La lluvia acabará con el cieno.
Ya nada seguirá igual.
Tras las nubes negras huirán los fantasmas del pasado
con su sabor apestoso a sangre putrefacta,
buscando un lugar en el olvido;
ya no habrán generales ni reyes
que usurpen voluntades.
No se crían los hijos para verlos morir,
no mueren los padres en las cunetas para ser olvidados.
Tiene que llover,
arrastrar el cieno, moldear el barro.
No hay héroes asesinos,
ni reyes dignos.
Tiene que llover.
Y cuando la lluvia escampe,
en las cunetas florecerán amapolas
rojas como la sangre,
con los nombres de los muertos
en sus pétalos.
Y de sus renovados ovarios saldrán las semillas vigorosas
de las ideas que no pudieron matar
los generales asesinos.
Tiene que llover hasta que entre cielo y tierra
no quepa un papelillo de fumar.
A quienes todavía esperan