Posted by diego ospina on 03/10/2014 · Dejar un comentario
Ha bastado el nombre del dulce e inmortal cantor bucólico para salvar del olvido toda la poesía alejandrina. Desde la hora de su muerte, acaecida en el 360 A.C., La influencia de este alto lirico no ha dejado de dar frutos siempre nobles en la lírica universal. Autor de Idilios, o “pinturas” de la vida pastoril siciliana, sus deliciosos cuadritos son limpias y corteses visiones de una realidad que debió ser muy otra pero a la que él, sin deformarla, supo imprimirle la huella de un genio peculiar.
El mundo de Teócrito es fantástico, pero su arte y la belleza que sabe darle es lo que le comunica fascinadora realidad. Sus pastores –poetas en realidad-, viven en unas campiñas imaginarias a las que el genio lirico cantor comunica indestructible perennidad.
Su arte, que algunos creyeron un artificio retorico, influido por la obra de sus seguidores, nos sorprende con un rasgo original a la vuelta de cada verso y pese a escribir en el dialecto dorio siciliano, el localismo jamás llega a perjudicar el valor universal de sus suave poesía.
Porque eso es Teócrito, el suave Teócrito, creador de la poesía pastoral, siempre tierno, emocionado y sensible, habitante de una isla encantada a la que el hondo resuello del mar, el milagro del cielo deslumbrante, la grata penumbra de los bloques de laureles y el frescor inmortal de las fuentes ilustradas por la visita de innumerables ninfas, náyades, sátiros, centauros y mil otros héroes vivos por conjuro de su arte inimitable le han otorgado esa corona de la lírica inmortalidad, fresca, suprema, risueña y no menos merecida que la de cualquier otro poeta.
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