Más allá de ser kirchnerista, de privilegiar lo colectivo antes que defender el individualismo, confieso que de las lecturas del liberalismo clásico me resultó muy atractiva la obra "Sobre la libertad" de John Stuart Mill, dueño de una prosa genial y libertaria, además de adelantarse en la lucha de la defensa de las minorías además de la igualdad social, en un contexto donde la mujer todavía se le asignaba como natural su espacio dentro de lo privado únicamente. Leer a los liberales clásicas muestra, además, la distancia abismal de sus ideas con respecto a los neoliberales. Comparto con ustedes, entonces, una breve reseña sobre dicho libro.
On Liberty de 1859, constituye una de las obras más reconocidas dentro del pensamiento liberal de la generación de la segunda mitad del siglo XIX, enmarcada en la era victoriana. Encuadrado bajo el liberalismo que no sufriera las contramarchas sucedidas en Francia, la exposición de Stuart Mill responde a las realidades del momento contemporáneo a la vez que buscaba resolver la amenaza que parecía vislumbrarse bajo la amenaza de la tiranía de la mayoría coincidiendo así con Tocqueville que interpretaba el desarrollo de la democracia en los nacientes estados norteamericanos. El desarrollo trágico y violento en el que se había desarrollado la revolución francesa establecía un punto de análisis para británicos y franceses.Los factores externos, la situación política en la que estaba inmerso y por supuesto, su formación donde se vio atravesado por la influencia utilitarista, fueron puntos consagrantes para su trabajo “sobre la libertad” concentrando así sus preocupaciones en torno a la libertad de pensamiento y discusión. Siguiendo la teoría del utilitarismo, la libertad no aparece en Mill como un principio último y absoluto, sino que ha de considerarse según sus consecuencias sobre la felicidad de los individuos y de la sociedad.Mill lleva a cabo su análisis de la libertad en una época y en un lugar en que se ha reconocido, como él mismo observa, el hecho de que los gobernantes deben ser responsables de sus medidas políticas y en que los hombres han llegado a un punto del progreso donde han alcanzado la mayoría de edad, es decir, en el que los sujetos de esa sociedad civil son capaces de forjar sus propias opiniones por el uso propio de la razón y de llevarlas a una confrontación con otras posturas mediante un debate civilizado. La estimación sobre la “maduración” de la sociedad civil es el punto de distinción que establece Mill para aquellas sociedades donde la doctrina liberal no puede ser aplicable:“El despotismo es un modo legítimo de gobierno si se ejerce sobre pueblos bárbaros, siempre que el fin perseguido sea el progreso, y si se queda justificado que los medios empleados son realmente tendentes a ese fin”.No obstante la salvedad, la amenaza que se cierne es el de la tiranía de la mayoría, a punto tal que su trabajo se empeña en definir el conflicto latente entre libertad y autoridad, así como también la relación necesaria y dialéctica del individuo como sujeto activo de una sociedad civil. Por eso Mill desde la introducción, que el ensayo no sobre el “libre arbitrio” sino “la libertad civil o social, es decir, la naturaleza y los límites del poder que la sociedad puede ejercer de forma legítima sobre un individuo”. Así, la preocupación de Mill se centra en asegurar la libertad civil de opinión del individuo o las minorías que suelen verse perjudicadas ante la opinión pública, cuyo poder punitivo está en manos de las mayorías: luego de la experiencia de la revolución francesa, los liberales de esta generación revisan y buscan solucionar y darle limites al contractualismo de Rousseau que no tenía presente la magnitud del origen autoritario del poder, sea monárquico o repúblicano:“La idea de que no hay necesidad de que los pueblos limiten su poder sobre sí mismos podía parecer un axioma, cuando la noción de un gobierno del pueblo no era más que un sueño.[1]”En síntesis, el objeto del ensayo de Stuart Mill se basa en discernir cuales son las restricciones que tiene que tener la libertad, así como también la autoridad. Ni los gobiernos monárquicos, ni los republicanos aseguran la libre opinión. La tiranía de la mayoría no se ejerce solo mediante las acciones del gobierno a través de sus funcionarios públicos, sino, de una manera más difusa y por ello más temible, a través de la propia sociedad. Mill busca entablar la protección de aquellas minorías que se ven desprotegidas ante la tiranía de la opinión, en manos de las mayorías poniendo en tela de juicio, condenando esa “presunción de infalibilidad”[2] que termina silenciando la opinión de la minoría disidente.“Lo que yo considero presunción de infalibilidad no consiste en sentirse seguro de una doctrina, sea cual sea, sino en la posibilidad de decidir en nombre de otros acerca de esa cuestión, sin escuchar lo que pueda alegarse en su contra”[3].Mill ve un notable impedimento en este aspecto relacionado con la religión y, desde su calidad de ateo, arremete contra esa presunción de infabilidad que sostiene la iglesia. Así la libertad de pensamiento y discusión es lo que motoriza el progreso individual indisoluble al desarrollo social, y cualquier traba o prohibición implícita o explícita solo implica un retroceso.“Nadie puede considerarse un gran pensador si no reconoce, como tal, que su primer deber consiste en seguir su mente, cualesquiera que sean las conclusiones que alcance. La verdad sale más beneficiada de los errores de un hombre que, con la preparación y el estudio necesarios, piensa por sí mismo, que con las opiniones verdaderas de todos aquellos que se adhieren a ellas con tal de no pensar por sí mismos”[4].Mill denota los peligros suscriptos de estas “verdades” establecidas que en un principio sirven como motores de progreso, pero con el paso del tiempo, son heredadas en forma pasiva, y si no se permite la libertad de pensamiento y discusión, estanca el desarrollo social y intelectual del individuo[5].Luego, de su extenso desarrollo en torno a dicha problemática, establece la distinción entre la libertad de pensamiento con la de acción. Es evidente que las acciones no pueden ser tan libres como los pensamientos o las expresiones de estos. Así, dentro ya del campo de la acción, el límite de la libertad individual se encuentra en las acciones que causen daño a otras personas. Lo que observa peligroso Stuart Mill es que el surgimiento de las masas, desvincule al individuo como protagonista del progreso: mezclarse en la multitud (“mediocridad colectiva”) motiva a desempeñar la acción por imitación, y no deja margen para los individuos de impulsos fuertes, que son aquellos “genios” que beneficiados por la libertad de acción y pensamiento, contribuyen a la sociedad[6].Lo notable del ensayo de Stuart Mill es que distingue notablemente de lo que se su acérrima defensa de la libertad de pensamiento y discusión del individuo de lo que es el libre comercio, considerándolo este último como un mero acto social, que por el sólo hecho de vender determinada mercadería afecta los intereses de otras personas y de la sociedad en general[7]. No obstante, prefiere que se lleve a cabo la doctrina de libre comercio antes que se propugnen medidas restrictivas, pero son cuestiones que él lo relaciona con una cuestión de eficacia: “Como el principio de la libertad individual no tiene nada que ver con la doctrina del libre comercio, tampoco se ve afectado por la mayoría de las cuestiones que se suscitan respecto a los límites de esta última”[8].Estableciendo máximas de la vida liberal buscando el bienestar social, tanto las aplicaciones como su desarrollo de ideas tienden a propugnar elementos que desde la praxis suelen distorsionarse o bien, se ven impedidas dada coyuntura política y el desarrollo o, como apela Stuart Mill, “maduración” de la sociedad. En base a esto, ha de entender la idiosincrasia de dicha civilización. La emergencia de las mayorías, la revolución industrial, provocaron en la exposición de Mill una vía liberal que no descuide la voz de las minorías y que no se privilegien los estándares del libre comercio en detrimento del bienestar social.
John Stuart Mill, Sobre la libertad. Madrid, Edaf. 2004
[1]P 41[2]P.67[3]P. 78[4]P 96.[5]P. 108[6]P. 142, 144, 155.[7]P. 211[8]P. 212