Revista Ilustración

The last poem

Por Davidrefoyo @drefoyo
THE LAST POEM
William Blake
salta por el desfiladero de tus rodillas
y el romanticismo se pierde,
se esparce como las cenizas del cadáver
hasta habitar cada rincón
-haz de luz-
cada estrofa dedicada en ese disco inédito,
lejos aún del estudio, del REC,
aun sumido entre la madera húmeda
de los cajones ocultos.
Allí donde guardamos la herramienta,
donde permanecen las fotos antiguas de lo vivido,
donde no poetizamos sobre la venganza
si no sobre el abrazo cálido y pegajoso,
dulce
que nos envuelve hasta destronar
la poca razón que todavía nos queda.
Y tus manos ahí arriba,
deshaciéndose sobre sí mismas:
restos de carne y piel en mis ojos
que te miran.
Y se clavan.
Contemplé la longitud de la estructura metálica,
el hierro clavado en las rocas,
el vacío abajo, tan lejos de la vida
que apenas se veía el agua
y supe que no me convertiría en el hombre del salto,
que los periódicos no hablarían de nosotros,
que la Guardia Civil no cortaría la carretera
en nuestra memoria.
Después de las fotos: el beso.
La caída del sol y el invierno deslizándose
-como una réplica mala del Muro de Berlín-
sobre la escasa maleza,
criaturas del incendio soportando la nieve
y el hielo en el vaso del chupito:
acordes secos, básicos:
acordes de rock & roll.
Recordé a Bob Dylan cayendo sobre el Duero,
a Manuel Vilas viajando en un 124
en dirección a Oporto
y yo sabiéndome la frontera de memoria,
los pasos extremos,
por dónde traficaban los hombres de las montañas
en aquel tiempo oscuro,
dónde esconder el tabaco,
dónde el café,
dónde encontrar un lugar para el amor,
rezar,
plantar árboles,
tener hijos,
esparcir nuestro legado sobre el césped
y escapar de los perros,
de las fauces negras de la gangrena.
El ajedrez es un juego de posición,
como el sexo o la guerra.
Un juego donde no gana el más rápido
sino el mejor colocado.
Cerámica marca Roca. Tarjetas de crédito.
Manecillas blanquecinas. Puertas.
Mocos.

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