Revista Diario
No hace más que veinte años atrás, Francis Fukuyama pregonaba, profetizaba el fin. En su obra "El fin de la historia" decía: "el triunfo de Occidente, o de la idea occidental, es evidente antes que nada en el total agotamiento de alternativas sistemáticas viables al liberalismo occidental. (Este triunfo) puede verse en la extensión irresistible de la cultura occidental de consumo en contextos tan diversos como los mercados de campesinos y los aparatos de televisión en color ahora omnipresentes a través de China, los restaurantes cooperativos y tiendas de ropa abiertos en Moscú, el Beethoven entubado en las grandes tiendas japonesas, y la música de rock deleitando tanto en Praga, Rangún o Teherán. Quizás estamos siendo testigos no sólo del fin de la Guerra Fría, o del pasaje de un período particular de la historia de posguerra, sino del fin de la historia como tal: esto es, el punto final de la historia ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como la forma final de gobierno humano (...) hay poderosas razones para creer que este ideal será el que gobierne el mundo material en el largo plazo." Hasta el 2002, viviamos bajo esa realidad. Una realidad impuesta, pero dominante desde el discurso hegemónico. La izquierda se confundía con la derecha. Quizás sólo los modales distaban, pero el neoliberalismo era un hecho insoslayable. Adherimos a la teoría del derrame, agudizando la concentración de la pobreza en un grupo privilegiado y por otro lado, el crecimiento de población excluyente, verdaderos "parias urbanos" según Wacquant. Los "neocontractualistas" aseguraban el "gran error" que fue darle poder al Estado keynesiano, que agobiaba la economía, alimentaba una enorme burocracia que lo transformaba en un tremendo Leviatán. Por otro lado, Robert Nozik, también reclamaba un Estado ausente, que sólo se ocupase de hacer cumplir las leyes que faciliten la libre empresa y proponía, a su vez, la idea de autoconservación: es decir, darwinismo social, salvese quien pueda, etc...Después del fracaso de la "tercera vía" y la actual grave crisis que sufren EEUU y Europa, reafirman el rumbo latinoamericano. La reaparición de un Estado presente e interventor, es clave para resolver la exclusión y la injusticia social. Sólo un Estado benefactor puede hacer cumplir el 14 bis de nuestra Constitución. Gracias a la participación de Estado en los asuntos económicos, también volvieron las discusiones ideológicas: las tres "Re"Por un lado, la izquierda radicalizada, que atacan al gobierno porque un Estado benefactor de alguna forma no "agudiza las contradicciones", entorpece la base fundamental de su idea: la REvolución. El kirchnerismo para la izquierda es mucho peor enemigo que el menemato: no reprime, e incluso su defensa de los DDHH "apropió" su capital simbólico. Se quedaron pedaleando en el aire...La segunda postura la sintetiza nuestra oposición apatrida, representantes del menemismo (es decir un conservadurismo político y un liberalismo económico) que propone como política pública REprimir la protesta social y mantener el statusquo.La ultima es la más inclusiva, que representa claramente nuestro gobierno: la REforma en tiempo y forma, la ruta y el objeto transformador que se lleva a cabo desde 2003 nos demuestra que siempre hay que buscar la oportunidad para que los cambios sean reales, estructurales, y no mera medidas demagógicas. Por suerte, Fukuyama se equivocó y la historia sigue su curso. La dictadura de mercado todavía no ha vencido, la política sigue dando batalla...