Revista Comunicación

Te voy a contar una historia:

Por Marperez @Mari__Soles

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Una vez, hace tiempo, me explicaron que existen distintos tipos de respuestas al peligro. Una de ellas consistiría en luchar contra lo que nos esté amenazando, otra era huir y la tercera, ni lo uno ni lo otro, sino mantenernos inmóviles. Llevo desde el día 10 haciendo uso de la segunda opción: huyo de lo que me atemoriza, trato de evadir lo que amenaza mi bienestar, y dirijo mis pasos en la dirección contraria, porque sé dónde quiere llevarme pero también sé dónde prefiero ir.

El día 8 fue el 21º aniversario de la muerte de mi abuela. El día 9 se cumplían 10 años desde aquel domingo de Romería en el que puse un punto y aparte en mi vida y comenzó mi lucha para que se respetara mi decisión. El día 10 salí a romper una barrera más: pasear a solas, pararme en medio de la calle a sacar fotos, ponerme una camiseta de asillas después de tanto tiempo. Sola: en realidad, ¿quién no está solo o sola? ¿Quién no tiene miedos? ¿Quién es perfecto/a? ¿Quién no tiene algún reto esperando a que, algún día, sea vencido? ¿A quién no le han parecido insignificantes los problemas ajenos comparados con los propios alguna vez? Por todo eso, quise convertir al día 10 en una fecha memorable, que llenara de luz las dos anteriores en los próximos aniversarios, como un “final feliz” de aquel ciclo: el día en el que me atrevía no solo a salir sola de paseo en plena ola de calor arriesgándome a sufrir alguna lipotimia, una insolación, o qué sé yo qué otra desgracia, sino, además, a compartir mi paseo “en directo” a través de una red social (tenía que ser así, formaba parte de todo esto). ¡Toda una locura! ¡Qué atrevimiento! Pero sí, me atreví. Formaba parte del proceso de “metamorfosis” que estoy viviendo últimamente. Además, al ser víspera de la Romería de este año, la ciudad estaba preciosa, sobre todo la calle en la que crecí (fue lo más emocionante del paseo, además de la visita a Campanella).

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En Campanella

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Pero, cuando llegué a casa, me enteré de lo que estaba sucediendo en la isla vecina: uno de esos hombres que no soportan perder el poder sobre sus parejas o ex parejas acababa de cumplir sus amenazas: la había rociado con un líquido combustible y había prendido la mecha. La quemó viva en su puesto de trabajo porque ella había publicado la noche anterior una foto con un bailarín de “Los Enanos” en su Facebook. En plena celebración de la Bajada de la Virgen de las Nieves, a la que me había encomendado yo hacía muchos años. Además, los nombres de los protagonistas (y el apellido de él) también tienen un significado importante en mi propia biografía. Él se llama como mi primer amor platónico del instituto, ella como la chica con la que salía él… y el apellido me es muy familiar: el de mi abuela. Me resistí a escribir sobre aquello. Me prohibí a mí misma dar un paso atrás que volviera a significar un paso hacia adelante para quienes quieren ver nuestras cabezas bajo las suelas de sus zapatos. Recordé los consejos de tanta gente a quienes, a veces, hago caso, y a veces no, pero que suelen ser bienintencionados y eso sí que se lo reconozco. Recordé a las que no tuvieron más oportunidades porque les cerraron el camino para siempre. Pensé en mis hijos y en lo que hemos conseguido hasta ahora. Y me dije a mí misma: “por respeto a esa chica, lo mejor que puedo hacer es vivir, no darle más poder al odio y el miedo que gente como él están sembrando, y callar”. Al principio, por eso, me limité a difundir casi en silencio las noticias y muestras de apoyo a la víctima y condena del acto, pero, como me recomienda mi compañero Facho, “sin exponer mis sentimientos”.

Al día siguiente, el sábado 11, a las 11 de la mañana, tenía una cita con una amiga mía y algunas amigas de ella: una conferencia que se suponía que, según las recomendaciones que les habían llegado a ellas, podría ayudarnos a concluir ese “cambio”, esa “metamorfosis” que cada una estaba experimentando a su manera. La conferencia se llamaba “Camina por el fuego“. Todo muy “curioso”, ¿verdad? Sí, todo pura casualidad… pero ¡qué casualidad! El conferenciante era un coach de élite o de alto rendimiento y ex campeón de España de natación: altísimo, guapísimo, con una capacidad de comunicación desbordante (no necesitó absolutamente nada más que un micrófono para tenernos más de dos horas pendientes de cada una de sus palabras), que supo hacernos reír, pensar y recopilar de nuestras memorias todo eso que durante las últimas décadas nos han estado transmitiendo los diferentes libros de autoayuda y movimientos adyacentes: que nuestras creencias sientan las bases sobre las que construimos nuestras vidas y que, por lo tanto, es ahí donde está la clave para esa “metamorfosis”.

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Al salir de la charla fui a visitar a mi hermana a su trabajo y, en uno de los puestos de flores cercanos, encontré esto:

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Flores del color del cielo y del agua, exactamente iguales que las que vi por primera vez en otro mercado y que, desde aquel momento, habían significado para mí algo muy importante.

Pero… el fuego… En mi cabeza resonaban aquellas antiguas amenazas: “te pego fuego con todos dentro en tu casa y a los niños les diré que lo hice porque eras una puta, por no querer seguir conmigo”… “traigo un par de garrafas de gasolina, te la echo encima y antes de que te des cuenta estás ardiendo como me entere de que sales con alguno”… “¿tú sabes lo que los moros les hacen a sus mujeres para que no las quieran ni los bichos? Pues ya sabes lo que te espera como me entere de que hay alguno que se atreva a rondarte: te echo ácido y no te vas a atrever ni a salir a la puerta de la calle nunca más en tu puta vida, para que sepan que no puede acercarse a ti nadie que no sea yo”. Y, ahora, el fuego que mataba, por un lado, era el que se ofrecía como reto, por el otro: “supera la prueba, camina descalza por el fuego, hazlo, atrévete, dile al Universo lo fuerte que eres, lo valiente que eres, y lo que estás dispuesta a hacer para ser la mejor versión de ti misma, para crecer, para salir del capullo y convertirte en mariposa de fuego, en Ave Fénix de verdad”.

Somos las hijas de las brujas que no pudisteis quemar

No podía evitar recordar a quienes me han dicho en alguna ocasión que les parezco cobarde, débil o sumisa por no “provocar” o “desafiar” con valentía a quien no se limitó a amenazarnos. Tampoco olvidé a quienes me aconsejaban prudencia y sabían reconocer cuánto me costaba mi “retiro temporal” y lo que había conseguido de esa manera. (Desde luego, nadie podrá acusarme nunca de no haber pedido ayuda y consejo). Con esos mensajes cobrando fuerza en mi interior por segundos y con las fotografías de los protagonistas del asesinato apareciendo por todas partes, seguidas de cadenas de mensajes de dolor y de odio, me hice muchísimas preguntas en silencio.

¿Hice bien colgando mi paseo, subiendo una foto mía tomándome un helado, mostrando mis pensamientos en un blog, saliendo a estudiar, trabajar, buscar trabajo, pasear, comprar?

¿Hice bien quedándome en casa, pidiendo protección, denunciando y todo lo demás?

Entonces, paré. Estaba equivocándome otra vez. Las preguntas debían tener otro sujeto, no yo.

¿Hacen bien las personas que amenazan de muerte a otras por no querer continuar una relación que las está destruyendo?

¿Hacen bien las personas que matan a otras?

¿Está bien que se publiquen los nombres, apellidos de víctimas? ¿Y de verdugos?

¿Está bien que se pueda pedir un certificado de no tener antecedentes penales de violencia doméstica o de género?

¿Está bien expresar dolor, odio, sed de venganza en un momento así, en público? ¿Debería reprimirse, castigarse o comprenderse?

Personalmente, sé que no me había hecho de entrada ninguna de esas preguntas porque, realmente, tenía mucho más claras estas respuestas que las otras. Pero, después de leer lo que se ha estado publicando en los últimos días, tengo la sensación de que empiezan a plantearse más en serio que nunca alguna de estas cuestiones. Siento que algo está cambiando: por primera vez, se mostró el rostro de ambos y se les puso nombre y eso, unido a la forma, lugar y momento en que ocurrió todo, está provocando que las voces se unan. Aunque alguno ha protestado por la publicación de esos datos, a la mayoría le sirvió para empatizar y decir en voz alta, sin miedo ni hipocresía, lo que piensa o siente.

Este jueves, día 16, salíamos mi compañera Betty y yo de desayunar cuando me di cuenta de que una mariposa enorme se dirigía hacia nosotras. Era del color de una hoguera nocturna: negra, marrón y dorada. Le dije a Betty “vamos a sacarle una foto, ¡es preciosa, qué enorme es!” y ella sacó su móvil y nos divertimos como niñas intentando fotografiar a la recién llegada. Entonces, llegó otra exactamente igual, e iniciaron un baile fantástico junto a la fuente. “Eso es una señal del Universo”, le dije, divertida; “¿y qué puede significar?”, me preguntó ella: “que nuestros sueños están siendo escuchados, todo está en marcha”, le dije.

Esto va por todas las personas que están pensando si hacen bien o no, si deben o no, si pueden o no…: si no decides tú, decidirán otros por ti. Y si decides, todo el Universo confabula para conspirar a tu favor. Aunque solo sea para hacerte reír cuando estás huyendo del miedo, para que no le tengas miedo a quienes te amenazan con el fuego, o para que disfrutes de la magia de la metamorfosis de las mariposas. Vive, y podrás disfrutar, aunque parezca una tontería. Lo dicen los sabios, lo dice Laín, y me lo digo yo a mí misma.


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