Revista Cultura y Ocio
"- No lo puedo soltar -dijo aquel tal señor Toomis-. ¡Soy el que lo tiene agarrado del cuello!
Y se rió mientras una ráfaga de confusión le cruzaba el rostro.
-¡Yo lo tengo bien cogido! -dijo Grainier, agarrando con más fuerza en sus brazos los dos pies del pequeño demonio-. ¡Lo tengo yo, al cabrón, y yo me encargo!"
En el año 2011 el Premio Pulitzer quedó desierto, este libro junto con El Rey Pálido y Tierra de Caimanes, estaba nominado. Tres grandes según todas las opiniones. Hoy traigo a mi estantería virtual, Sueños de trenes.
Conocemos a Robert Grainier, un hombre trabajador de esa Norteamérica de principios del siglo pasado, al que acompañamos a lo largo de su vida. Una vida que se ve marcada por las praderas, la madera, la tragedia y, como no, los trenes.
Dicho así no parece mucho, y Johnson tampoco lo pretende ya que su novela es una de esas en la que un protagonista aparentemente gris, pretende dar reflejo de una época ya pasada. Supongo que ahora muchos habéis recordado al querido Stoner, y hasta cierto punto con razón, ya que son novelas que se articulan siguiendo a un hombre que no es ni héroe ni antihéroe y que podría haberse dedicado a cualquier otra cosa y estaría contando la misma historia. Una de esas historias anónimas sucedidas mil veces que no suelen tener voz hasta que un escritor decide fijarse en ellas consiguiendo así hablar de ese hombre anónimo.
Grainier vive en un mundo áspero, y Johnson se pone a su lado para hacer de la narración un camino igualmente áspero. Para que sintamos las vías y la madera al ser talada, para que veamos montañas, cenizas y tragedia. Porque Grainier se ve sacudido por la tragedia, y tiene que seguir adelante. En una de esas zonas que florecieron al amparo del metal férreo, Robert Grainier ve como su vida se tiñe de negro y opta por avanzar, cubriéndose con la coraza de la soledad, como hicieran tantos otros hombres en aquella época. Podría decirse que es la historia de un superviviente de un mundo hostil que quedó hace tiempo atrás.
Toca entonces preguntarse si uno está a la altura de una obra ensalzada tanto y por tantos nombres ilustres del mundo literario. Y en mi caso, con este título, la respuesta es un clarísimo "no". Me ha parecido que Johnson se dispersa, atreviéndose incluso con un toque fantástico, intentando tocar demasiadas cosas en pocas páginas. Como suele suceder en estos casos los detalles se desdibujan y, exactamente igual que recurre al conocimiento cinematográfico del lector para que éste haga la mitad del camino a la hora de ver los parajes que nos representa; los personajes secundarios se ven debilitados y los sentimientos empañados por una distancia que se hubiera podido solucionar con un poco más de sangre... o tal vez una veintena más de páginas. Ha sido una buena lectura, de eso no tengo duda, pero se ha quedado corta y, por lo tanto, imperfecta, distante.
Muchas veces las comparativas con grandes nombres hacen un flaco favor a los libros que pretenden impulsar. Los lectores llegamos atraído por uno de los nombres, tal vez más, y nos encontramos un resto pero no un espejo, casi sin ser conscientes de que son espejos inalcanzables debido a lo rimbombante de las fajas. Lecturas que, sin pretenderlo, se ven empañadas por incluir demasiados nombres.
Así que decidme, ¿vosotros hacéis caso de las fajas promocionales?
Gracias.