El lujo, aparte de dar salida a la ostentación papanatas de la gente que lo frecuenta habitualmente, genera algunos oficios curiosos que se convierten en estúpidos en cuanto pierden todo contacto con la realidad. Es lo que sucede cuando te encargan evaluar de incógnito y por cuenta ajena la calidad de instalaciones y servicios de los más diversos cinco estrellas del mundo. Una labor que de entrada parece justificada pero que adopta un cariz elitista, lunático y carente de sentido práctico cuando la realizan personas ajenas al ambiente que les toca enjuiciar. En eso consiste el trabajo de Irene Lorenzi (interpretado por una meritoria Margherita Buy), una mujer que pasa más tiempo en hoteles de lujo que en su propia casa (apenas un espacio de paso a medio amueblar) y que sufre los efectos de un anonimato profesional que acaba por afectar a su vida privada.
Viajo sola (2013), dirigido por Maria Sole Tognazzi (hija de Ugo Tognazzi), es un título que tiene la peculiaridad de predisponer favorablemente al público femenino y atraerlo en grupo a las salas. Seguramente algunas han viajado en solitario y esperan contrastrar experiencias, otras porque están planteándose dar el paso y buscan argumentos; unas cuantas porque esperan de la película una revelación sobre la condición femenina en el mundo actual. Lo cierto es que no creo que salgan defraudadas, como en general todos los espectadores (entre los que me incluyo): Viajo sola despliega la historia con ritmo, sin recaer en perplejidades existenciales asociadas a planos fijos o situaciones al límite o improbables; al contrario, el filme es un pedazo de vida de su protagonista, en la que interactúan cada vez menos personas (su hermana y sobrinas, su exmarido y escasos encuentros interesantes durante sus desplazamientos). Las reacciones y las consecuencias a este proceso de atomización social --un tema recurrente en el cine independiente contemporáneo-- sorprende por su sentido común, la ausencia de golpes de efecto (excepto uno muy divertido hacia el final) y sobre todo por el retrato coherente y verosímil de sus personajes.
Tognazzi acierta al seleccionar los agobios (no siempre admitidos en voz alta) que provocan determinados retos (auto)impuestos de las mujeres: maternidad, relaciones con la familia, búsqueda de una relación estable --de amor o de amistad-- o la necesidad de disponer, como alternativa, de un plan de vida compatible con la soledad y el desarraigo. Porque eso es lo que no tiene Irene, y por eso cada alejamiento inevitable de un ser próximo parece una advertencia o una impugnación a sus elecciones vitales previas. Aun así, la película no está rodada en un tono moral, ni siquiera triste o tremendista, al contrario: combina con naturalidad escenas divertidas, tristes y lúcidas (incluida una curiosa reflexión sobre algunos juegos para móvil, descritos de una manera que revela su auténtica capacidad para convertirnos en memos) en un argumento que huye de lo monotemático sin alejarse del tema central.
Viajo sola rebosa un punto de vista femenino sobre el mundo y las personas, y eso la hace más sutil y detallista que si estuviera centrada en un protagonista masculino. Basta repasar The trip (2010) de Michael Winterbottom para comprobar lo que quiero decir. No obstante, eso no significa que no sea un filme recomendable para ambos géneros, simplemente que ofrece un panorama complementario, en ocasiones poco explorado por el cine.
Anécdota al margen: en todos mis años de cines Verdi nunca había coincidido con nadie conocido a la salida de la película. El encuentro con mi hermano modifica esta curiosa estadística y además nos permitió compartir impresiones de regreso a casa. Que haya más.