Cada pocos pasos me apoyo sobre el bastón, descanso y camino un poco más. De esta forma llego a la pendiente. Me siento. La maniobra, tan simple, me ha dejado exhausto. Hacia abajo, en línea recta desde mi posición, hay una pareja hermosa, los dos tan jóvenes, con una carne tan efervescente. Esto promete. Hace ya tiempo que no tengo dos tetas entre las manos, pero cuando uno se acostumbra a mirar e imaginar viene a ser lo mismo. Hay otro tocando por mí, no pasa nada, tocamos los dos.
Noto que ha llegado el momento. Abro el diario de manera que me cubra la bragueta, me saco la minga y empiezo a menearla. Pero mi determinación no se corresponde con el poco entusiasmo de mi miembro. Está blando y arrugado. Me concentro en las lenguas de los chicos, aunque no distingo de dónde sale cada una ni en qué boca entra. Hago lo que puedo sin las gafas de lejos. Me la sacudo con un poco más de ímpetu. Lo único que consigo es que el periódico empiece a dar saltos. Mientras lo recompongo leo un titular, casi sin querer: “Fuerte ola de calor en nuestras costas a partir de esta tarde”.
Quizás debería abandonar la pareja y centrarme en una mujer que acaba de llegar. Parece que causa un efecto agradable en mi sistema nervioso. Me toco con más ánimo. Nada. Falsa alarma. El sol me quema la nuca. Vuelvo a la parejita, luego a dos chicas, después a un mulato que oye música. Hay mucha variedad, tengo donde mirar, puedo escoger.
Al secarme el sudor de la cara, no sé por qué, renuevo la confianza en mis posibilidades. Noto como se me empieza a hinchar, y me la cojo mientras intento decidirme por un único objetivo. La falta de rapidez en la decisión hace que vuelva a desinflarse. La camisa se me pega a la espalda, estoy empapado, pero no pierdo la fe, ni mucho menos. En algún momento esto se pondrá en marcha, y cuando esté robusta como una roca, no, como un roble, eyacularé sobre la hierba. A voluntarioso no me gana nadie.
Texto: Àlex José Recoder.
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