La política y todo lo que la rodea es campo yermo para el individualismo. A menudo surgen grupos de afines que trabajan juntos para alcanzar un objetivo, pero en el camino los egos acaban separándose del resto. Y no es algo que pase únicamente entre concejales o diputados, entre afiliados o simpatizantes, también ocurre demasiado a menudo entre los que se acercan a pedir. La política y el poder parecen construidos, como nuestro tiempo social, para los que buscan ganar y no para los que sólo quieren ayudar.
Pero pertenecer a un partido político, incluso cuando se discrepa en muchas cuestiones internas, encierra per se un sentimiento de unión con el resto. Y no es por el partido en concreto, ni por sus fundadores o por su historia, es por la ilusión de un bien común. Pero qué tiene el poder (o el anhelo de poder y posición) que destruye todo a su paso. En política la envidia juega malos momentos (con razón o sin razón) que entorpecen los procesos y acaban situando a las personas por encima de los proyectos. Un mal que viene de viejo para repetirse una y otra vez.
Quizás sea por todo ello que entre este caldo de cultivo, resulte maravilloso disfrutar desde la ingenuidad más consciente de gestos solidarios. Cómo se atreve nadie a hacer política mirando su ombligo siendo la propia naturaleza de la política trabajar para los ciudadanos (para todos ellos). Entonces no debería extrañarnos que surjan manos para ayudarnos, manos sinceras y no interesadas. Es urgente cambiar nuestra forma de pensar la política y a los políticos, para que por fin los besos y los abrazos salgan del corazón y no de la cartera. Política solidaria desde dentro y hacia fuera.