol 10 minutos y así se pasaba las horas buscando su columna de aire, poniendo, limando y tocando para probar. Por supuesto, un día la encontró...
Gato bromista: Gato era muy serio, despistado e introvertido, nunca hacía bromas. Lo más pesado que le vi hacer fue ponerse un calzoncillo a lunares enorme, ¡y bailar un tema de Coltrane con ritmo de rumbita!
Jazzista olvidadizo:Dentro de sus distracciones, creo la más grosa fue cuando se levantó a la mañana, se puso sus anteojos oscuros y su piloto azul ¾ y agarró el saxo... Entonces Michelle, su jazzera e inseparable mujer le dice 'Gato querido, ¿dónde vas?', y Gato le responde 'a… a… al ca… ca… canal querida'. '¡Bueno... entonces ponete los pantalones!'.
Tocar emocionado: Una musical. Una vez estábamos tocando en un recital al aire libre en Santa Fe -parecía un recital de Sandro de la gente que había- y en un momento Gato emite un sonido, una frase que me atravesó el corazón… no me lo pude bancar y me quebró, ¡no podía parar de llorar! Terminé tocando y llorando, fue muy hermoso poder sentir eso, creo que es un momento de éxtasis supremo que se lo deseo al mejor amigo músico.