Tengo las cuerdas vocales
rasgadas,
y no es de gritar.
Y no me faltan ganas.
Me pican
las cuencas
de los ojos
de tanto
llorar amargo.
Cuando les veo
en la calle,
sentados,
acompañados
de nadie;
amparados
por un mugriento cartón
que llora martirio,
que pide auxilio,
porque ellos
ya se han quedado
sin voz.
El cajero
el banco del parque
la esquina de esa calle
la boca de un túnel
el portal de enfrente
la gasolinera
el porche
la sombra de un tronco
un jardín verde
el garaje
el coche.
Y yo me pregunto
si los veis.
Y ellos se preguntan
si los veo vemos.
Les llaman mendigos.
Yo les sigo llamando personas.