Prácticamente todas las escuelas y modelos en psicología dotan a la historia de vida del paciente de una gran relevancia, ya sea en mayor o menor medida. El ejemplo más extremo podemos encontrarlo en el Psicoanálisis, según el cual habría que profundizar lo más posible en el pasado del individuo para así poder hallar el origen de los síntomas actuales.
Sin embargo, hoy me gustaría que vosotros, los lectores y especialmente aquellos que estéis sufriendo de algún problema psicológico por uno u otro motivo, os imaginéis por un momento que el pasado no existe. A pesar de que resulte incuestionable el hecho de que todos tenemos una historia y unas vivencias, el ejercicio que os propongo consiste en pensar que nada de ello ha sucedido, que lo único que tenemos es lo que está delante de nosotros mismos ahora. ¿Qué pasaría si esto fuese cierto? ¿Qué ocurriría si nos convenciéramos fervientemente de que lo pasado, pasado está y que no merece la pena ni traerlo a la memoria?
Si logramos concentrarnos y trabajar profundamente estas sensaciones a diario, quizá acabemos creyendo ciertamente que el presente es lo único real. Y aunque resulte atrevido decirlo, e incluso algo filosófico, lo diré: el pasado, al igual que el futuro, no existe. Sólo están en nuestra mente. ¿Cómo puede ser esto?
Lo cierto es que en la vida no hay demasiadas cosas objetivas, cien por cien idénticas para todos y cada uno de nosotros. De este modo, muchas de nuestras vivencias, experiencias o sensaciones pasadas están grabadas en nosotros de una forma algo vaga y sesgada, con un tinte subjetivo que termina por confundirnos a nosotros mismos. ¿Hasta qué punto es real lo malo que nos ha sucedido? ¿Cuánto influyó el cómo nos sentíamos en aquel momento para interpretar las cosas que ocurrieron de uno u otro modo?
Dicen que la historia en sí misma es subjetiva. No hay más que fijarse en los libros para darnos cuenta de que, depende de quien los escriba, las versiones parecen estar alejadas entre sí a años luz. Algo parecido ocurre con nuestro propio pasado, y más aún con un pasado doloroso. Repito que con todo esto no quiero decir que las cosas no nos hayan ocurrido realmente. Lo único que quisiera recalcar es que, en lugar de remover nuestras entrañas tratando de buscar un por qué, un motivo para lo que pasó, quizá podría sernos más útil el sentarnos unos minutos y preguntarnos: ¿Quién soy hoy? ¿Cómo me siento ahora mismo? ¿Qué quiero de mi mismo?; en un intento por escuchar más a nuestro cuerpo y menos a nuestra cabeza.
Te invito a probar esta apasionante experiencia, como si de un juego se tratase. El juego de arrojar bien lejos la mochila del dolor que cada día cargamos sin necesidad. ¿Te apetece intentarlo?
foto|dan
LOS COMENTARIOS (1)
publicado el 27 abril a las 13:21
Hola. No me ha gustado mucho este artículo, porque nuestro pasado es parte de nosotros mismos y no puede crecer alto un árbol que no tiene raices. No se trata de deshecharlo, sino de asumirlo. Me gustó mucho el árticulo sobre lo poco comprendidos que somos los psicólogos. Me gustaría saber si la imagen del árbol es tuya y si puedo usarla. Gracias.