Revista Expatriados
Se me ha olvidado cuándo fue la última vez que oí la expresión “realizarse en el trabajo” sin que me entrase una risa floja. También se me ha olvidado cuándo fue la última vez que vi la palabra “trabajo” utilizada en la misma frase que la palabra “placer” o la palabra “disfrute”. Hace poco hablé del tema con un grupo de amigos. Había gente que trabajaba en el sector privado y gente del público. Teníamos hasta un parado reciente. Únicamente nos faltaba algún trabajador por cuenta propia. A todos les pasaba como a mí. La definición más extendida de “trabajo” era: “esa actividad que me ayuda a pagar las facturas a final de mes”, definición que con la crisis se está convirtiendo en: “esa actividad que me ayuda a pagar algunas facturas a final de mes.”
Curiosamente, hablando entre nosotros, establecimos todo un elenco de “cosas que pueden hacer que el lugar de trabajo sea un lugar apestoso”. Se nos notaba que conocíamos bien el tema. En cambio se nos ocurrían menos ideas sobre cómo convertirlo en un lugar agradable. Tal vez sea falta de experiencia. Resumo algunas de las ideas que comentamos:
+ Sobre los jefes: Hubo discrepancias entre los del sector privado y los del público sobre cuál es el peor tipo de jefe. Los que venían del privado afirmaban que el peor tipo de jefe es el trepa sociópata, que sólo piensa en satisfacer a los superiores y cumplir objetivos. Los del público decían que el peor jefe posible es el político o amigo de político que está en el puesto por sus conocidos, no por sus conocimientos y se cree que lo sabe todo y no se deja asesorar.
En mi opinión el jefe trepa y sociópata puede ser bueno para la organización, pero es el peor para los empleados. En el corto plazo puede lograr resultados impresionantes gracias a su manera de forzar la máquina. Sus métodos no son sostenibles, pero él pasa, porque para cuando eso ocurra ya espera estar en otro puesto más elevado que el anterior. Eso sí, mientras tanto la oficina se convierte en un vivero de enfermedades mentales y el uso de ansiolíticos y antidepresivos se dispara.
El jefe político o amigo de político es malo para la organización, pero es vivible para los empleados. Es malo para la organización porque no para de meter la pata y es disfuncional. En cambio, los empleados pueden adaptarse a él. Todo consiste en seguirle la corriente y decirle que sí a todo. Desmoraliza, pero no te tienes que dejar una pasta en ansiolíticos.
+ Sobre las nuevas tecnologías: Hace muchos años, cuando estábamos en los albores de la edad de la información, nos vendían que las nuevas tecnologías nos traerían la civilización del ocio. Seríamos capaces de hacer muchas cosas en poco tiempo, con lo que jornadas de 20 horas semanales bastarían. Fuimos tan ingenuos que algunos hasta nos lo creímos. La realidad es que las nuevas tecnologías han borrado la distinción entre trabajo y ocio. Ahora el tiempo de trabajo invade las horas de ocio y se espera que gracias a las nuevas tecnologías estemos conectados al trabajo las 24 horas por si surge una emergencia. Por cierto que el concepto de emergencia ha cambiado. Ahora emergencia es cualquier ocurrencia que tenga el jefe y que quiera discutir en ese mismo momento, aunque sean las 10 de la noche.
Uno de los inventos más criticados es el del correo electrónico. J1. que trabaja en el sector financiero contó que en su trabajo se da por supuesto que durante el fin de semana uno consultará los correos del trabajo y responderá a los más urgentes. Nada causa peor impresión en su oficina que se te vea que el lunes tienes que dedicar las primeras horas a responder los correos que recibiste durante el fin de semana. J2. (sector servicios y jefe regional de su compañía) cuenta que pasa las dos primeras horas de cada día respondiendo correos electrónicos y mientras el trabajo amontonándosele. Otra propiedad de los correos electrónicos es que cada uno que envías puede generarte un número abrumador de respuestas.
Yo he empezado a ver el correo electrónico como un enemigo y cada vez que suena el pitido en el ordenador de que me ha entrado uno nuevo, el corazón se me acelera. Me sucede ya que cada vez me emociona menos recibir correos electrónicos de mis amigos y cada vez tardo más en responderles. Después de haber leído 60 ó 70 correos en el trabajo y haber escrito unos 30, lo último que me apetece en casa en hacer otro tanto, aunque sea con mis amigos.
De los teléfonos móviles ni hablo. Eso de que el jefe pueda llamarte a cualquier hora a propósito de su última genialidad, no tiene nombre.
+ Sobre los horarios: Es muy español confundir buen trabajador con persona que está muchas horas en la oficina. La productividad no cuenta. Cuenta el número de horas que se te vea en la oficina. Ah, y que no se te ocurra salir cinco minutos antes que el jefe. Tienes que estar siempre disponible por si te llama. Por cierto que existe un tipo especial de jefe sociópata al que pone cachondo convocar reuniones a las siete y media de la tarde.
+ Sobre las recompensas: Estuvimos de acuerdo en que una de las experiencias más desmotivantes en la oficina es cuando no hay correlación entre el trabajo hecho y las recompensas. Es especialmente sangrante cuando ves que los incompetentes progresan o aquéllos que son especialmente buenos en hacer contactos y sólo en eso. De esto se quejaban especialmente los que venían del sector público, pero los del sector privado avisaban que ese fenómeno empieza a darse también cada vez más en las empresas.
Terminamos la reunión deprimidos y desmotivados, casi casi con el mismo estado de ánimo con el que vamos cada mañana a trabajar.