Fotografía : A.M.Garrido
La amistad tal y yo como la entiendo no sé si existe, pero de eso ya hablaremos.
En otro post anterior («El fracaso no existe», 07/04/08) expuse que, en mi opinión, la palabra «fracaso» no debería estar incluida en el diccionario. En este post me detengo para comentar que me parece que la palabra «amistad» es la más falsificada del diccionario.
Hoy día a cualquier cosa se le llama amistad. Existe mucha amistad de «fin de semana», de tomar cervezas y pasárselo bien. Y eso es fantástico, pero en todo caso insuficiente. Ya dijo Aristóteles que "nadie cambiaría todas las riquezas de este mundo por una vida sin amigos", sin embargo, cultivar una amistad verdadera y auténtica no resulta nada sencillo. Hay mucho «sucedáneo» de amistad.
¿Qué distingue una verdadera amistad?
Intercambio de intimidades: Cuando la relación se basa exclusivamente en hablar de fútbol, coches o cine –cosas todas que están muy bien pero que no bastan– la amistad se agota pronto. Ana Frank, en su «Diario» –ahora se representa el musical en el Teatro Calderón de Madrid– escribe: «Tengo a mis parientes, a mis tías, que son muy buenas, y un buen hogar. Al parecer no me falta nada, salvo la amiga del alma. Con las chicas que conozco lo único que puedo hacer es divertirme y pasarlo bien. Nunca hablamos de otras cosas que no sean las cotidianas, nunca llegamos a hablar de cosas íntimas. Y ahí está justamente el quid de la cuestión». La amistad es, ante todo, intercambio de intimidades; abrir las puertas de nuestra morada interior y dejar que el otro pase, lo que implica dejar al descubierto la cara menos amable que todos tenemos. Cuando se accede a la intimidad de las personas –de cualquiera– uno comienza a descubrir el lado más oscuro de cada individuo. Esto sucede con frecuencia en las parejas. Tras esa fase de «enamoramiento transitorio» en el que todo parece maravilloso, la convivencia deja al desnudo nuestras carencias. No hay que flagelarse, sino aceptarlas como parte inseparable de la condición humana y gestionarlas de la mejor manera posible. No es sencillo, desde luego. Dicen que un amigo «es la persona que sabe todo de ti y aún así continua siendo tu amigo».
No juzgar: o lo que es lo mismo la aceptación de la persona tal y como es. «No liberes al camello de su joroba –afirmaba G. K. Chesterton– podrías estar liberándolo de ser camello». Respetar la individualidad de la otra persona –única e irrepetible– es imprescindible para que una buena amistad cuaje. Tagore lo expresaba de manera magistral: «Los que me aman en este mundo hacen todo cuanto pueden por retenerme, pero tú no eres así en tu amor, que es más grande que ninguno, y me tienes libre». Intentar esculpir y amoldar a otra persona según nuestra forma de ver el mundo representa una de las mayores faltas de respeto a la dignidad humana. ¿Cuántas de sus amistades le aceptan tal y como es dejándole que sea Vd. mismo sin juzgarle sus decisiones? Pocas, seguro. Son contadas las ocasiones en las que uno tiene la oportunidad de ver personas que observan la realidad sin emitir juicios de valor; sin categorizar las cosas en «bueno» o «malo». Es curioso como hay personas a las que conocemos de mucho tiempo y apenas sabemos cosas de ellas; y otras a las que con pocas horas de conversación nos hacen sentirnos cómodos y les abrimos (nos abren) nuestra (su) cara más personal. El motivo es sencillo: hemos encontrado un interlocutor que nos acepta tal cual somos sin juzgarnos. Conviene recordar que la cercanía no se mide por la distancia física que existe entre individuos sino por la empatía para comprender a quien se tiene delante. Me gusta la letra de la canción «Hilar tan fino» de la cantante Abigail. Allí se dice: «Qué cerca estás / qué lejos te siento / parece que hay / un muro entre los dos / cuando consigo / saltarlo al otro lado / ya has saltado tú / intento hablar / pero es / perder el tiempo / parece que hay / un mundo / entre tú yo / cuando la vuelta / le he dado / por el otro / la comienzas tú».
Discreción: Hay personas a las que por mucho que se las quiera no se las puede contar nada, porque inmediatamente, la lengua les pierde y se entera todo el mundo. Así es muy difícil construir una amistad sólida porque siempre hay que estar midiendo muy bien lo que se dice y hace, lo que obliga más a hablar de temas «banales» que de otros «sustanciales». Cuando lo privado se convierte en público pierde todo su encanto. En alguna ocasión se ha dicho que «un amigo es aquel delante del cual se puede pensar en voz alta». Aquella persona que a la media vuelta no va a hacer de altavoz de nuestras palabras. Poner mordaza a la lengua y saber guardar un secreto son aspectos básicos en cualquier relación entre amigos.
Generosidad: La amistad es exigente, demanda tiempo y sacrificios. No puede andarse con prisas y mirando el reloj. Una amistad auténtica se cuece a fuego muy lento. Las palabras de Martín Descalzo son esclarecedoras: «Ser un buen amigo o encontrar un buen amigo son las dos cosas más difíciles del mundo porque suponen la renuncia a dos egoísmos y la suma de dos generosidades. Suponen, además y sobre todo, un doble respeto a la libertad del otro y esto sí que es casi pedir un milagro». La reciprocidad –como nos recuerda Shakespeare– está implícita en cualquier relación de amistad: «El verdadero amigo te socorrerá en la amistad, llorará si te entristeces, no podrá dormir si tú velas y compartirá contigo las penas del corazón».