PS: Siento las mayúsculas pero no me deja copiarlo de otra forma.---------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------
Los ritmos del tiempo: Laúltima ola. Sueños antiguos, ciclos naturales, la obra maestra delfantástico australiano
La última ola(The last wave)Director: Peter Weir Año: 1977Reparto: Richard Chamberlain, Olivia Hamnett, DavidGulpilil, Nandjiwarra Amagula, Frederick Parslow, Vivean GrayPeter Weir
Mesmerizante obra maestra no ya sobre el choque cultural, típicode los trabajos del espléndido y no suficientemente reconocido Peter Weir, sinodirectamente acerca de dos concepciones del universo y del tiempocontrapuestas. Explora la idea de ciclos de destrucción y creación quesustentan las creencias de los aborígenes australianos y su aceptación naturalcomo ritmos inalterables -como biense explica enla película viven dos realidades interrelacionadas: la cotidiana y la delsueño, siendo además los sueños explicados como la “una sombra de algo real”.Una idea bellamente expresada durante la cena compartida con el personaje deDavid Gulpilil y el brujo al que interpreta de modo impresionante porNandjiwarra Amagula, líder tribal y pintor él mismo, en la que este seretira a las sombras justo cuando Chris explica a Chamberlain esta particularconcepción que le servirá como vía de interpretación de sus propios sueñospremonitorios- percibidos por el hombre blanco como Un film ala vez profundamente enraizado en la gran época del fantástico (y del otrotambién, que ahí esta el soberbio Bruce Beresford de Asalto al furgónblindadoy “Breaker” Morant en1978 y 1980 respectivamente) australiano de finales de los 70 y primeros 80 -ademásde la previa y envolvente Picnic en Hanging Rock (1976)del propio Weir, el más que influyente tebeo post-apocalíptico Mad Max (1980)de George Miller o Long Weekend (1978), también una extraña muestra de horrormetafísico-ecológico Colin Eggleston, por citar las recurrentes- y en lacorriente ecologista y/ “animalesca” del fantaterror qeu fue moda en el cambio dedécada, hasta el punto de que la cinta con mayores parentesco con esta seríapor fuerza la muy sugestiva Lobos humanosquerecurre por igual a ciertas directrices antropológicas y sociales aunque desdepresupuestos estéticos y genéricos diferentes pero compartiendo una base muysimilar la posibilidad de lo antiguo combatiendo contra la modernidad.La última ola ajusta con singular precisión uncomplejísimo dispositivo conceptual que permite atacar el film desde unainusitada cantidad de ángulos (aquí se puede leer una estupenda disección)que acogen por igual esa antropología fascinante, la denuncia de la deriva delas tribus aborígenes y su progresivo exterminio y aculturación (algo que aparececon mucha fuerza en ese extraño western entre “conradiano” y bíblico que esThe Proposition -2005-, dirigida con sobriedad porJohn Hillcoat y guionizada/ musicalizada por el gran Nick Cave con unscore ,en colaboración con el violinista delosDirty Three y tambien Bad Seed Warren Ellis, quereplica en algunos aspectos el de este film, no por tanto por su sonido comopor similar voluntad de trance), una variante intelectualizada del cine decatástrofes, resabios paranoicos, horror sensorial y delirio onírico, angustiaexistencialista y metafísica en un dispositivo asombrosamente armónico einagotable, una de esas obras cumbres que demuestran como los niveles delectura son los que hacen verdaderamente grande la ficción, sin volverlagratuitamente compleja, integrándose con naturalidad y dejando puertas abiertaspor los que entrar.De manera perfecta (el guión es primorosoen su construcción y progresión, en su estructura hipertextual en la que unaimagen y un momento remite a otro anterior o anuncia uno futuro) la riqueza deideas, la elegancia alejada de cualquier tentación de barroquismo de lassoluciones de puesta en escena y la lícita profundidad de las ambiciones (porejemplo: la decisión de que el protagonista blanco sea un abogado mientras sedirime un juicio universal en el que la ley natural está por encima de loshombres) funcionan dentro de los parámetros delfantastique, lo que permite a Weir deslizarsepor lugares inaprensibles en los que la irrealidad manda y que son aquívisualizados en escenas fascinantesy de rara belleza -la tormenta de granizo bajo un cielo azul queabre la película ,la visión apocalíptica de una inundación en forma de alucinación resuelta en uncontraplano tan sencillo como demoledor, manera Osobretodas la imponente escena de la conversación en trance entre Chamberlain y elchamán que revela finalmente la verdadera naturaleza del protagonista comotransmisor entre mundos- que atacan sorpresivamente una superficie mundana enla que la rareza y lo inquietantes es una gotera que termina por calarlo todo,apoyándose en la repetición obsesiva de motivos (el agua y los elementosacuáticos-las ranas, por ejemplo- o mágicos –el búho, los árboles que,literalmente, atacan la casa ya en el clímax final) y encuadres (magistral laescena enla Chamberlainsueña con un Gulpilil que le entregala runa, visualizado exactamente igual que una escena posterior en la que el protagonista tomael lugar del aborigen mientras que su esposa es quien despierta viéndolo) queadquieren una significación distinta pese a ser idénticos; a esto se une lautilización de un suave ralentí en determinados momentos para lograr un clima yun tempo flotante que es puro extrañamiento al que colabora de forma decisivaun uso del sonido, el ruido (todo el metraje esta atravesado de una vibraciónprofunda que es como escuchar una caracola) y la música para crear un clima desugestión subliminal (minimalista y abstracta por momentos y recordando el krautrockde losPopolVuh deAguirre, la cólera de Dios o antecediendo lejanamente al Vangeliselectrónico deBlade Runner en otros) que tiene en la sonoridad ancestraldel didgeridoo su perfecta traducción, una voz antigua como esos rostros queson montaña, madera y primitivismo, un horror arcaico e intenso que no quedamuy lejos de ser la mejor transposición de Lovecraft en imágenes.
Mesmerizante obra maestra no ya sobre el choque cultural, típicode los trabajos del espléndido y no suficientemente reconocido Peter Weir, sinodirectamente acerca de dos concepciones del universo y del tiempocontrapuestas. Explora la idea de ciclos de destrucción y creación quesustentan las creencias de los aborígenes australianos y su aceptación naturalcomo ritmos inalterables -como biense explica enla película viven dos realidades interrelacionadas: la cotidiana y la delsueño, siendo además los sueños explicados como la “una sombra de algo real”.Una idea bellamente expresada durante la cena compartida con el personaje deDavid Gulpilil y el brujo al que interpreta de modo impresionante porNandjiwarra Amagula, líder tribal y pintor él mismo, en la que este seretira a las sombras justo cuando Chris explica a Chamberlain esta particularconcepción que le servirá como vía de interpretación de sus propios sueñospremonitorios- percibidos por el hombre blanco como Un film ala vez profundamente enraizado en la gran época del fantástico (y del otrotambién, que ahí esta el soberbio Bruce Beresford de Asalto al furgónblindadoy “Breaker” Morant en1978 y 1980 respectivamente) australiano de finales de los 70 y primeros 80 -ademásde la previa y envolvente Picnic en Hanging Rock (1976)del propio Weir, el más que influyente tebeo post-apocalíptico Mad Max (1980)de George Miller o Long Weekend (1978), también una extraña muestra de horrormetafísico-ecológico Colin Eggleston, por citar las recurrentes- y en lacorriente ecologista y/ “animalesca” del fantaterror qeu fue moda en el cambio dedécada, hasta el punto de que la cinta con mayores parentesco con esta seríapor fuerza la muy sugestiva Lobos humanosquerecurre por igual a ciertas directrices antropológicas y sociales aunque desdepresupuestos estéticos y genéricos diferentes pero compartiendo una base muysimilar la posibilidad de lo antiguo combatiendo contra la modernidad.La última ola ajusta con singular precisión uncomplejísimo dispositivo conceptual que permite atacar el film desde unainusitada cantidad de ángulos (aquí se puede leer una estupenda disección)que acogen por igual esa antropología fascinante, la denuncia de la deriva delas tribus aborígenes y su progresivo exterminio y aculturación (algo que aparececon mucha fuerza en ese extraño western entre “conradiano” y bíblico que esThe Proposition -2005-, dirigida con sobriedad porJohn Hillcoat y guionizada/ musicalizada por el gran Nick Cave con unscore ,en colaboración con el violinista delosDirty Three y tambien Bad Seed Warren Ellis, quereplica en algunos aspectos el de este film, no por tanto por su sonido comopor similar voluntad de trance), una variante intelectualizada del cine decatástrofes, resabios paranoicos, horror sensorial y delirio onírico, angustiaexistencialista y metafísica en un dispositivo asombrosamente armónico einagotable, una de esas obras cumbres que demuestran como los niveles delectura son los que hacen verdaderamente grande la ficción, sin volverlagratuitamente compleja, integrándose con naturalidad y dejando puertas abiertaspor los que entrar.De manera perfecta (el guión es primorosoen su construcción y progresión, en su estructura hipertextual en la que unaimagen y un momento remite a otro anterior o anuncia uno futuro) la riqueza deideas, la elegancia alejada de cualquier tentación de barroquismo de lassoluciones de puesta en escena y la lícita profundidad de las ambiciones (porejemplo: la decisión de que el protagonista blanco sea un abogado mientras sedirime un juicio universal en el que la ley natural está por encima de loshombres) funcionan dentro de los parámetros delfantastique, lo que permite a Weir deslizarsepor lugares inaprensibles en los que la irrealidad manda y que son aquívisualizados en escenas fascinantesy de rara belleza -la tormenta de granizo bajo un cielo azul queabre la película ,la visión apocalíptica de una inundación en forma de alucinación resuelta en uncontraplano tan sencillo como demoledor, manera Osobretodas la imponente escena de la conversación en trance entre Chamberlain y elchamán que revela finalmente la verdadera naturaleza del protagonista comotransmisor entre mundos- que atacan sorpresivamente una superficie mundana enla que la rareza y lo inquietantes es una gotera que termina por calarlo todo,apoyándose en la repetición obsesiva de motivos (el agua y los elementosacuáticos-las ranas, por ejemplo- o mágicos –el búho, los árboles que,literalmente, atacan la casa ya en el clímax final) y encuadres (magistral laescena enla Chamberlainsueña con un Gulpilil que le entregala runa, visualizado exactamente igual que una escena posterior en la que el protagonista tomael lugar del aborigen mientras que su esposa es quien despierta viéndolo) queadquieren una significación distinta pese a ser idénticos; a esto se une lautilización de un suave ralentí en determinados momentos para lograr un clima yun tempo flotante que es puro extrañamiento al que colabora de forma decisivaun uso del sonido, el ruido (todo el metraje esta atravesado de una vibraciónprofunda que es como escuchar una caracola) y la música para crear un clima desugestión subliminal (minimalista y abstracta por momentos y recordando el krautrockde losPopolVuh deAguirre, la cólera de Dios o antecediendo lejanamente al Vangeliselectrónico deBlade Runner en otros) que tiene en la sonoridad ancestraldel didgeridoo su perfecta traducción, una voz antigua como esos rostros queson montaña, madera y primitivismo, un horror arcaico e intenso que no quedamuy lejos de ser la mejor transposición de Lovecraft en imágenes.