El maestro del cine está de vuelta. Wong Kar-Wai regresa tras más de cinco años sin nuevos filmes con el biopic sobre el maestro –de artes marciales– del mítico Bruce Lee. Una historia que satisfará tanto a aquellos que idolatran al director chino como a aquellos fanáticos de las artes marciales. Sin duda, también enamorará profundamente a todo amante de la fotografía, de la potencia visual en la gran pantalla y del cine oriental. La mejor noticia de notas es que Wong Kar-Wai sigue siendo Wong Kar-Wai: narrando amor (Deseando amar) o venganza.
Las coreografías de artes marciales –amistosas o enemigas– se suceden con el ritmo adecuado. Se sitúan a la altura del mejor cine oriental sin lugar a dudas. El director y su fiel compañero de fotografía Philippe Le sourd saben muy bien qué recursos explotar en cada una de ellas (nieve, lluvia, tonos cromáticos,…) y hacen que el espectador se regodee en su butaca, saboree el fotograma y lo digiera como si de una celebración se tratase.
Wong Kar-Wai vuelve a trabajar con su actor fetiche e irreemplazable, Tony Leung (Deseando amar, 2046), el que, sin tener idea previa de artes marciales, hace un papel protagonista perfectamente sincronizado con su compañera de reparto, la modelo y actriz Zhang Ziyi (Memorias de una geisha). Ambos parecen dominar los tiempos y los movimientos, en escenas que, según ha comentado el director, han tardado un mes en rodar una sola, como la pelea bajo la lluvia que abre la cinta.
La narrativa no es espectacular, sino más bien algo defectuosa en cuanto a atrapar al espectador y darle una buena trama. La cinta no llega a presentarnos a Bruce Lee, algo que quizá hubiera podido funcionar mejor como final. El maestro Ip Man es el protagonista y su sabiduría y bienhacer son su sombra. La marca Kar-Wai está presente: la combinación de un filme de autor con unas grandiosas escenas de pelea y una muy buena tormenta de lluvia es imprescindible.