Este era el "palacio" de Thibaw en Ratnagiri
A Jacobo IV de Escocia se lo llevó por delante una flecha en la batalla de Flodden en 1513 y casi 150 años después la augusta cabeza de Carlos II de Inglaterra rodó en el cadalso. Otros reyes que se perdieron lo de agonizar en el lecho de muerte fueron Luis XVI de Francia, el Zar Nicolás II, Enrique IV de Francia y Enrique II de Francia. Entre nosotros, el rey Don Favila terminó cazado por el oso que había salido a cazar y es que hay días que mejor no levantarse de la cama. Morirse siempre jode, dicen los que lo han probado, y me imagino que debe de joder más cuando eres rey y tienes que dejar detrás de ti tesoros, castillos y amantes, que cuando eres el limpialetrinas del rey. Aun así, ¿qué es mejor? ¿Que se te lleve la Parca mientras aún reinas o verte condenado a un largo exilio durante el que añorarás los tesoros, los castillos y las amantes? Thibaw, que era más bien pusilánime, seguro que pensaría que el exilio era el menor de los males, pero no sé, no sé…
Las indignidades para Thibaw empezaron desde el minuto cero de su deposición. A Thibaw y a su familia les dieron diez minutos para salir echando virutas del palacio, casi como si fueran desahuciados españoles del siglo XXI. Apenas habían salido del palacio, que comenzó el saqueo del mismo.
En un carromato cubierto los escamotearon por la puerta sur de las murallas de Mandalay hacia un embarcadero en el río Irrawaddy. Cuando llegaron y una fila de soldados presentó armas,- un gesto menor hacia un rey al que le acababan de robar su reino-, Thibaw creyó que le iban a matar y pidió clemencia. Vistos los 31 años de aburrimiento de que quedaban por delante, casi hubiera sido mejor que lo hubiesen fusilado entonces. Le montaron en un vapor y se lo llevaron para siempre de Birmania.
El lugar que los británicos eligieron para Thibaw y los suyos fue Ratnagiri, un puerto de mala muerte en Maharashtra, en la costa occidental de la India, que incluso hoy en día está a seis o siete horas de Bombay. Los alojaron en un bungalow, aunque en 1911 les construyeron un edificio de dos plantas en ladrillo al que llamaron palacio, por decir algo.
Después de todo lo que le habían robado en Mandalay, los británicos le concedieron al comienzo un estipendio mensual de 100.000 rupias (unos 30.000 dólares de hoy en día) que cinco años después redujeron a la mitad. Para cuando Thibaw murió en 1916, el estipendio era ya sólo la cuarta parte del original, 25.000 rupias. Los británicos nunca justificaron porqué habían reducido el estipendio.
Imaginémonoslos. Aislados en medio de un pueblo de mala muerte, donde no conocen a nadie, sin hablar el idioma de los indígenas, con todos sus escasos contactos sociales controlados por los británicos, sin saber lo que sucede en el resto del mundo. Thibaw mataba el tiempo entre sus piedades budistas, los juegos de tablero a los que se entregaba con sus sirvientes y sus paseos al atardecer hasta una colina para ver el regreso de los pesqueros. La reina Supayalat, más enérgica y activa, cayó en una depresión. Con lo que le había gustado el poder, ahora descubrió que para cualquier decisión, desde cómo gastar su dinero, hasta a quién contratar, necesitaba el consentimiento de los británicos.
Sólo hubo un momento en esos años en que por unos instantes revivieron el brillo de los tiempos de Mandalay. En 1914 los británicos autorizaron la celebración de la ceremonia de perforación de las orejas de las princesas y acudió una orquesta y una famosa arpista birmana. Un día de gloria para iluminar décadas de aburrimiento.
Si el exilio fue duro para Thibaw y Supayalat, peor fue la cosa para sus cuatro hijas. Toda la educación que recibieron fue algo de lectura y de escritura y poco más. Las criaron en una burbuja, ajenas a lo que sucedía en el mundo exterior. Los únicos jóvenes con los que se relacionaban eran los sirvientes y los hijos de los sirvientes y así pasó lo que pasó.
La historia más trágica es la de la hija mayor, la princesa Phayagyi, que tenía cinco años cuando partieron al exilio. Phaya se lió con el chófer indio de Thibaw, que ya estaba casado y quien parece que estaba más interesado en el dinero que podía rascar que en la princesa en sí. Phaya murió medio loca en 1947 en Ratnagiri a los 67 años. Era tan pobre que los nativos del lugar tuvieron que hacer una cuestación para pagarle el funeral. Sus descendientes aún viven en Ratnagiri y han olvidado todo sobre Birmania.
Thibaw murió en 1916 de un infarto. Tenía 57 años. Hay quien dice que fue el disgusto que le provocó la historia de Phaya lo que le ocasionó la muerte.
Amitav Ghosh ha escrito sobre el exilio de Thibaw en su novela “El Palacio de Cristal”. Recientemente la escritora Sudha Shah ha publicado el ensayo “El Rey en el exilio”, que cuenta la historia desde el punto de vista histórico. Algún crítico ha señalado que, por más que Shah sea una escritora competente, tratar de hacer interesantes unas vidas tan aburridas como las de Thibaw y su familia es algo que casi la supera.