Revista Opinión

Ten cuidado con tus sueños II

Publicado el 05 febrero 2018 por Eowyndecamelot

Ten cuidado con tus sueños II

ficción histórica novela histórica Edad Media Cruzadas Bosque de Brocelandia Eowyn de Camelot

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(viene de) En todo eso pensaba mientras, lentamente, procedía a aflojar mis ligaduras todo lo posible. Hice un esfuerzo titánico por relajar mis músculos, al mismo tiempo que intentaba hiperventilar con el único objetivo de acalorarme y sudar, cosa por otro lado bastante improbable con el frío que hacía en aquella maldita bodega. Gonzalo llegaría en cualquier momento; yo calculaba, por la escasa luz que se colaba por los ojos de buey, que se acercaba la hora en que me permitía soltarme un poco para proceder a la satisfacción de mis necesidades físicas y mi aseo personal, con la ayuda de un par de cubos situados en un estremo oscura de la estancia, bien asegurados contra los más que seguras turbulencias marítimas. Y entonces, todo mi trabajo tendrían que empezar de nuevo, y eso si no se percataba de que las cuerdas no se cerraban ya con demasiada afición contra mi piel. Y para ello, para sudar de pura rabia, sólo tenía que recordar los hechos que me habían acaecido, en una sucesión de desdichas, como una pesadilla interminable, desde que abandoné Tortosa.

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Morirme de hambre por no trabajar, o morirme de hambre trabajando, sólo que un poco más lentamente: éstas eran mis alternativas, como en la España dela recuperación económica de los que nunca han sufrido la crisis. Pero que no se dijero que no lo había intentado. Vi la posibilidad de unirme de nuevo con mis antiguos compañeros de la guardia de mi antiguo enemigo muerto. Uno de los nobles presentes durante lo que habíamos dado en llamar la Batalla de Tortosa, impresionado por nuestras hazañas y creyéndonos unos auténticos semidioses, Hécules y Dianas inmortales, caballeros y damas en la búsqueda del Graal, nos había contratado. Así que nos unimos a su séquito y tomamos el camino de Vic. No había llegado aún la primera noche cuando Ruy se presentó en la tienda que compartía con Cristina, por otra parte misteriosa y oportunamente desaparecida, para darme una mala noticia.

-Eowyn… no sé cómo decirte eso, la verdad. Mira, el conde me ha mandado llamar. Según parece, ha recibido un mensaje, o alguien le ha hablado de algo… En resumen, me ordena que te haga marchar. No sé exactamente qué ha pasado, no ha querido explicarlo, pero todo apunta a que tus enemigo no han desaparecido y te están desacreditando. De nuevo.

Me quedé petrificada. No creía que, en aquel momento me quedara ningún enemigo vivo o que no estuviera a buen recaudo, excepto Blanca o la misteriosa persona que me había intentado asaetar en Gardeny (de cuya entidad empezaba a tener ya bien fundadas sospechas), a no ser que se tratara de algún asunto derivado de la famosa, y no menos enigmática, reliquia, como aquel grupo de asaltantes que nos habían atacado a mí y a Guillaume en mi segundo viaje a Tierra Santa. Mi desconsuelo era tan patente que Ruy se lanzó a mis brazos para intentar consolarme, y casi se echa a llorar, él también, entendiendo lo despreciada, fracasada e inútil que me sentía. ¿Y si no se trataba de un enemigo, si no de alguien que consideraba, probablemente con razón, que yo era un cero a la izquierda como mercenaria?

-Todo se solucionará, Eowyn -me decía él-. Ojalá pudiera decirte que nos solidarizamos contigo, que no aceptamos el trabajo si tú no vienes, pero tenemos familias que mantener. Nos entiendes, ¿verdad? Pero no te preocupes, encontrarás algo, volveremos a encontrarnos, ya verás.

Y así me fui, arrastrando mi espada por el polvo del camino, como la cola entre las piernas de un depredador derrotado, sin que nadie excepto Ruy, inocentes o culpables, hubieran sido capaces de dar la cara.

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Se trataba de aguantar la respiración, separar los brazos del cuerpo, los dedos de las manos, hincharme todo lo posible, mientras distraía a Gonzalo con algún tema que supiera que le podía distraer, y después, una ves se hubiera marchado, efectuar la operación contraria: respirar, juntar, retraerme, intentar ocupar el menor espacio posible, para luego volver a tensar los músculos y volver a relajarlos, con la idea de hacer el hueco entra las cuerdas y mi cuerpo lo más amplio posible para poder deslizar alguna extremidad, y que ésta fuera el punto de partida hacia el desatamiento supremo. El sudor que ahora cubría mi cuerpo vestido sólo con harapos, fruto de la indignación que me había provocado yo misma con mis recuerdos, me ayudaría. Continué con el proceso, haciendo gala de una paciencia que el instinto de supervivencia me otorgaba, porque no tenía ni pajolera idea de lo que Gonzalo quería hacerme ni de dónde iba a conducirme. Y le creía capaz de todo.

Porque, sin duda, él era la misma persona que había disparada una flecha contra mí en Gardeny. Una flecha que había estado a punto de alcanzarme. Lo vi claramente cuando vi su asombrosa puntería en Tortosa, una puntería que la había intentado disimular con la historia absurda de su arco galés. Pero esos arcos conceden distancia, no exactitud. No, no fue Esquieu; vi la sorpresa en su cara cuando le mencioné el momento en que fui asaetada en Lleida, creo que no ha cogido una flecha en las manos en su vida, y en cualquier caso no creo que pudiera tirar desde esa distancia y casi alcanzarme. Gonzalo, sin embargo, tiene una puntería casi sobrenatural. Y su relación conmigo ha sido siempre bastante ambigua, a veces parece mi amigo más fiel y de pronto mi enemigo más porfiado. Debe de trabajar para Blanca, o para el rey de Francia, o para los dos, o… desde luego, trabaja para alguien. Y vete a saber qué relación hay entre él y Esquieu. Nuestros enemigos sabían demasiadas cosas de nosotros que no tenían por qué haber conocido. Todo eso es que le había dicho a Bernard la noche antes de separarnos. Pero él estaba demasiado enfadado conmigo por mi negativa a acompañarle a hacer la Cruzada, y se marchó con Gonzalo, que había sin duda aprovechado para facilitarle todas las razones posibles para aborrecerme.

-La fidelidad de Gonzalo está probada -me contradijo, malhumorado y cerril-. Es sobrino-nieto de una de las figuras más destacadas de la Orden de todos los tiempos, uno de mis mentores. Le he visto hacer auténticas heroicidades. Daría la vida sin dudarlo ni un segundo por todos nosotros, sobre todo por Guillaume, que ha sido su compañero desde que ambos entraron en servicio siendo unos mozalbetes.

No, no podía esperar ayuda de él. Y tenía que averiguar lo que estaba pasando.

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Parecía que, a cada lugar al que yo llegaba, alguien había llegado antes que yo y había acabado con cualquier posibilidad de que yo obtuviera ningún tipo de empleo. Vale, ya sé que no soy la mejor haciendo buenos contactos: tiendo a ser demasiado individualista y me es imposible halagar a nadie, por muchas ventajas que eso pueda proporcionarme. Pero las pocas opciones seguras con las que contaba parecían haber desaparecido: los puestos vacantes o se habían cubierto misteriosamente antes de llegar yo, o no había manera en que, dicho en términos de vuestra época, yo diera el perfil de ninguno. Ni siquiera Omar, que se había retirado a su casa cercana al mar, allá yo le había encontrado la primera vez, y ambos nos habíamos reconocido, podía hacer nada por ayudarme. Ferran me había explicado que la huida de Elisenda y su esposo le había afectado mucho más de lo que quería reconocer; se sentía traicionado, y lo peor es que temía realmente haber hecho méritos para que eso sucediera. Así que durante un tiempo nadie podría disfrutar de las extraordinarias dotes del gran trovador, capaz de crear belleza con una sola nota de música o la palabra de una canción, con un solo movimiento. No era todo tan positivo en Omar, evidentemente; aunque yo no era capaz ser objetiva respecto a él,  sabía que no siempre era el mejor de los jefes, ya que su talante artístico le hacía ser arbitrario en ocasiones y, aunque siempre se disculpaba, a veces no lo hacia con demasiada premura. Pero total, yo de nuevo estaba en dique seco. Fue una despedida triste, ya que ninguno de los tres sabíamos cuándo las vicisitudes de nuestras vidas nos permitiría reunirnos de nuevo. Lo único bueno que saqué de aquel encuentro fue la visita posterior que Ferran hizo a mi alcoba, y en la que pude comprobar de manera presencial y fehaciente que se había recuperado completamente de sus heridas y que su savoir faire en ciertas áreas de conocimiento no había sufrido el menos menoscabo.

De pronto, sin embargo, me encontré sola. Sola como siempre había estado pero hacía mucho que realmente me sentía. Y sólo quedaba en el mundo, o al menos en el mundo occidental, una sola persona que me podía echar una mano en aquel momento. La misma persona que me había lanzado a la cuneta cuando dejé de servirle.

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¿Eran imaginaciones mías o el vaivén del barco estaba aumentando? Concentrada en mi tarea y en mis recuerdos, había tardado en darme cuenta de que se estaba declarando una tempestad histórica. El pequeño compartimento de la bodega donde yo me hallaba prisionera parecía sufrir un ataque de poltergeist, ya que todo los trastos que contenía (cestas y baúles vacíos, armas rotas, fardos de tela, cubos cuya integridad no auguraba mucho futuro…) se balanceaban, ora a babor, ora a estribor, como enloquecidos, chocando a intervalos contra mi maltrecho cuerpo y lanzando astillas y pedazos como en un atemporal ataque con armas automáticas. Se escuchaban gritos aterrados en cubierta, lo cual no contribuía nada a mi tranquilidad y, aterrada y sobre todo muy mareada, comprendía, que aumentaban las posibilidades de que muriera atravesada por alguna madera desgajada de los cubos, aplastada por los objetos más pesados y voluminosos que amenazaban estrellarse contra mí a cada momento, o lo que era peor, ahogada sin ningún tipo de posibilidad de luchar contra la inmensidad del mar, al estar inmovilizada. Pero ¿es que aquel traidor de Gonzalo iba a dejarme morir allí? Pues sí, parecía que eso era lo que iba a suceder, según todos los indicios. Entonces, las embestidas de las olas, súbitamente, se volvieron más violentas, y los objetos de las bodega ya no se deslizaban, volaban. Me pareció notar algo frío y húmedo en mis pies, y comprendí que se había debido abrir una vía de agua, con la cual la bodega no tardaría a estar inundada. Evidentemente, la situación estaba mejorando por momentos. Lo último que recuerdo fue que algo que no pude ver, pero sí sentir con contundencia, os lo puedo asegurar, me golpeó la cabeza y me sumió en una especie de extraño duermevela. (Continuará)

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