Conozco a gente que odia la ópera, que odia la zarzuela, que odia la música clásica. El colmo de los colmos fue cuando un día le escuché decir a alguien que eso eran espectáculos burgueses. Como si viviéramos en un mundo clasista donde por no ser burgueses no nos correspondiera amar ciertas cosas, y sin embargo nos corresponda odiarlas. Y hace menos tiempo le he oído decir a Jesús Quintero que lo más importante en la vida es amar la vida. Me parece una máxima fundamental. Pero el dilema está en dónde y por dónde canalizamos nuestro amor hacia ella.
He oído también que la vida es el mayor teatro del mundo, que no hacemos otra cosa que cambiar de máscara o de personaje según se presente la situación. A mí la verdad es que no me educaron para que el teatro me gustara, de la misma forma que no me educaron para odiar la ópera, la zarzuela o la música clásica. Me educaron para vivir y la sociedad me está llevando por puertos donde es fácil convertir lo sagrado en banal y lo que no está en venta en una pieza de mercadería suprema. En este mundo de modas es irónico que actuemos en un teatro que no se nos ha impuesto, pero que hemos aceptado automáticamente. Cambiamos y nos adaptamos como el más fuerte en un hábitat hostil y eso supone, si hace falta, abandonar esencias. Y entrar en la teatralidad.
Me han enseñado también que somos los únicos animales con la capacidad de razonar. Desde que nos bajamos del árbol hasta hoy hemos metido la pata cientos de veces, pero cuando escucho a alguien decir que odia la ópera, que odia la zarzuela, que odia la música clásica u odie lo que odie, supongo que está más cerca del árbol que de Internet. No es menos persona que yo porque ejerza con legitimidad su derecho a odiar lo que quiera, ojo, pero se olvida de que lo que ama hoy como espectáculo y asunto de ocio social, que casi siempre suele ser el cine, el fútbol, o los conciertos, tienen un componente teatral. Odia la base y sin embargo se ha convertido en un ferviente seguidor de una evolución social inevitable de lo teatral. Del teatro, Tal y como lo entendemos. De esa forma tan humana de retratar la realidad, de dramatizar y escenificar la vida como muestra del sentimiento de poder y a la vez de debilidad que tenemos frente al tiempo y la sensación de levedad que nos ha invadido siempre.
Supongo que al final será verdad que lo más importante en la vida es amar la vida, pero, ¿de qué manera?
Voltaire dijo que quienquiera que condenara el teatro era un enemigo del Estado. No sé cuántos enemigos tiene hoy el estado, supongo que muchos, pero está claro que cada día que pasa, la vida tiene más enemigos que nadie. Y no están precisamente entre los que abortan. Están entre los que odian esas cosas que nos han hecho únicos. Universales. Que nos han permitido conectar con lo inexplicable. Que nos han hecho ser lo que somos. Humanos. Máquinas perfectamente imperfectas, con fallos clamorosos. Pero capaces de sentir. De ser siderales. Y eso no se cambia por nada. Como el teatro.