Revista Expatriados

Sobre genocidios (2)

Por Tiburciosamsa

En el texto anterior había que leer "hutus" donde ponía "ruritanos" y "tutsis" donde decía "menengueles". Era una adivinanza difícil porque todos los genocidas se parecen. Con un par de cambios un texto de la Alemania nazi podría ser reutilizado por un khmer rojo camboyano y las estrategias seguidas por un serbio en Bosnia no se diferencian de las empleadas por un croata. Sí, en contra de lo que se nos vendió en su día, afirmo que ambos eran igual de hijoputas. Nunca entendí porqué nos obcecamos en convertir a unos en los buenos de la película.
Lo primero que hace el candidato a genocida es realizar una relectura interesada de la Historia patria. Se reescribe la Historia en blancos y negros, olvidándose los grises. Los hutus simplificaron la Historia precolonial, reduciéndola a una mayoría de campesinos hutus oprimida por una élite ganadera tutsi. La realidad había sido mucho más compleja. Por desgracia, nos gustan las historias sencillas de buenos y malos y no nos gustan las complicaciones. En Sri Lanka, los ultranacionalistas cingaleses reescribieron la Historia nacional y la convirtieron en el relato del enfrentamiento entre reinos tamiles hindúes y reinos cingaleses budistas. Una de las reescrituras de la Historia más paradójica es la de los serbios: lloran la derrota de Kosovo Polje en 1389, que supuso su sojuzgamiento por los musulmanes otomanos. Pero no dicen nada de la batalla de Nicópolis en 1396 en la que un ejército cruzado que marchaba para liberar los Balcanes y socorrer Constantinopla fue destrozado por esos mismos otomanos... asistidos por sus ahora aliados serbios. Los nazis alemanes llevaron este historicismo al paroxismo, inventándose una Historia delirante de razas arias, que sólo existieron en su imaginación. Pero la manipulación de la Historia que hicieron también se refirió a la Historia más cercana: la leyenda de que Alemania perdió la I Guerra Mundial porque los judíos y los comunistas la apuñalaron por la espalda. La realidad es que en noviembre de 1918 el Ejército alemán estaba al borde del colapso y esa realidad se le había ocultado con mucha habilidad al pueblo alemán. Otra alternativa a la reescritura de la Historia es su negación pura y simple. Los colonos anglosajones la aplicaron con gran arte en Norteamérica: los indios norteamericanos eran parte del paisaje, sin una Historia propia, y podía disponerse de ellos como se dispone de las malas hierbas. Jefferson estimaba que los indios sólo tenían dos opciones: o retirarse al este del Mississipi o convertirse en ciudadanos de los Estados Unidos y decía que esta segunda opción "sería la terminación de su historia más feliz para ellos mismos [se refiere a los indios]. La posibilidad de que los indios prefiriesen tener una historia propia en las tierras que habían ocupado durante generaciones, no se le ocurrió. Y Jefferson era amable comparado con el historiador Francis Parkman, que afirmó que el destino de los indios era "fundirse y desvanecerse ante la marea creciente del poder angloamericano."
Un componente importante de esta reelaboración de la Historia es el de que la mayoría lleva mucho tiempo tolerando las trastadas que les hace la minoría a masacrar. Poco importa concretar o no en qué consisten esas iniquidades que duelen tanto. Lo principal es crear la impresión  de que llevan siglos abusando de la bondad de uno. "Debemos darnos cuenta de que los cingaleses son los hijos legítimos de este hermoso país y de que debemos organizarmos en un cuerpo determinado e incluso arriesgar nuestras vidas para servirle. Las minorías decidieron creer que no éramos merecedores de confianza. Es porque nosotros, los cingaleses, hemos sido tan tolerantes y justos. Nosotros, los cingaleses, debemos hacernos conscientes de nuestros derechos por herencia" (S. Senanayake, líder ultranacionalista cingalés y cabrón con pintas. En lo sucesivo no indicaré lo del "cabrón con pintas"; salvo excepción podemos asumir que todo político ultranacionalista lo es). "Quejas amargas nos han llegado de infinidad de lugares mencionando el comportamiento provocativo de los judíos (...) Para evitar una acción defensiva vigorosa por parte de los arios, no tenemos más opción que contener el problema mediante medidas legislativas (...) Debe ser posible, mediante una solución secular definitiva, crear una base sobre la que el pueblo alemán pueda tener una relación tolerable con los judíos" (Discurso de Göring cuando se debatía la aprobación de las leyes racistas de Nuremberg. Adviértase el cinismo: la minoría está provocando a la paciente mayoría y las leyes sólo buscan evitar males mayores). Leon Mugesera, uno de los líderes del entonces gobernante MRND, declaró en un discurso en 1992: "El error fatal que cometimos en 1959 fue permitirles [a los tutsis] que salieran. Pertenecen a Etiopía y vamos a encontrarles un atajo para que lleguen allí, arrojándolos al río Nyabarongo." Traducción: nos equivocamos al expulsar a los tutsis de Rwanda hace 30 años; teníamos que haberlos masacrado para que dejasen de incordiar.
Otro elemento clave en la marcha hacia el genocidio es el de crear una mentalidad de "o estás con nosotros o estás contra nosotros". No caben los términos medios. Las Leyes raciales de Nuremberg en 1935 prohibieron el matrimonio entre arios y judíos y establecieron la categoría de los "mixtos", para quienes tenían uno o dos abuelos judíos y no practicaban el judaísmo. Los "mixtos" eran una categoría incómoda y los que podían buscaban formas de "arianizarse". La visión habitual de la Rwanda pre-holocausto es que había dos comunidades muy diferentes y divididas, los hutus y los tutsis. Pues no tanto. En torno al 30% de los hutus tenían mujeres tutsis; en cambio sólo el 1% de los tutsis tenían esposas hutus, debido a que éstas no solían casarse fuera de su etnia. Durante el genocidio, muchos maridos hutus se vieron en la tesitura de tener que asesinar a sus esposas tutsis. En Bosnia se dio la paradoja de que muchos bosnios fueron asesinados por pertenecer a una etnia que no había existido oficialmente 30 años antes. Los bosnios eran serbios que habían adoptado la religión musulmana durante el dominio otomano. Culturalmente no se diferenciaban de sus vecinos y comían cerdo y bebían alcohol como ellos. La Constitución yugoslava de 1974 les reconoció como etnia constituyente del país por primera vez. Irónicamente, les reconoció para disminuir el peso de los serbios, que eran los más numerosos, dentro de la Federación yugoslava. Así se desgajaba una fracción del pueblo serbio, basándose en la religión, para que el peso total de los serbios disminuyera. 20 años después muchos bosnios fueron asesinados por pertenecer a una etnia semiartificial. La lógica del genocida le lleva a ver siempre lo que divide, no lo que acerca.
Una vez a la mayoría se le ha intoxicado durante años, basta una chispa, real o inventada para provocar el genocidio. La "Noche de los cristales rotos" en la que miles de judíos fueron arrestados y sus comercios saqueados tuvo como detonante el asesinato de un diplomático alemán en Francia a manos de un judío alemán exiliado. El derribo del avión que trasladaba al Presidente Habyarimana de Rwanda en 1994 fue la chispa que detonó el inicio del genocidio. Da lo mismo que a día de hoy no se haya podido determinar con certeza quién estuvo detrás del atentado. Las radios de quienes estaban preparando el genocidio radiaron que habían sido los tutsis y esa fue la señal. En julio de 1983 trece soldados srilankeses murieron en una emboscada que les tendieron los Tigres Tamiles. El Gobierno del Presidente Jayawardene atizó leña al fuego trasladando los trece cadáveres a Colombo para su cremación. Se produjeron en Colombo y el sur del país matanzas de tamiles, en las que perecieron entre 3.000 y 5.000.
Una vez se ha conseguido que en la cabeza de la gente el pueblo a exterminar sea visto como un grupo de seres malvados, cuya inquidad nos ha hecho sufrir durante siglos y que no hay terreno intermedio, o se está con nosotros, o se está con ellos, todo vale. Los hechos más atroces quedan legitimados. Los perpetradores acaban sintiendo algo que se parecería al orgullo y no se cortan a la hora de realizar las declaraciones más viles. "Matad a tres millones y el resto vendrán a comer de nuestra mano", dijo el Presidente de Pakistán Yahya Khan a propósito de los bangladeshíes en 1971. "No me preocupa la opinión del pueblo tamil (...) Ahora no podemos pensar en ellos ni en sus vidas o su opinión (...) cuanto más presión pongamos en el norte, más contento estará el pueblo cingalés aquí (...) Realmente si mato de hambre a los tamiles, el pueblo cingalés estará contento" Lo peor de todo es que estas palabras no las pronunció un indocumentado cualquiera, sino el Presidente srilankés J.R. Jayawardene en 1983. " Debe esperarse que una guerra de exterminio siga combatiéndose entre las dos razas, hasta que la raza india se extinga" (Peter Hardeman Burnett, gobernador de California, en su discurso inaugural en 1849). "Conservaros no es ganancia. Perderos no es pérdida" (Pol Pot, refiriéndose a los elementos burgueses y urbanos supuestamente incompatibles con el régimen de los khmeres rojos. la traducción de estas palabras a lenguaje normal es: "Me la suda que os muráis").
Hay algo en el genocidio que parece contagioso. Una vez te has cargado a los primeros mil, el resto no importa. Lo difícil es cepillarse a la primera minoría, pero una vez que se ha cogido el tranquillo... Mehmet Talaat Bey era el Ministro de Interior otomano en 1917 y de putadas y minorías sabía un rato, así que pudo declarar con total desfachatez: "Veo que ha llegado para Turquía la hora de que se las apañe con los griegos de la manera que se las apañó con los armenios en 1915." El genocidio no sólo pervierte a quienes lo perpetran y a sus cómplices, sino que puede dar ideas a otros genocidas en potencia. Hitler, a comienzos de los años 30 y pensando en los judíos, dijo: "¿Quién, después de todo, habla hoy de la aniquilación de los armenios?"
Lo curioso es que en ocasiones los genocidas pueden suscitar simpatías en personas ajenas al conflicto y es que el pensamiento racista no conoce barreras. "Los armenios son una raza como los judíos- tienen poco o ningún espíritu nacional y un carácter moral pobre. No creo que los armenios sean capaces de gobernarse, y sobre todo no debería permitírseles que gobernasen a otros pueblos; en verdad, si cualquiera de las otras razas aquí en esta parte del país caen bajo los armenios, se verán sometidos a la opresión y la injuria..." Esto tan simpático no lo dijo un turco, sino el Almirante Mark L. Bristol, Alto Comisionado de EEUU ante Turquía de 1920 a 1926.
Y dicho todo lo anterior, lo que mete miedo es que todos los que ahora consideramos genocidas, fueron en su día nacionalistas de pro. El nacionalismo, que parece una palabra tan bonita y que resulta tan atractivo para ondear como bandera, contiene en su seno el germen del genocidio.

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