Revista Expatriados

Tablada, Japón y el haiku (1)

Por Tiburciosamsa
Tablada, Japón y el haiku (1)
En 1881, cuando tenía diez años, al mexicano José Juan Tablada le regalaron una edición de “Las mil y una noches” (expurgada de las partes eróticas, espero) y cogió el virus de Oriente. Era el momento adecuado para cogerlo; el japonismo causaba furor en Occidente, sobre todo después de la Exposición Universalque se celebró en París en 1878 y en la que Japón tuvo un pabellón que causó sensación.
En 1890 empezó a colaborar en el periódico “El Universal” y a darse conocer como poeta modernista. Desde sus primeros escritos, la atracción por lo oriental aflora por todas partes. Ya en julio de 1891 tradujo en “El Universal” un texto de Edmund de Goncourt sobre la representación de los monstruos en el arte japonés. En otra ocasión expresó su aprecio por “las imaginaciones obscenas y terroríficas de Utamaro y las larvas y los espectros de Hokusai”. En su aprecio del arte japonés jugaron un papel muy importante su amistad con el coleccionista de arte japonés Pedro de Carrere y Lembeye y las publicaciones francesas. De esos años es también su soneto “La Venuschina”, del que en mi opinión lo único a destacar es la temática desusada hasta entonces en español. En cuanto al estilo, la verdad es que la poesía modernista me carga un poco: La Venus china
En su rostro ovalado palidece el marfil,
la granada en sus labios dejó púrpura y miel,
son sus cejas el rasgo de un oblicuo pincel
y sus ojos dos gotas de opio negro y sutil.
Cual las hojas de nácar de un extraño clavel
florecieron las uñas de su mano infantil,
que agitando en la sombra su abanico febril
hace arder en sus sedas un dorado rondel...
Arropada en su manto de brocado turquí,
en la taza de jade bebe sorbos de té,
mientras arde a sus plantas aromoso benjuí.
¡Mas irguióse la Venusy el encanto se fue,
pues enjuto, en la cárcel de cruel borceguí,
era un pie de faunesa de la Venus el pie!...

Pero más que China, lo que le ponía a Tablada era Japón. Tiene un poema de 1898 en el que da rienda suelta a su japonesismo e incluso a mí, que me encanta Japón, me parece que se pasa varios pueblos. Por cierto que este poema entusiasta me recuerda a la conferencia en verso que dio el filipino José Balmori en 1932 sobre Japón y de la que vivió para arrepentirse. Japón
¡Áureo espejismo, sueño de opio,
fuente de todos mis ideales!
¡Jardín que un raro kaleidoscopio
borda en mi mente con sus cristales!
Tus teogonías me han exaltado
y amo ferviente tus glorias todas;
¡yo soy el siervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tos pagodas!
Por ti mi dicha renace ahora
y en mi alma escéptica se derrama
como los rayos de un sol de aurora
sobre la nieve del Fusiyama.
Tú eres el opio que narcotiza,
y al ver que aduermes todas mis penas
mi sangre --roja sacerdotisa--
tus alabanzas canta en mis venas.
¡Canta! En sus causes corre y se estrella
mi tumultuosa sangre de Oriente,
y ése es el canto de tu epopeya,
mágico Imperio del Sol Naciente.
En tu arte mágico --raro edificio--
viven los monstruos, surgen las flores,
es el poema del Artificio
en la Obertura de los colores.
¡Rían los blancos con risa vana!
Que al fin contemplas indiferente
desde los cielos de tu Nirvana
a las Naciones de Occidente.
Distingue mi alma cuando en ti sueña
--cuando sombrío y aterrador--
la inmóvil sombra de la cigüeña
sobre un sepulcro de emperador.
Templos grandiosos y seculares
y en su pesado silencio ignoto,
Budhas que duermen en los altares
entre las áureas flores de loto.
De tus princesas y tus señores
pasa el cortejo dorado y rico,
y en ese canto de mil colores
es una estrofa cada abanico.
Se van abriendo si reverbera
el sol y lanza sus tibias olas
los parasoles, cual Primavera
de crisantemas y de amapolas.
Amo tus ríos y tus lagunas,
tus ciervos blancos y tus faisanes
y el ampo triste con que tus lunas
bañan la cumbre de tus volcanes.
Amo tu extraña mitología,
los raros monstruos, las claras flores
que hay en tus biombos de seda umbría
y en el esmalte de tus tibores.
¡Japón! Tus ritos me han exaltado
y amo ferviente tus glorias todas;
¡yo soy el ciervo de tu Mikado!
¡Yo soy el bonzo de tus pagodas!
Y así quisiera mi ser que te ama,
mi loco espíritu que te adora,
ser ese astro de viva llama
que tierno besa y ardiente dora
¡la blanca nieve del Fusiyama!
La ocasión de visitar en persona el objeto de sus desvelos le llegó en 1900 cuando Jesús E. Luján, el mecenas de la “Revista Moderna”, le financió un viaje a Japón entre julio de ese año y febrero del siguiente. Durante su estancia, Tablada escribió una serie de crónicas que fueron apareciendo en la Revista bajo el título “En el país del sol”. Estas crónicas aparecieron bajo forma de libro en 1919 con el mismo título de “En el país del sol”. El libro incluyó también algunos artículos suyos de temática japonesa aparecidos antes de su viaje. Para mi gusto todo el libro se resiente del uso de la prosa modernista que a mí me ataca los nervios. “Hay en el espíritu sauces que se inclinan sobre corrientes turbias; son las ideas de tristeza; hay águilas que baten orgullosamente las alas con la brava pupila clavada firmemente en el Sol; son las emanaciones de la voluntad que va hacia el Deber, hacia el deber sagrado…” Un adjetivo o una palabra altisonante más y me da un ataque. Tablada además es de los que creen que describir es enumerar y adjetivar: “La inmensa bahía de Yokohama me saturaba con su salobres ráfagas frías. Detrás de mi espalda se amontonaba la multitud nipona: musmés de trajes multicolores, obreros de largos kimonos, pescadores y marineros casi desnudos…” Sí, veo lo que había, pero no lo siento, no siento el ambiente en el que todas esas personas se movían. Al fastidio del lenguaje modernista de Tablada se suma el de que es de esos viajeros que están más interesados en contarnos sus pensamientos y cómo vivieron las cosas que lo que vieron en concreto. Por cierto que sus enemigos, de los que tuvo bastantes por motivos principalmente políticos, pusieron en duda que realmente hubiera estado en Japón. Les gustaba propalar que en realidad se había quedado en San Francisco y desde allí había enviado sus crónicas vía Yokohama. El color local lo habría puesto a base de frecuentar el Chinatown y algunos restaurantes japoneses. Con eso y el complemento de sus lecturas sobre Japón, habría elaborado sus crónicas. No obstante, las pruebas de que estuvo en Japón son indudables. De hecho parece que la Revista tuvo que cogerle de las orejas para traerle de vuelta, porque Tablada le había cogido gusto al país y no quería regresar.

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