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Solchaga, apóstol del pelotazo, critica a ZP

Publicado el 19 octubre 2009 por Elhombredelpiruli
Solchaga, apóstol del pelotazo, critica a ZP
Con gran sentido de la oportunidad y desde una plataforma de gran peso político y económico como es la revista Vanity Fair, Carlos Solchaga sale de la cueva para criticar a Zapatero. Del Presidente del Gobierno dice que trata a sus ministros como secretarios y que él se hubiera marchado del Ejecutivo antes que Solbes; que es presidencialista y que escoge ministros con bajo perfil para que no le hagan sombra.
De paso insiste en algo que parece ser la fijación de su vida: Abaratar el despido.
Hace tanto tiempo que Solchaga dejó la política activa que quizá mucha gente no lo conozca o solo tenga un vago recuerdo de él.
Hagamos memoria para ubicar mejor al personaje y el peso moral que pueden tener sus comentarios de esta semana.
Solchaga llegó al Gobierno con Felipe González en 1982 como ministro de Industria y Energía, cargo desde el que llevó a cabo una durísima reconversión industrial que causó una gran conflictividad laboral, especialmente en el sector naval.
En 1985 sustituyó a Miguel Boyer en la cartera de Economía y Hacienda. Tres años después los sindicatos convocaron la huelga general más importante que se recuerda en la democracia (14 de diciembre de 1988) en contra de una reforma laboral que pretendía abaratar el despido y que canalizó el descontento generalizado por la política económica socialista a favor de los más poderosos. El paro aquel día fue total, en parte gracias al famoso apagón de TVE dirigida entonces por Pilar Miró.
Cuando abandonó el gobierno, en 1993, pasó a ser presidente-portavoz del grupo parlamentario socialista. Tuvo entonces enfrentamientos con el denominado sector guerrista, en teoría la izquierda del partido, sobre todo porque Solchaga seguía abogando, como ahora, por facilitar el despido de los trabajadores y en liberar el suelo (precursor del pelotazo inmobiliario)
El diario El Mundo publicó ese año que Solchaga viajó “gratis total” en Trasmediterránea y poco después que utilizó un buque oceanográfico para ir de excursión privada. Solchaga lo admitió pero dijo que formaba parte de la lógica de las relaciones públicas de las empresas con políticos y periodistas.
Finalmente debió dejar la política cuando Mariano Rubio, ex gobernador del Banco de España, entró en prisión por el caso Ibercorp. Solchaga quedó tocado al ser su principal valedor.
No le faltaron ofertas en el sector privado y entró en el Grupo Recoletos, como presidente de su consejo editorial, pero tuvo que marcharse cuatro años después, en 1998, al oponerse a la alianza de Recoletos con Unedis, editora de El Mundo, el diario que lo atacó duramente cuando era portavoz socialista.
Ahora regresa, ¿y cómo lo hace? Como el sabe: pidiendo el despido libre. De paso ofende a los actuales ministros a los que reprocha su escaso perfil y su miedo a enfrentarse al presidente, no como los gabinetes de Felipe González, que eran gente preparada, con pesonalidad, con criterio y no se arredraban ante el jefe del Ejecutivo. Es decir, como él.
De Carlos Solchaga es la famosa frase "España es el país del mundo donde más rápido se puede hacer uno rico”. Fue toda una declaración de principios que lo convierte en el gran Apóstol del Pelotazo. Significó un aval ideológico para los corruptos y supuso el pistoletazo de salida para el saqueo del Estado que llevaron a cabo algunos altos cargos socialistas. Recordemos a Luis Roldán, Mariano Rubio, el GAL, Filesa o los casos de apropiaciones de fondos reservados del Ministerio del Interior.
Fue una época en la que los conceptos izquierda y derecha perdieron su significado para primar solo el afán de poder. Políticos como Solchaga, Boyer, José Barrionuevo, José Luis Corcuera, Rafael Vera, García Damborenea fueron los muñidores del fracaso del felipismo, que se hundió por la corrupción, los escándalos financieros y el abandono de la ética política que siempre caracterizó al socialismo de los cien años de honradez. Fueron ellos los que facilitaron el ascenso al poder de José María Aznar, que no tuvo más que ocuparlo en 1996 casi sin querer ante la desolación en la que se encontraba el Estado.

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