‘Europa, Europa': buscando la dignidad en la supervivencia
por Antonio BazagaUn fotograma de la película ‘Europa, Europa’.Hay películas icónicas que resisten perfectamente el paso del tiempo, que trascienden su guión concreto para convertirse en metáfora de algo mucho mayor. Son de nuestras preferidas para esta sección, que hoy se detiene en ‘Europa, Europa’, dirigida en 1990 por la polaca Agnieszka Holland. Un gran trabajo, que nos coloca frente a los pliegues más incómodos de la piel humana y de una Europa que a menudo no sabe quién es ni quién quiere ser.En 1873, en su ensayo Sobre verdad y mentira en sentido extra moral, es decir, más allá de la moralidad en la medida en que esto es posible, Nietzsche describe al hombre como un animal cognitivo que se caracteriza por fingir para sobrevivir.Este pensamiento (discutible según otros autores contemporáneos en filosofía), junto a la definición de Camuflaje como la adopción evolutiva por parte de un organismo de un aspecto parecido al medio que le rodea con el fin de pasar desapercibido para los posibles depredadores, podrían ser los términos si no exactos, sí claros, sobre los que se sustenta la película que hoy les planteo, si no fuese porque los asuntos que trata, aunque puedan parecer, de refilón, meras ironías, van mucho más allá de dichas definiciones.En 1990, la directora polaca Agnieszka Holland dirige Europa, Europa, coproducción cinematográfica de Alemania, Francia y Polonia. Adentrarse en esta película necesita en mi opinión, nunca genuina pero espero sí legítima, de dos ejercicios, el primero y quizás el más básico, tener un cierto conocimiento de la historia que decora el filme con la idea de no dejarse caer en el obtuso tobogán de la aventura, y el segundo abandonar durante su visionado, tal como lo hace su directora, enjuiciamientos posibles (difíciles de no plantearse) y permitir que estos afloren una vez que la pantalla se apague y el discurso autónomo de sus cerebros vague en libertad para imaginar encontrarse en esa situación, en ese espacio y bajo ese régimen.Holland, basándose en la historia real de Solomon Perel -sí, quienes ya la hayan visto pensarán en el manido pero cierto discurso de “la realidad supera la ficción”- nos cuenta la historia de Solly, un adolescente judeo-alemán que a los 13 años, y tras sufrir la crueldad de la noche de los cristales rotos, la pérdida de su hermana y la escapada de su familia de Alemania a la Polonia ocupada por los rusos durante el período del pacto Hitler-Stalin (agosto de 1939), es apartado de su familia, y que tras numerosas vicisitudes pasará por distintas y extremas experiencias. Entre ellas, la separación de su hermano en plena huida, su paso por un orfanato regido por el gobierno soviético, su adoctrinamiento y la incorporación a la Juventudes Comunistas, para, una vez que Hitler invade Rusia, ser capturado por el ejército alemán y, con la intención de salvar su vida, hacerse pasar por un alemán étnico, convirtiéndose a su pesar y por casualidad, en un héroe que será enviado a una escuela exclusiva en Alemania dirigida por la organización de la juventud de Hitler. No les cuento más que quiero que la vean.La directora polaca Holland crea, ya desde su título, un filme sustentado en la paradoja. Recrea en la historia del joven judío sometido por el destino e incluso por el más absurdo azar, el afán incontestable, salvo para los mártires, de la supervivencia. Sobrevivir no parece tener otro pensamiento rival en la mente de un adolescente al que la vida pone a prueba durante esa edad en que se forman, a través de la búsqueda y la experiencia, la identidad, la personalidad o el despertar intelectual y sexual.Solly, en su absurdo camino trazado por la casualidad, llevará grabadas en su mente las dos frases que a modo de exhortación le expresaran sus padres, antes de separarse para siempre. La del padre: “No olvides quien eres”; la de la madre: “Sigue vivo”.La del padre no podrá olvidarla a su pesar, pues por mucho que intente camaleonizar su existencia y encontrar la tranquilidad en su proceso personal, el peligro a ser descubierto siempre estará acechando entre su ropa interior, lo que le hará recordar que la supervivencia le ha hecho sacrificar a la persona que cree que debería haber sido. La circuncisión como metáfora constante de la estúpida concepción del totalitarismo y su recorte de libertades, más fácil de conseguir a través del miedo y la culpabilización del diferente, que de tus propias vergüenzas.La segunda, la de la madre, tatuada en el corazón de un niño indefenso para el que vivir es su única razón y su vida, su única pertenencia.Por supuesto, como hasta ahora en esta sección, también Europa, Europa se vio cercada de controversias. Esa Europa de la que habla no parecía estar preparada para este discurso; dudo que aún lo esté, tanto así que la versión alemana se distribuyó bajo el título (Hitlerjunge Salomon, Joven hitleriano Salomon), censurando así el doble pronunciamiento del Viejo Continente, que era su nombre real.Tuvo pues un frío recibimiento en el país germano; sus autoridades no le pusieron buena cara y un comité de productores alemanes se negó a que el filme les representara como película de lengua extranjera al premio de la Academia de Hollywood, alegando entre otras cosas que estaba mitad hablada en alemán y mitad en ruso, colocándose así en evidencia sonrojante frente al discurso que enfrenta la película.Un grupo de cineastas relevantes de Alemania escribió una carta pública en apoyo del filme y la Academia de Hollywood la nominó ese año a mejor guión adaptado junto a cintas como El silencio de los corderos o J.F.K. Caso abierto, perdiendo el estado Alemán la gran oportunidad de abanderar un trabajo que confronta la identidad y libertad personal frente a los dogmatismos más cerrados y las locuras más vergonzantes del siglo anterior.No esperen aquellos que aún falten por verla una película de género, sino más bien un extraño pero atinado conglomerado de ellos, salpicado por una ironía certera y una generosidad de recursos que acercan al espectador tanto a comprender y sentir al ser humano como a aborrecerlo y despreciarlo. No sin que la sonrisa y la esperanza estén presentes al acompañar a Solly en su periplo vital, personaje interpretado por un delicioso Marco Hofschneider, que acapara la historia y la pantalla con su espléndida naturalidad, acompañado por un plantel de actores más que solventes, entre ellos una joven Julie Delpy, a los que rodea una puesta en escena y una dirección artística contundentes.Esta impactante película se merecería páginas y páginas de comentarios para poder hablar de tantos pensamientos que suscita: la degradación, la picaresca, la religión, la pérdida, la desolación, la manipulación, el fingimiento… Y de cada uno de sus personajes, pues todos ellos simbolizan todas y cada una de las actitudes y sentimientos que se quieren contar. Nada está al azar.Vean pues esa Europa, que no acierta a saber qué Europa es, ni siquiera qué Europa quiere ser. Ese baile fantasmal, como en uno de los sueños del protagonista, en el que un Stalin y un Hitler abrazados en una especie de vals que argumenta cómo ambos dictadores pactaron entre sí el reparto de la vieja Europa, para luego arrojarse las armas, y que muestra lo irracional de la conducta humana y su envanecida ambición.Vean la estúpida obsesión de unos pocos por el miedo al otro, el adoctrinamiento ridículo que llevó a millones de personas acorraladas a convertirse en cómplices de una absurda y cruel locura, la farsa ideológica.Vean las dificultades y sacrificios de una guerra, el miedo, la condena de sobrevivir bajo el Tercer Reich.Vean una buena película y, sobre todo, el afán de un ser adolescente por encontrar algo de dignidad en la supervivencia. Porque, como dijo Esopo: “Es fácil ser valiente desde lejos”.Y por favor, luego no olviden.