Algún entrenador dijo: Debemos entrenarnos buscando la perfección y evaluarnos sabiendo que la perfección no existe.
Lo mismo sucede con la subjetividad, la mejor trampa del mal.
Sabemos que en algún punto de la realidad, la objetividad tambalea, pero es tramposo justificar cualquier acto con el argumento de la subjetividad.
Y donde hay dificultad para interpretar, hay aprovechamiento del más entusiasta.
Dicho esto, a lo que te truje:
Tratando de identificar las razones por las que últimamente no cacho un fulbo en la primera visión de un partido, tanto que me veo obligado a desdecirme al día siguiente, encontré una posible respuesta que puede resultar interesante.
Mientras el partido se está jugando, aunque uno no tuviera preferencias por uno u otro equipo, como espectador observa con mayor exigencia, entonces cada juicio lleva altas pretensiones.
Razonables creo yo, uno tiene la ilusión de que por fin el dos se la diera al seis y viceversa tantas veces como fuese posible en vez de revolearla a la que te criaste. Además, está influenciado por los comentaristas del partido (acerca de cuyos énfasis algún día me olvidaré de hablar) que no son justamente la fuente de sabiduría de este juego.
Agregale que por ahí estás acompañado de alguien que interrumpe el silencio cada cinco minutos con observaciones referentes a las patas largas del cinco, o al movimiento de travesti que hace el once con la cintura y los hombros, en fin, que patatín que patatán. (Cuando no te advierten acerca de los peligros que la ingesta continua de bonobón trae al organismo).
En la repetición, conocido el resultado, aliviadas las ansiedades y los nervios, humeantes las antorchas erguidas en la noche, la exigencia se reduce, uno está más espantado por la realidad, ya sabe que el seis no se la dio al dos nunca, y que habrá que aguzar la interpretación de cada jugada anulando la expectativa, reduciendo el alcance del ego.
En cambio, cuando se está en la cancha, la exigencia es igual de alta pero forma parte y se adapta, tarde o temprano, al paisaje. Uno ve que con tanto insulto y agravio, tanta frustración y ansiedad del hincha proyectada en los jugadores, difícilmente el dos y el seis quisieran tener mucho la pelota, que al |10| lo marcan hasta cuando va a hacer el antidoping, y que el arquero ya jamás encuentra momento para apoyarse en uno de los postes del arco a tomar un agua cuyo frescor cree conservar envolviendo la botella con una toalla blanca. Esa ingenuidad que caracteriza a los arqueros.
Lo ideal sería autorregular tanto la exigencia como la ansiedad y el nervio, cosas que por formar parte del disfrute suelen ser difíciles de castrar. Así que en caso de no asistir a la cancha será mejor ver el partido una segunda vez antes de sacar conclusiones.
También podría mentir, como algunos que aseguran haber ido a la cancha y al tercer comentario se les nota la verdad, gente que ha nacido durante el último partido de su equipo, pero la mentira cierra caminos y la pretensión de este blog es abrirlos.
Uno de estos domingos voy a volver a la cancha y los voy a cagar a piedrazos a todos.